El pueblo hebreo busca incansablemente a su salvador desde hace siglos. Moisés escapó de Egipto y parece que la libertad para los esclavos jamás llegará, hasta que Miriam parece hallar una salida en el corazón de Ramsés. "Libi Shelekha" es una histo...
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Nefertari e Iset regresaron de Kom Ombo dos días después, acompañadas por Yunet, y sólo la mitad del séquito de sirvientes con el que habían partido, porque la reina Tuya y la princesa Henutmire optaron por alargar su viaje un par de semanas más.
La Gran Esposa Real había sentido su propia ausencia tan prolongada que, cuando descendió del barco, le pareció estar pisando una tierra donde no había estado en años, y caminó por la rampa, fijándose muy bien en todo lo que alcanzaba su vista para saber si algo en el ambiente había cambiado. Yunet hizo lo mismo; pues si su hija sintió extenso el viaje, a ella le pareció interminable. Iset, por su lado, bajó del barco como cuando había llegado por primera vez de Megido: con un poco de desaire e incertidumbre.
En el puerto las esperaba una suntuosa recepción de bienvenida. La comitiva aguardaba bajo el pujante sol de las once, sosteniendo en alto cintas de colores que ondulaban al aire con un movimiento rotativo de las manos, tocando música, cargando trabajosos ramos de flores, sombrillas, comida y bebida, y las literas para transportar hasta el palacio a las mujeres.
Viendo a la multitud reverenciosa y dispuesta para ellas, Yunet sintió la alegría de retornar a la excelsa vida que tanto había añorado aquellos meses encerrada en los templos, donde por respeto a los dioses y sacerdotes no pudo darse la libertad de disfrutar como quería. Sin embargo, su dicha perdió intensidad cuando notó que, entre la multitud, faltaba la figura más importante de todas: Ramsés. La ausencia del faraón, le pareció un mal augurio para su retorno. No imaginaba qué clase de situación habría impedido que él estuviese allí en un día tan especial como ese. No debía tratarse de un problema minúsculo si se había visto obligado a perderse la llegada de Nefertari, pero tampoco tan grande si había permitido la presencia de sus ministros más importantes, cuyos rostros lucían completamente encalmados entremedio de la comitiva.
Cuando el séquito arribó al palacio, Yunet ya estaba bien informada sobre los cambios que se habían operado en el harem durante su ausencia, y los ministros le habían notificado que el faraón se había ausentado de la recepción de bienvenida debido a que sostenía una reunión inaplazable con el monarca de Punt. Nefertari, que aún conservaba el parsimonioso dominio de sus emociones, inculcado en los templos, tomó con tranquilidad la noticia del regreso de las bellas al palacio; pero Yunet —que no había asistido a ninguna de las sesiones de meditación, y aunque lo hubiese hecho, ninguna habría sido suficiente para atenuar su acritud— llegó más aviesa que antes a reponer el orden.
Iset fue la primera en ingresar al harem. Las siervas, entre ellas Miriam, le dieron una amable bienvenida y recibieron el equipaje que traían los sirvientes. Enseguida, un guardia anunció a grandes voces la presencia de Nefertari, y todas las doncellas dejaron lo que estaban haciendo para inclinarse ante la reina. Yunet entró y anduvo circularmente por el harem, recorriendo a todas las doncellas con una mirada relampagueante que parecía un radar para grabarse los rostros, y después de observar a Miriam con la repugnancia de siempre, sus viperinos ojos se detuvieron en Nayla y sus amigas del harem, y se acercó a ellas para recibir el abrazo de bienvenida que le ofrecían. Nefertari dio la orden para que las doncellas retomaran sus actividades y luego se acercó a su madre.