Ale
— Despierta.
Su voz grave y suave junto a mi oído me obliga a abrir mis ojos, al tiempo que una de sus manos de Daniel me quita el cabello del rostro. Ya no hay música en el coche. El está mirándome con la cabeza echada hacia atrás, ampliando su campo de visión. ¿ En que momento me he movido? ¿El lo hizo? Tengo la mejilla pegada a su ancho tórax. El perfume que usa a aguas frescas inunda mis fosas nasales mientras noto el latir pausado y calmado de su corazón.
— Hemos llegado, nena— anuncia con voz suave.
— ¿ Como he llegado hasta aquí?,__ pregunto desorientada. Me siento aturdida. Y sin saber que hacer.
— Te movías intranquila. — dice al tiempo que me acaricia el labio inferior con el pulgar, lo que hace que cierre los ojos —. No dejabas de murmurar cosas ininteligibles, así que te ayude a estar mas cómoda.
__ ¡¿Que cosas?! — salto a la defensiva.
¡¡¡Madre mía!!! A saber que he dicho mientras me encontraba en los brazos de Morfeo y, por como me mira Daniel. No es algo bueno. Estoy segura. Me remuevo incomoda e intento reincorporarme en vano. No me lo permite, me sujeta por los hombros con de delicadeza, pero con firmeza, como si tratara de evitar que separe nuestros cuerpos.
— No has dicho nada — dice.
— ¿Nada? — murmuro. Sin saber que hacer, quiero incorpórame y enfrentarme al el. Pero a la vez no quiero hacerlo.
Niega con la la cabeza, atrapa su labio inferior y adopta una expresión pensativa. Sigue deteniéndome con una mano en un brazo me da un beso en la frente. Mientras con el pulgar de su mano traza círculos en mi brazo… calmándome. Su tacto me calienta al instante. No tiene la menor intención de decirme nada y cuando escucho que Josh vuela fuera se vehículo, le abre la puerta y el me incorpora. Baja de su Aston Martín, rodea el coche con paso tranquilo, marca sus andares, luego me abre la puerta. Me ofrece la mano. No vacilo. La agarro y salto afuera del coche.
— ¿Que dije?,__ insisto cuando entrelaza nuestras manos y empieza andar por el camino de graba. Tengo que poner mis pies en marcha. Lo hago y camino a su lado sintiendo el crujir de la piedra bajo nuestros zapatos.
— No tiene importancia. Olvídalo,— declara sin detenerse.
Hago un ruido de fastidio con la lengua. Reprendiéndolo. Se detiene en seco, lo que provoco que también yo lo haga. Ladea la cara y me mora con una ceja enarcada.
— Lo has vuelto hacer,— me gruñe.
— ¿Hacer que?,— me hago la sueca. Se que he hecho. Lo he regañado con un sonido… otra vez. Pero uso su táctica.
— No te hagas la listilla conmigo, Alessia. — Está serio. Sigue andando y yo también.
— Solo dime que dije. No es tan difícil.
— Ya te lo dije: no entendía nada de lo que decía tu preciosa boca,__ su tono parece sincero… pero no me lo trago. Si que lo sabe, pero no me lo quiere decir. — Debí esforzarme más y no dejar que no te fueras hoy,__ gruñe por lo bajo al tiempo que se mete las manos en sus bolsillos y saca un llavero. Lo introduce en la cerradura. Abre la puerta, me coge la mano y me lleva al interior de la casa Adams mientras murmura para si mismo: — debí hacerlo.
Pongo los ojos en blanco ante su susurros. Solo lo dice por que no le hice caso. No nbstante no digo nada o seguiremos en lo mismo. ¿Que dije entre sueños?
Como siempre la casa de Daniel no hay una alama. Esta vacía y en silencio. Perfecta, como el. Todo lo contrario a mi cabeza que me da vueltas gracias al vino y a las dudas que tengo. Nos se que estoy haciendo, pero de una cosa estoy casi segura. Daniel Adams es un misterio que cada vez me fascina e intriga mas.
— ¿Puedo usar tu baño? — le pregunto cuando Daniel hace que sus caros zapatos se detengan en medio del salón. Necesito refrescarme antes y despertarme del todo, recomponerme.
Asiente. Me agarra el menton entre el dedo índice y el pulgar, me obliga a mirar hacia arriba y yo se que hará lo que se ha muerto por hacer en la casa se Ava. Su lengua sale y se relame luego se inclina y me da un lamida en los labios que me deja sin aire en los pulmones. Aprieto los dedos de los pies dentro de mis converses.
— No tardes.
— Diez minutos — digo en un hilo de voz, casi inaudible. Mientras boqueo como un pez.
