Capítulo 62 - Miriam

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Pasó el mes de Thot y pasaron Paophi y Athyr

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Pasó el mes de Thot y pasaron Paophi y Athyr. Aquel año la inundación fue alta; Isis había llorado copiosamente. La fiesta del Valle se festejó con la debida pompa y solemnidad. Celebramos también nuestros cumpleaños y ofrendamos con magnitud a los dioses para agradecerles el primer año de nuestro Siptah. La estación de Ajet terminó con el mes de Koihak y se inició Peret, cuando se retiran las aguas y se siembra. Un año más había transcurrido desde nuestro matrimonio, y tus brazos seguían siendo nubes que transformaban la vida en aire navegable.

Yo comencé a ejercer de lleno mi trabajo en el harem y resarcí el mal manejo que había perdurado desde el liderazgo de Yunet: volví a juntar a las mujeres hebreas con las egipcias y velé para que el trabajo de todas fuese equitativamente valorizado. También dirigí a los sirvientes con amabilidad y firmeza, minimizando los problemas para evitar la intervención de los ministros. Trataba de ser muy diligente y parecía estar en todas partes al mismo tiempo, y lo mejor de todo era que jamás me agotaba: después de que empecé a amar mi trabajo, sentí que este me recargaba de energía.

En la sala de audiencias procuraba mostrarme siempre sabia y precisa, como la jueza imparcial que debía ser, y aunque llegaban a los tribunales terribles casos de discriminación y otras injusticias hacia mi pueblo, logré demostrar a través de mi dominio y rectitud cuán merecedora era de portar la corona de reina.

Sólo hasta que se cumplió ese último año atendiste mis palabras sobre la liberación del príncipe Jahí y sus dos familiares, y ordenaste que los sacaran de prisión para someterlos a un nuevo juicio en el que yo participé. Desde su captura, el príncipe nubio había permanecido recluido en Tebas junto a su hermana y su esposa, de modo que los tres fueron trasladados hasta Pi-Ramsés por las fechas en que comenzaba mi cuarto año de gobierno.

Jahí no había cambiado mucho desde la última vez que lo había visto: seguía conservando una complexión atlética y lozana, aunque más delgada, porque la alimentación de la cárcel no solía ser completa ni balanceada. Las dos mujeres que lo acompañaban, por su parte, habían bajado mucho de peso y ya no ostentaban las curvas que anteriormente lucían con orgullo. Los tres, sin excepción, entraron a la sala con un gesto impasible que en realidad ocultaba una profunda turbación; lo noté por la forma tan inquieta en que sus manos esposadas se contraían y se frotaban entre sí. Todos nos hicieron una reverencia.

Bienvenidos a Pi-Ramsés —les dijiste, sentado en tu trono a mi lado—. Este favor se lo deben a mi reina. —Estiraste la mano para tomar la mía, y los tres reclusos alzaron brevemente la cabeza para mirarme. Sus ojos gélidos y tensos denotaban no esperar nada bueno de mi parte, pero se tornaron sorprendidos y esperanzados cuando escucharon que se les concedería el perdón social gracias a mí.

Han pasado tres años desde aquel atentado en mi contra —les recordaste—. Por su osadía, Nubia fue anexada como una provincia de Egipto desde entonces. Pero sinceramente espero que en estos largos años ustedes hayan podido reflexionar a fondo sobre sus culpas...

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora