Capítulo 25

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"Que me odien, con tal de que me teman"

Alexandra.

Termino de envolver mi cabello en la toalla cuando mi teléfono suena, las gotas recorren mi cuerpo hasta caerse al suelo mientras camino al comedor. El pasillo de paredes rojas me acompaña cada paso que doy, sin duda hicieron un buen trabajo con la casa. Una lástima que tuve que cargarmelos a todos en vista de la gran adquisición que tuve de gente que me quiere muerta.

—¿Qué?

—Has estado ocupada últimamente, ¿verdad? —La típica voz con el modificador me contesta. Ya ni me preocupa saber cómo encuentra mi número, cada vez que lo cambio.

—No, creo que siempre lo estoy —aferro la toalla sobre mi pecho.

—Es hora de vernos —declara.

—Yo digo que no —gruño antes de colgar.

Estos últimos dos días han sido de paz y tranquilidad, no planeo arruinar eso hasta mañana, cuando vaya a buscar el dinero de Mark.

Lo último que supe de Javier es que nuestro plan funcionó. Su ascenso oficial, frente a todo el cartel, será dentro de una semana. El dinero que me depositó se fue en la compra de la moto, que use para llegar a mi nuevo hogar, y por ahora todos mis asuntos con él están terminados. Y con lo último que descubrí aquella noche, prefiero que sigamos lejos.

El débil sonido de golpes en la puerta me hace fruncir el ceño.

Esto no puede estar pasando.

No puede haber pasado mi sistema de seguridad como si nada.

No pudo haberme encontrado en medio del bosque, en una ciudad cualquiera.

Tomo el arma que dejé en el cajón del recibidor antes de acercarme a la puerta.

—Apúrate que me congelo el trasero.

La voz detrás de mi entrada me detiene en seco, está malditamente aquí.

—¿Qué demonios quieres? —Abro la puerta y sin temor apunto mi pistola a su cara.

—¿No podemos discutirlo con una taza de café? —Rueda los ojos.

Su pelo es el mismo que la última vez que nos vimos, la actitud relajada no pega con la punzada de mi pecho.

—Si no te vas en cinco segundos, juro que pongo una bala en tu maldita cabeza —siseo entre dientes.

Si las llamadas eran difíciles, verla en persona me recuerda que una parte de mí quedó destruida gracias a ella.

—Dije que era hora de vernos.

Como si nada, empuja el arma que mantengo entre nosotras y pasa dentro ¿Cómo puedo escuchar algo de lo que diga cuando mi corazón retumba en mis oídos y la angustia oprime mi pecho?

—Ese tren zarpó hace mucho tiempo.

Suspira y voltea hacia mí.

—Hablando de eso... —sus ojos recorren mi cuerpo y se detienen en las marcas notorias que me cubren.

—No se te ocurra mirarme así —gruño en su dirección—. Ni se te ocurra.

—Lexie... Lo siento tanto—su mirada llena de lágrimas me enfurece más.

—Te fuiste y no miraste atrás. Eso es lo que hacemos, lo que nos enseñaron —digo con la mandíbula apretada, no necesito su lástima, necesito que se largue de mi vista—. No te disculpes por pensar primero en ti.

En La Sangre  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora