—Nunca te había visto por este hotel —un hombre de tez morena, vestido de traje elegante, entra conmigo en el ascensor—. Soy Javier.
—No sabía que las personas se tienen que presentar contigo cuando se hospedan aquí —volteo para detallarle la cara, con mi ceja alzada.
Mi mano se desliza sin pensar en la daga que llevo escondida en mi cintura. Estar encerrada en un espacio reducido con alguien, no me da buena espina, menos si se hacen el simpático o el conquistador, como se deja ver entre su tono de voz.
Es casi una cabeza más alto que yo, siendo que voy en tacones, y su cuerpo exhibe un traje azul oscuro hecho a la medida, resaltando un cuerpo atlético pero delgado, nada del otro mundo. Su actitud es confiada, pero no parece natural, y no sé si es por el atisbo de oscuridad que muestran esos ojos azules o la forma en la que me mira, que enderezo mi postura y me preparo para una posible amenaza.
—Solo si lucen como tú —se encoge de hombros con una media sonrisa. Su tono de voz es áspero, como si hubiera gritado tanto que sus cuerdas vocales en algún punto se rompieron, y su porte grita peligro, puedo ver que está acostumbrado a ser el que manda, él hace que la gente lo siga.
—No debe pasar seguido entonces, nadie luce como yo —ladeo la sonrisa—. Alexandra.
Me toma la mano y besa el dorso. Su toque es firme, pero helado.
Su pelo azabache está pulcramente peinado hacia atrás, resaltando las facciones duras y filosas de su rostro. Un escalofrío me recorre cuando conectamos miradas, una amenaza reconociendo a otra.
¿Cuál será la peor?
—Un placer conocerte —toma un ritmo más íntimo al acercarse e intentar acorralarme contra la pared. Tenso el agarre contra mi cuchilla—. Me estoy quedando en la habitación 1205, por si hoy quieres pasarte un rato. Ya sabes, conocernos mejor.
Casi bufo por su osadía, pero casi también acepto. Hay algo de él que me atrae, algo que resulta tan maravilloso como la noche misma, algo que solo una persona que está sumida en la oscuridad puede apreciar, reconocer.
Y por eso mismo, debo alejarme hasta saber que no es otro asesino de la organización o algún enemigo que dejé por ahí en estos años.
—Lamentablemente, no puedo. Pero tu oferta suena tentadora —me escapo de su cuerpo en un paso y me giro para verlo ahora casi acorralado, no hago amago de acercarme—, tal vez para mañana en la noche.
—Entonces mañana en la noche será —mueve su brazo y estoy a un paso de sacar mi cuchillo cuando lo veo sacar una tarjeta—. Llámame.
Las puertas se vuelven a abrir y ambos bajamos. Le dedico una última mirada antes de irme por uno de los tres pasillos, claro que no en el que debería, no voy a dejar que sepa dónde está mi habitación. Cuando veo que toma otra dirección me relajo, y espero un par de minutos antes de ir en la dirección correcta.
El instinto de supervivencia logra que me mueva hacia la computadora, para buscar en internet los datos de su tarjeta. La otra noche hice lo mismo con David, el dueño del bar, confirmando algunas partes de su historia.
Javier Gonzales.
Mi ceño se frunce al no encontrar ninguna de sus redes sociales. Generalmente, los chicos ricos tienen debilidad por mostrar todo lo que tienen al mundo. Un peso se instala en mi estómago ¿Y si es un infiltrado buscando información? ¿Y si es un enemigo de la organización?
Respiro profundo y me pongo a buscar en la base de datos del FBI su nombre, no hay coincidencias para personas con sus características. Casi dándome por vencida, pensando que él me dio un alias, una alerta me salta sobre el apellido Gonzales. Le doy clic al link y suelto el aire bruscamente, mi corazón aletea con la emoción de saber que mi instinto no estaba mal, él es de los míos.
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En La Sangre ✔️
AcciónLe robaron su pasado, su nombre. La abusaron, entrenaron y convirtieron en su marioneta desde los trece años, cuando la metieron a una brutal academia de asesinos. Ahora que se graduó, el mundo no está preparado para el peso de su furia, que ardan...