Capítulo 19

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Cuando Ramsés regresó de su viaje, se encontró con la triste noticia de que la búsqueda de Moisés no había dado resultados. Las tropas ya habían vuelto y dieron el informe de no haberlo hallado en ningún pueblo cercano.

Henutmire estaba hecha un mar de lágrimas cuando recibió al faraón y le rogó que extendiera la búsqueda hasta encontrar al menos una pista de su supervivencia, pero el general contrarió la idea, ya que no podían arriesgar a las tropas a que siguieran vagando por el desierto. Se le ocurrió que Moisés había pasado desapercibido entre los pueblerinos, pero lo único que recomendaba hacer ahora, era pedirle a los dioses que por lo menos estuviera con vida.

Ramsés quedó muy abatido con la noticia. Había depositado todas sus esperanzas en la búsqueda y sintió que había perdido a su hermano para siempre. Le pidió a uno de los soldados que le informaran a la familia de Moisés en la villa sobre lo ocurrido, y para despejarse salió al jardín para cumplir la cita matutina con su prometida en el desayuno.

Teti se demoró bastante en llegar, y mientras Ramsés la esperaba, la reina Tuya se acercó a hablar con él. Imaginaba que su hijo no se sentía nada bien después de la novedad y quiso darle un poco de aliento.

—Creo que Disebek tiene razón —dijo ella—; Moisés pasó desapercibido entre los demás habitantes. Estoy segura de que él está bien y de que los dioses lo están favoreciendo donde quiera que esté.

Lejos de aliviarse, el faraón pareció deprimirse aún más.

—Desde que Moisés se fue todo ha sido como una pesadilla: Nefertari se marchó, me perdí en el desierto, murió mi padre, aunque soy el rey tengo que casarme con una mujer que no quiero... y ahora ni si quiera pude traer a mi hermano de regreso.

Tuya entendió que cualquier palabra para animar a su hijo sería inútil, y como mejor recurso se sentó junto a él para estrecharlo en sus brazos. Cambió el tema para apartar a Moisés de sus mentes por un momento, y le preguntó cómo había ido su estadía en Megido.

Ramsés cambió el semblante triste a uno más vivo; estaba satisfecho con los resultados del viaje y le resumió a su madre todo lo ocurrido. Lo único que no lo había dejado tan satisfecho era su segunda prometida. No entendía muy bien por qué ella no le había agradado del todo, pero esperaba que por lo menos no fuera tan irritante como Teti. Hablando de esta última, a Ramsés y a Tuya se les hizo raro que la chica aún no llegara al desayuno y enviaron a uno de los sirvientes para averiguar si estaba bien. Entre tanto, Ramsés le preguntó a Tuya si todo había estado en orden en el palacio durante su ausencia, y ella respondió que la única novedad era que el joyero real quería renunciar a su trabajo.

—Hur vino a hablar conmigo hace unos días —explicó la reina—; su razón para irse era que quería contraer matrimonio con una mujer de la villa.

—¿Y por qué no la trae a vivir aquí?... ¿acaso esa mujer es como ciertos hebreos que reniegan de nuestros dioses? Hur tiene que ser muy tonto para querer abandonar esta vida soñada e ir a vivir en medio de la inmundicia.

—No es exactamente por cuestiones religiosas que él quiere marcharse —dijo Tuya—. Es porque, aunque quisiera, no podría traer a esa mujer al palacio. Está seguro de que tú no la permitirías aquí.

Ramsés trató de recordar si tenía problemas con alguna mujer de la villa, pero no encontró a nadie en especial. Cuando Miriam se apareció entre las posibilidades, el rey miró a su madre con sorpresa, esperando la confirmación de su sospecha.

Libi ShelekhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora