Capítulo 32

3.5K 325 103
                                    

Luego de que las mujeres de la familia se marcharan a Kom Ombo, Ramsés dejó de comer en el salón y se recluyó en sus aposentos a la hora de las comidas; de modo que pasaron días enteros en los que Miriam no lo vio ni supo nada de él. Ya que Iset no estaba, la hebrea tuvo que adherirse nuevamente a la rutina del harem y cumplir con las tareas que se ejecutaban dentro del mismo.

El harem se mantuvo en su ritmo habitual durante los primeros días. Antes de irse, Tuya había nombrado a una directriz temporal que siguió llevando las riendas con la misma severidad que ella, y que cumplió a cabalidad la orden que se le dio: deshizo algunos cambios efectuados por la nueva reina, trayendo de regreso a las doncellas más hermosas que antes habían sido trasladadas a otras casas Jeneret por la inseguridad de Nefertari. Luego las embelleció y las dotó de ropas y accesorios que las hacía lucir como auténticas diosas en la tierra, y las reentrenó en el arte de la danza.

En el transcurso de una semana, no sólo el harem fue llenándose de esas figuras seráficas de rostros provocativos; en el palacio en general, también comenzaron a aparecer nuevas personalidades masculinas que acapararon la atención femenina por su porte isigne: la reina Tuya no se había dejado conmover por la zozobra de Nefertari, y además de ordenarle a la nueva directriz del harem que reuniera a las jovencitas más bellas, poco antes de su partida había distribuido invitaciones a algunos príncipes, magistrados y nomarcas amigos de Ramsés, con la intención de hacer que su hijo se sintiera acompañado y evitara encerrarse en sus aposentos.

La directriz organizó la recepción de los invitados y se encargó de instalarlos en habitaciones conjuntas, tarea que fue sencilla porque todos venían únicamente acompañados por sus valijas. Eran jóvenes y casi ninguno tenía esposa ni familia. Se conocían entre sí y habían compartido con Ramsés desde niños, algunos gracias a que los trabajos ilustres de sus padres les permitió asistir a la misma escuela junto a los príncipes, y otros por derecho propio, ya que eran hijos de concubinas que habían compartido cama con Seti.

La llegada de sus antiguos colegas, tomó por sorpresa al faraón, quien no había visto a la gran mayoría desde el último cumpleaños de su padre; pero con el solo hecho de verlos su ánimo se elevó, porque en seguida recordó los buenos tiempos de su infancia y adolescencia, cuando la única preocupación de su vida era aprender las lecciones de la escuela y los entrenamientos.

A lo largo de los primeros días, Ramsés realizó reuniones tranquilas junto a ellos. Hacían torneos de caza, carreras a caballo, natación, lucha, o a veces sólo se sentaban a hablar y usar juegos de mesa si amanecían agotados por las actividades del día anterior. Sin embargo, aquella rutina cambió, y luego de las primeras semanas comenzaron a organizarse fiestas nocturnas, en las que las doncellas preparadas por la directriz tuvieron la oportunidad de hacer su aparición.

Pese a que ninguno de los amigos del faraón tuvo problema en sucumbir a los encantos de las jóvenes, Ramsés hizo su mayor esfuerzo por mantenerse alejado de ellas, bajo la amenaza del remordimiento que le produciría incurrir en una falta mientras Nefertari estaba ausente. Pero ya que le era imposible estar a metros de las chicas en medio de la fiesta, y tampoco quería actuar como si estuviese ahuyentando moscas, lo máximo que se permitía era bailar con ellas y dejarse abrazar, hasta que a alguna se le ocurría intentar sobrepasar la barrera y entonces terminaba esquivándolas o marchándose de la fiesta. Por desgracia, este método para salvaguardarse de la tentación quedó sin efecto cuando, entre el enjambre de doncellas, apareció una que capturó su atención.

La muchacha era quizá una de las mejores bailarinas. Desprendía de sí un encanto embriagante y tenía además un parecido innegable con Nefertari, gracias al cual no tuvo que esforzarse mucho para atraer al faraón. Después de percibir que éste no dejaba de observarla, ella había comenzado a remolonear en torno a él, buscando quebrantarle la muralla de castidad, y aunque el faraón trató de mantenerse firme en su posición, se fue sintiendo cada vez más arrastrado por la corriente abrasadora de la joven. Una noche finalmente decidió bailar con ella, pero sólo hasta que terminaron la segunda pieza musical fue consciente de su error: de repente la chica lo abrazó por el cuello, y le susurró al oído una frase que lo dejó alienado. En seguida se separó de él con una sonrisa, y sin decir más se encaminó a la salida, sabiendo a la perfección que arrastraba a su paso la mirada de Ramsés, quien tuvo que hacer un esfuerzo mayor para desprenderse de ella y no seguirla.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora