EXTRA II

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Alexandra

Hace ocho años.

El sol lastima mis ojos a través de la tela, es la idea de la prueba, ver qué tanto puedo sentir y herir sin realmente ver lo que estoy haciendo, o alguna estupidez de esa. Pero mi cabeza no está en el campo de entrenamiento, se nota por la sangre que mi compañero me está sacando y por el ardor que cada una de sus cortadas me provoca.

No me molesta ver el color rojo, de hecho, logra calmarme, como si fuera esto a lo que siempre estuve destinada. Creer eso es mejor que pensar que no tengo propósito en este mundo.

Una cosa como esa me dijo Malik el otro día; El propósito es lo que nos mueve, aquel salvavidas al que nos aferramos cuando caemos en el mar de la desesperación. El propósito nos impulsa y nos marca el camino. Si mi camino es la sangre, que así sea.

No me molesta o al menos no tanto como pensé que lo haría. No tengo casa, no tengo familia, no tengo un nombre propio... No tengo nada, salvo mi sangre.

Un pequeño grito sale involuntariamente cuando el acero de mi contrincante logra hacer más que una cortada superficial en mi brazo. Arde, quema y las lágrimas quieren correr libres por mi rostro pero me obligo a retenerlas. Mi mandíbula duele por tenerla tan apretada, no quiero volver a llamar la atención. Hay cosas peores que un cuchillo atravesando tus músculos.

—Estás sangrando mucho, Roja, ve a la enfermería —comanda mi entrenador, puedo sentir el desdén en su voz. Es nuevo pero igual de cruel que el resto de los maestros, sólo que todavía no aprendió que puede descargar sus perversos deseos con los estudiantes, y temo por el día en que lo haga.

Me limito a asentir y caminar a la pequeña tienda que puede considerarse como enfermería. Hace mucho no caminaba por el patio del colegio militar que la academia usa como patio de entrenamiento, siempre estamos apartados de los demás estudiantes. Ellos dicen que es porque somos especiales, pero yo me di cuenta de la verdad, es por que somos prisioneros.

El patio está desierto, creo que los chicos normales están de vacaciones, ojalá pudiera tener de esas, mi cuerpo está tan cansado y adolorido de tantos golpes o ejercicios, mi mente parece a punto de hervir con todo lo que nos obligan a estudiar. Odio este lugar, pero no tanto como odio la impotencia de saber que no hay escapatoria, ese sentimiento de estar en una prisión aún sin verla realmente, esa opresión, esta violencia que se respira.

Me está cambiando, puedo sentirlo, y me da miedo lo que pueda llegar a convertirme.

Los sollozos me detienen antes de entrar, las súplicas débiles y el sonido de movimientos forzados logra ponerme alerta. Camino despacio, tratando de reunir la agilidad que Lady Wendy nos enseña para no hacer sonido, pero no hay clase que me prepare para ver a mi amiga temblando e intentando sacarse el cuerpo del maestro Bernard de encima.

Él es mucho más grande que Vanessa y verlo desnudo me saca el aire de golpe. La presión cae a mis pies entendiendo la situación y el pánico me clava en mi lugar, y me odio por ello.

Tiemblo como si fuera una hoja de papel, como si mi cuerpo hubiera entrado en shock, sintiendo las gruesas manos quemando mi piel en vez de la de mi amiga. El miedo es un sentimiento tangible que me traga completa, oscureciendo mi visión, la fuerza abandonándome.

Pero es esa negativa temblorosa, ese pedido desesperado de mi amiga lo que me despierta. Suena tan frágil, con catorce años somos frágiles. Nos prometimos cuidarnos, enfrentarnos a los monstruos juntas, siempre juntas. No puedo dejar que el miedo me controle cuando le están por hacer daño, algo que rompería a cualquiera.

Despierto, intentando controlar los temblores e ignorando la voz susurrante del maestro que dice cosas desagradables que casi logran hacerme vomitar. Vanessa cierra los ojos con fuerza, resignada, y eso es lo que despierta mi furia.

Nos quieren dóciles, sumisas, resignadas a que pueden hacernos lo que quieran, pero no a nosotras. Ella es mi amiga, tal vez lo único que tengo, y voy a enfrentarme a los monstruos para llegar a ella.

Siento mi corazón galopar en mi pecho, aturdiéndome con el sonido, con miedo de que incluso Bernard pueda escucharlo, pero sigue muy ocupado separando las piernas de Vanessa, luego de haberle sacado la ropa.

Él se pone de espaldas a mi, lo que aprovecho para acercarme y que mi pierna le de una pasada a la parte trasera de su rodilla. Su pierna se flexiona, casi dejando que vaya al piso gruñendo, y con mi brazo flexionado encierro su cuello, intentando que mi fuerza sea suficiente para cortarle el paso de aire.

Como su cuerpo es más grande no le cuesta nada golpearme con su codo en mis costillas, suelto un grito ahogado. No estaba preparada para ese dolor, ¿Y si me rompió una costilla? Vanessa abre los ojos gracias a mi sonido y me ve con asombro, junto con un profundo agradecimiento y terror, antes de bajarse de la camilla y patearle las bolas al maestro. Eleva la pierna una última vez y se asegura de dejarlo inconsciente con un golpe en la cabeza.

—Lexie —Vanessa tiene las mejillas coloradas, los ojos hinchados, pero aún así, el nudo de mi estómago desaparece con alivio porque sigue estando ahí... Ese brillo, eso que hace que sus ojos almendrados sean únicos.

Abro los brazos, aunque me sienta incómoda con el contacto, creo que lo necesita. Y ella no duda, me aprieta con fuerza, como si nunca pensara en dejarme ir, y puedo empatizar con ese pensamiento.

Ella y yo, juntas contra los monstruos.

—Dios, estás llena de sangre —exclama conmocionada—. ¿Estás bien?

Ahora que la adrenalina se fue de mi sangre, noto lo débil que estoy... No, creo que no estoy bien. 

❤❤

Amo los extras, hay tanto que nuestra asesina pasó en su academia, que hasta me dan ganas de hacer todo un libro. Pero no. 

La universidad no me deja. 

Espero que los disfruten tanto como yo ❤

En La Sangre  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora