Capítulo 4

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En medio del caos desatado por la repentina muerte del rey Seti, el general se dirigió esa misma noche junto a una tropa a la zona de los templos, esperando hallar a Ramsés como lo había sugerido el faraón un poco antes de fallecer

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En medio del caos desatado por la repentina muerte del rey Seti, el general se dirigió esa misma noche junto a una tropa a la zona de los templos, esperando hallar a Ramsés como lo había sugerido el faraón un poco antes de fallecer. Pero solo consiguió multiplicar su desesperación al no encontrarlo allí.

En toda la noche los soldados no cesaron de buscar al príncipe; y como era de esperar, ni la reina Tuya, ni la princesa Henutmire lograron conciliar un minuto de sueño debido a la desgracia. Consideraban la muerte del rey y la desaparición del príncipe como un castigo impuesto por los dioses, de modo que pasaron aquella noche junto a Paser, realizando múltiples peticiones y ofrendas para que las deidades velaran por el alma del fallecido rey, les perdonaran cualquier ofensa y les ayudasen a encontrar a Ramsés.

En la villa, Jocabed, Amram, Aarón, Abigail y Zelofehad seguían buscado a Miriam callejón por callejón, preguntándola a cada persona, e incluso llegaron a preguntarla a los dos ladrones sin saberlo, quienes descaradamente aseguraron no saber nada, pero prometieron informarlos si llegaban a verla. Habiendo dado ya varias vueltas por la villa, Amram les dijo a sus acompañantes que lo único que les quedaba por hacer era volver a casa, esperar a la mañana siguiente y pedirles ayuda a Leila y Uri para buscar a Miriam por las calles de Egipto.

 Habiendo dado ya varias vueltas por la villa, Amram les dijo a sus acompañantes que lo único que les quedaba por hacer era volver a casa, esperar a la mañana siguiente y pedirles ayuda a Leila y Uri para buscar a Miriam por las calles de Egipto

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Miriam y Ramsés transitaron toda la noche siguiendo la estrella Polaris, pero a pesar de que el caballo había andado muchísimo, ante sus ojos la estrella seguía teniendo el mismo tamaño. Al amanecer decidieron detenerse, pues el caballo, evidentemente cansado, ya caminaba despacio y acezando.

Ramsés admitió estar perdido y no saber a dónde dirigirse, lo cual le pareció una terrible ironía a Miriam, ya que muchos metros atrás el príncipe venía jactándose de que sabía ubicarse muy bien gracias a las expediciones que realizaba junto a las tropas. Aún así ella mantuvo la calma y se limitó a escuchar en silencio las maldiciones que ya empezaba a murmurar el príncipe, hasta que notó la silueta de una caravana transitando no muy lejos de ellos y alzó la voz para interrumpir las quejas de Ramsés.

Sin perder tiempo, ambos tomaron el caballo y corrieron al encuentro del grupo, mientras Ramsés se retiraba todas sus joyas y las ocultaba en el bolsillo de la ensilladura para evitar ser reconocido como un príncipe.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora