Epílogo

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8/8 ;( LLOREMOS.

Mark

Los músculos de mi espalda están tensos, estamos bajo presión, con amenaza de una puta guerra por el territorio, y encima hacer de mensajero..

Avanzo con paso pesado hacia la cocina, las luces están apagadas pero no me molesto en prenderlas, conozco dónde está cada cosa en este lugar.

—Beber café a la noche, debería estar prohibido —su voz permanece afilada, incluso cuando hay un tono de broma en ella—, a menos que esperes no dormir en toda la noche.

Como casi todas las noches, ella se encuentra en la mesada, sentada con un tarro de helado de chocolate frente a su rostro. Por la luz que entra del pasillo distingo su silueta con facilidad.

—Comer dulces también debería estar prohibido para los niños —mascullo.

Ella levanta una ceja.

Hace tres semanas que la rescatamos, el segundo día salió huyendo de aquí, Gabriel casi enloquece. Pero han estado encontrándose en lugares neutros, ahora ella parece querer venir más seguido, incluso se queda a dormir, cosa que no parece hacer mucho porque no es la primera vez que nos encontramos en la cocina a altas horas de la madrugada.

—¿Van a salir esta noche?

Me tenso pero no digo nada.

—¿Puedo ir? —gruñe.

—Si ya sabes la respuesta, no sé para qué preguntas —le doy un suspiro cansado. Volteo a encararla, con la taza de café en mis manos.

—Tienes razón, no necesito ni preguntar. Voy a ir —avisa.

Apoyo de un golpe la taza en la mesada, rodeándola para acercarme a ella.

—No es momento para que juegues con mi paciencia, amor —gruño, usando uno de los apodos que hace mucho no salía por mi boca.

No estuvimos hablando mucho, salvo esos pequeños encuentros en la cocina donde me encargaba de irme antes que las cosas se salieran de control.

Y comienzo a pensar que es mejor que me vaya ahora, porque cuando su perfume inunda mis fosas nasales, mi sangre se calienta.

—Yo no juego, Bestia —advierte, cruzando sus piernas en la silla al tiempo que me encara.

El simple movimiento delata el corto camisón que trae puesto, dejando más de la mitad de sus muslos expuestos. Trago saliva al verlos.

El brillo de sus ojos verdes parecen destellar en la oscuridad, algo tan malditamente hipnotizante que seca mi garganta y acumula toda la sangre de mi cuerpo en un solo lugar.

Sin darme cuenta, camino los pasos que me separan y la acorralo contra la mesada. Sus piernas se abren para dejarme pasar. Nuestras respiraciones están aceleradas y el calor que nos envuelve solo sirve para nublarme los pensamientos.

—Yo tampoco juego, amor —mi voz sale ronca, y tengo que estirar mis brazos contra la mesada para evitar tocarla.

Su maldito aroma está matándome. Esa sonrisa lasciva que tiene solo me pone más caliente, sabe lo que provoca y eso me enoja. La tensión eriza mi piel, estremece todo mi interior.

Nunca fui un adicto al sexo, de hecho, hace meses que no estoy con nadie porque nunca fue mi prioridad, no cuando mi madre trabajaba y murió por eso... pero con ella cualquier deseo lógico desaparece y una bestia parece tomar control de mis acciones.

Mi cuello se estira y no puedo evitar oler la curvatura entre el comienzo de su hombro. Dejo un beso húmedo para probar la suavidad de su piel y escucho que ronronea, mi entrepierna recibe eso como un aliciente para ponerse duro y un poco doloroso contra el jean.

En La Sangre  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora