Capítulo 31

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En la mañana, Iset envió a su sierva al cuartito de Miriam para ayudarla con la mudanza, pues ahora que la hebrea sería su segunda dama, esta debía trasladarse a los aposentos de su señora para estar siempre pendiente de ella

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En la mañana, Iset envió a su sierva al cuartito de Miriam para ayudarla con la mudanza, pues ahora que la hebrea sería su segunda dama, esta debía trasladarse a los aposentos de su señora para estar siempre pendiente de ella.

La habitación de Iset era casi tan amplia como un salón y tenía dos divisiones: una destinada para el baño, y la otra para el cuarto de sus sirvientes; la sierva condujo a la hebrea a esta sección que además tenía su propia puerta hacia el pasillo para salir sin molestar a su ama. Le explicó que ambas dormirían en el mismo cubículo y le aconsejó que cuidara muy bien su puesto, pues a pesar de que Iset tenía derecho a ser servida por cuatro damas, sólo las dos más importantes podrían dormir en la misma habitación con ella, mientras que las otras deberían quedarse en el harem.

Iset ingresó a los aposentos cuando Miriam había terminado de desempacar, y le dio la bienvenida. Acababa de desayunar con Ramsés y su familia, y le contó a la hebrea que el faraón había estado de acuerdo en que ella fuera su dama. Miriam le agradeció por haberla defendido de las garras de Yunet, y como aún llevaba encima la molesta y calurosa peluca, Iset se la quitó y la arrojó a la basura.

A partir de ahora no tendrás que usar más esa cosa —le dijo, sonriente—; siéntete orgullosa de lucir tu cabellera.

Gracias a que Iset compartía las tres comidas diarias en la misma mesa con Ramsés, Miriam pudo comenzar a ver al faraón con frecuencia. Sin embargo, él procuró ignorarla tanto como pudo, ya que no quería incurrir en ninguna falta que pudiese molestar de nuevo a Nefertari, y menos ahora que finalmente los dos estaban arreglando las cosas. Luego de haberle hecho el desplante en la cena aquella noche, la reina le había hablado para pedirle perdón, y Ramsés decidió olvidar todas las ofensas porque lo único que quería era volver a estar bien con ella.

El faraón esperaba ahora que la hebrea fuera discreta, y no anduviera por ahí contando que él la había llevado a la sala del trono para hablar y escuchar su música, ya que eso podría generar rumores malintencionados. Pero en realidad no hubo de qué preocuparse, porque Miriam se guardó el secreto y, al igual que Ramsés, actuó como si no hubiese ocurrido absolutamente nada. Seguía muy bien el protocolo de nunca mirarlo a los ojos y menos dirigirle la palabra, a menos que él mismo lo indicara. Y así ambos siguieron durante la siguiente semana: pasando por alto el suceso de aquella noche afable.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora