El pueblo hebreo busca incansablemente a su salvador desde hace siglos. Moisés escapó de Egipto y parece que la libertad para los esclavos jamás llegará, hasta que Miriam parece hallar una salida en el corazón de Ramsés. "Libi Shelekha" es una histo...
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En el palacio la gente anduvo alborotada de un lado para otro, trabajando a toda prisa para que los preparativos de la boda de Ramsés y Nefertari estuvieran perfectos, pues un día el rey simplemente había decidido que quería adelantar la fecha de la celebración y puso a todos los trabajadores a correr contra el tiempo. Los siervos hacían casi el triple del trabajo diario, porque a su vez debían encargarse de los arreglos para la segunda boda con la hija del rey Amiasaf. Ya todo el palacio estaba enterado de eso, pero Nefertari era la única que aún no lo sabía gracias a que, bajo amenaza de muerte, Ramsés les exigió a todos guardar el secreto hasta después de su matrimonio, porque temía que ella pudiera escapársele nuevamente de las manos al enterarse.
Los días restantes para la boda pasaron rápidamente, y gracias al esfuerzo sobrehumano de los sirvientes, los preparativos estuvieron listos a tiempo. El día de la boda sería inolvidable por muchas razones. El salón real estuvo abarrotado por personajes de distintos lugares, entre los que resaltaban el rey Amiasaf y su familia; ellos no habían llegado en días previos como los demás, sino que llegaron justo el día de la ceremonia, en la mañana.
Miriam llegó en compañía de Hur con los últimos invitados, agarrándose del brazo del joyero tímidamente. Llevaba puesto por primera vez un vestido de lino y el cabello recogido en una trenza. Leila la había ayudado a prepararse con las joyas que Hur le había regalado: unos pendientes de oro, una cadenita, y la pulsera de la primera cita. En comparación a las demás mujeres su arreglo era sutil, pero lo suficientemente exótico para que combinara con las demás y que ella misma sintiera que había cambiado su apariencia entera. La princesa Henutmire la observaba de lejos con algo de desasosiego mientras Yunet permanecía a su lado, sonriente, aguardando la entrada magistral de su hija, hasta que la princesa la desconcentró.
—La prometida de Hur es linda, ¿no te parece? —dijo Henutmire, todavía sin apartar la mirada triste de Miriam. En sus palabras iba oculta una velada sensación de celos.
Yunet volteó a ver a la hebrea de pies a cabeza, e hizo un gesto de repugnancia.
—Pues yo no lo creo así —contestó—. Más bien diría que es poco agraciada en comparación al resto de las mujeres aquí presentes.
—Este día tu hija será la más bella del lugar, sin duda —dijo Henutmire—, pero... ¿Sabes? Creo que comprendo que Hur se haya enamorado de esta chica... Es joven, bonita, fértil... —a la princesa se le vinieron de pronto a la mente todos los abortos "espontáneos" que había tenido y suspiró con melancolía, acariciando la copa que llevaba en la mano.
—Señora... —dijo Yunet apoyando su mano en el antebrazo de la princesa, a modo de consuelo—, ¿sabe lo que pienso?, que usted siempre ha tenido una belleza que incluso causaría envidia a todas las diosas. Y estoy segura de que todos esos pequeños inocentes que perdió están danzando felices en el mundo de los muertos, protegidos por todos nuestros dioses. Anímese un poco, hoy no es un día para pensar en cosas tristes.