— Te espero en el comedor,— me informa.
— Esta bien — doy media vuelta sobre mis talones y atravieso el salón.
Subo las escaleras con la mirada de Daniel clavada en mi espalda. No me detengo hasta llegar al cuarto de baño y me coloco frente al espejo del lavabo con encimeras oscuras; a la cueles estoy aferrada con las manos y los nudillos blancos por la fuerza que empleo para hacerlo. Tengo los ojos achispados por el vino. Abro el grifo, junto las manos debajo y me echo agua a la cara intentando aclararme e ignorar a mi entrometida subconsuente que grita como una mona en selo: ¡Daniel nos cuidara tonta! ¡Y nos hará perder la cabeza! Y lo ¡¡¡amamos!!!. Sacudo la cabeza y me pellizco las mejillas intentando encontrar algo de color que no sea lo pálida que me veo, luego salgo.
Me quedo inmóvil en medio lumbral de la puerta del comedor, observando como dispone la comida en la meza. Se que si Daniel lo quisiera alguien mas lo haría por el, pero me gusta pensar que lo hace para no sentirme incomoda. Y también para que todo salga como el lo planea. Aun que mi estomago no creo que colabore mucho. ¡¿Madre mía! ¡Madre mía! ¡ Madre mía! quien tiene almuerzos de este tipo donde hablan de clubes de castigos y azotes? Desde luego yo no. ¿Daniel si? Dejo de darle vueltas y me centro en admirar al Dios griego que coloca cada plato en su sitio para luego tomar dos copas y depositarlas al lado de cada plato de la mas fina porcelana. Le siguen loa cubiertos; los coloca tranquilamente de adentro hacia afuera. Sigo mirándole sin que se percate de mi presencia. Su lenguaje corporal grita satisfacción y felicidad absoluta, como la de esta mañana cuando lo descubrí tarareando la canción mientras gesticulaba con el brazo. Eso fue después de que le confirmara con palabras que si quería jugar con el.
— Ya se que estas observándome, Alessia. — deja en su lugar una servilleta de seda blanca.
— Hola, —mascullo y empiezos andar.
— Veo que aun no has huido.
— No, aun no lo hago. Y no lo haré nunca— le confirmo lo que ya sabe.
— ¿Te sorprende que este haciendo esto? — Inquiere.
— En absoluto — le digo al tiempo que niego con la cabeza —. Me gusta.
— A mi me gusta hacer lo mejor para ti. — sonríe y me deja tonta. Babeando —. Ahora me dirás que hacías en mitad de la puerta, señorita?
— Si. — sabe lo que hacia, pero el muy arrogante quiere que se lo confirme. Lo hago —: solo admiraba un Dios griego,__ sonriendo. ¡No vuelvo a beber alcohol! Lo acabo de decidir.
Asiente satisfecho. El calor se posa toda en mi cara y seguro estoy roja como un tomate. Como no.
— Me haces feliz, señorita. — se pone recto y luego se coloca detrás de una silla. — Siéntate por favor,— pide. Sus modales son impecables.
Lo hago y el arrima la silla y me deja perfectamente colocada en la mesa. Entonces Se inclina, pega la boca a mi oreja. Su aliento tibio hace que me hierva la sangre al instante, trago saliva ruidosamente. Siento que sonríe.
— Haremos esto rápido por que el Dios griego quiere admirar su obra de arte.
Ahogo un grito que dice: ¡¡¡viva yo, que soy la fascinación de este Dios!! Aprieto los muslos al sentir humedad en mi sexo.
— Lo mismo digo, — lo provoco.
Me gusta este Daniel. El juguetón. El seductor. El que es el mismo. No el hombre impasible que es ante todos. Y menos el que se hizo presente en el apartamento de Ava. Al que solo yo pude ver como le costaba no abalanzarse encima de su hermana y arrebatarle la cámara de las manos para luego hacerla añicos.
— Lo estoy deseando, señorita — declara. Me da un beso en el hombro, suelta el respaldo de la silla, camina y ocupa su lugar. La cabeza de la mesa.Nota del autor:
Querid@s lector@s he decidido publicar hoy en agradecimiento a su paciencia.
Atentamente. Max. G. Herrera, autor de Esta noche pídeme lo que quieras.
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Esta noche pídeme lo que quieras. [+18 ]
Roman d'amourEmbestida de sus caderas y ya estoy en el cielo... Empellón y su manera de mirarme ya estoy de regreso en la tierra... Daniel es así de impresionante y las mujeres que disfrutan de su compañía difícilmente lo olvidan. Pero lo que a el le gusta...