Capítulo 17

334 59 10
                                    


Thomás.

—Una alegría que el príncipe decidiera honrarnos con su visita —el tono sarcástico de Víctor se escucha por toda la sala, apenas entra por la puerta principal.

Muy pocas personas saben la ubicación de la casa de Libott y, lamentablemente, estoy entre ellas.

La pequeña mansión se queda corta con las riquezas que tiene escondidas por ahí. La sala es de color blanco, adornada por jarrones de aspecto antiguo, cuadros y almohadones de un azul marino que atrae la atención a quién entre. Ningún portarretrato, ninguna cosa que te haga pensar que alguien vive aquí.

Que yo tenga conocimiento, Víctor nunca tuvo familia, está solo en el mundo. Lo único a que dedicó su vida es a construir su negocio, y es ahí donde hay que atacar para que le duela.

—Hice lo que me pediste en Berlín —gruño molesto, ganándome una mirada por parte de mi padre, sentado en el sillón al otro lado de la sala.

— ¿Acaso debo agradecerte? —Bufa cómico—. Espero que el tiempo que llevas siendo jefe en la empresa no se te suba a la cabeza. Yo soy tu jefe, haces lo que te ordeno y punto.

—Sí, señor —murmuro tenso.

—Lo que mi hijo quiso decir es que... —mi padre interviene.

Miro su cabello negro, lleno de canas, y esos ojos entre verdes y celestes, iguales a los míos, pero a la vez tan diferentes. Hay un siglo de diferencia entre nosotros, aunque nos parezcamos tanto. Y aunque quiera obligarme a ser como él, jamás podría. Hay líneas que no deben cruzarse.

—Sé lo que quiso decir tu hijo —la voz rasposa de Víctor lo corta, acción que no le gusta a mi padre, pero no dice nada.

Nunca hace nada.

—Había algo en ese encargo que era muy importante para mí —sigue hablando, moviéndose con libertad en su living—. Pero se lo llevaron.

—Escuché que la policía... —empiezo.

Pero sé que no fue la policía, quiero reírme de verlo así. El plan era ir a Berlín a asegurar el contrato de mi empresa, y luego hacer un acuerdo para un cargamento de heroína, cocaína y todas esas mierdas, ahí fue cuando me enteré lo verdaderamente importante de eso; El pendrive.

Me voy a reír más cuando la policía termine de corroborar la información y haga lo correspondiente. Eso reaviva un poco mi espíritu.

—No —gruñe. Sus ojos marrones parecen negros y los puños a su costado declaran que está muy enojado—. La policía no tiene lo que necesito, ya busqué en la lista de lo que incautaron.

— ¿Qué era lo que buscabas? —inquiere mi padre.

—Ese no es tu puto problema —responde Víctor sentándose en uno de los sillones individuales que queda en el medio de los dos—. Alguien está trabajando para la policía y les robó lo que quiero, o alguien me ha traicionado y me robó antes de que los inútiles aquellos llegaran —sus manos golpean los brazos del sillón con fuerza, su cara deja esa mueca burlona para ensombrecerse—. Y por el bien de todos, espero que no sea ninguna de esas opciones.

Mi padre se aclara la garganta antes de hablar, inseguro sobre lo que debe decir. A nadie le conviene que Libott esté de mal humor.

— ¿Qué necesitas que hagamos?

—Agradezco tu intención de ayudar —su cara vuelve a adquirir su ligereza normal—, son pocas las personas en las que puedo confiar pero a ti, Alex, te necesito controlando las tiendas de Raffels, algunas cuentas no están cerrando, me informaron que tal vez haya un ladrón. Así que supongo que sabrás qué hacer con él —espera que mi padre asienta para luego mirarme a mí—. Necesito que tú y el hijo de Martín se encarguen de interrogar a Jorge, él fue el único guardia que salió vivo del almacén, necesito saber por qué.

En La Sangre  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora