Señora Malfoy

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-Narcissa Black, ¿Me darías el honor de poder llamarte mi esposa? – preguntó el rubio arrodillado frente a ella, el enorme diamante cuadrado del anillo resplandeciendo bajo la luz de los ventanales. Narcissa nunca esperó que su pedida de mano fuera así.

Ella ya tenía 22 años, y aunque para la mayoría eso sería sinónimo de juventud, ante los ojos de su parentela era todo lo contrario: se rumoraba que ella sería la solterona de sus hermanas, y aquello era lo mismo que ser un fracaso.

Lucius Malfoy era su primer amor, , pero no fue su primer prometido.

Adem Kama había sido su prometido desde que sus padres lo acordaron, cuando ella apenas tenía 13 años. El tipo había sido un ser despreciable desde el día uno de conocerse, pero obediente como siempre, Narcissa nunca objetó la decisión de sus padres, esforzándose en mantener la paz entre ella y su futuro cónyuge, a la vez de apartar cualquier tipo de atracción que pudiera nacer hacía alguien más por parte de ella... y allí entraba Malfoy.

Durante años admiró y anheló a Lucius desde la distancia, conformándose a verlo como a un amigo y compañero, pero nunca como algo más...

Eso hasta que Kama murió meses antes de la boda, dejándola libre de compromisos o ataduras. La suerte siempre había funcionado de forma extraña para ella. Con la única cadena que quedó fue con la de la superstición: todo mundo la creía maldita por la desgracia que había atraído a su "pobre" prometido... ¡Como si ser mortífago no fuera jugarse la vida!

Y entonces, después de un tiempo prudente de luto, Lucius empezó a cortejarla, dejando claro desde el primer día sus intenciones de desposarla, lo cual la dejó tan emocionada como abrumada, confundida sobre si creer o no aquel encaprichamiento.

¿Por qué no había dicho nada con anterioridad si se conocían de años? ¿Por qué no peleó por ella desde antes? Si Kama no hubiera muerto, ¿La habría siquiera considerado?

"Hija, Lucius Malfoy es más de lo que puedes aspirar en tus condiciones. En tu lugar, no lo pensaría tanto..." había aconsejado su madre al verla dudar, y aunque resintió la crueldad en sus palabras, terminó por obedecer. Narcissa siempre terminaba por obedecer, aunque aquella era la primera vez en que no se lamentó por hacerlo.

Narcissa sabía algo con seguridad: desde el primer momento en que fijó sus ojos en él, ella ya había caído en su red, perdidamente enamorada, estúpidamente enamorada de un imposible...

"No más" pensó, volviendo a su realidad: estaban solos en un salón de la Mansión Malfoy, él arrodillado frente a ella con expresión expectante, y el anillo en la cajilla siendo aún más hermoso de lo que jamás pudo haber soñado...ya no era un imposible, era una propuesta.

-Sí, por favor- fue lo único que su boca atinó a decir, sacándole una sonrisa mientras le colocaba el anillo con delicadeza, besando sus dedos y mano con afecto, entusiasmado.

El corazón de Narcissa se contrajo con emoción al verlo tan feliz, a la vez que sentía un par de lágrimas de felicidad rodar por sus mejillas, sorprendiéndola. Era la primera vez que lloraba por felicidad en su vida, y juraba no haber sonreído de ese modo en mucho, mucho tiempo...









Cuando Astoria conoció a Draco, a meses de cumplir 17, quedó cautivada por la frágil imagen de un joven perdido, con el corazón roto debido al horror de los meses pasados, y una vida larga por delante que rescatar.

Una vez lo conoció mejor, encontró en él un alma afín a la suya, y a su lado se sentía amada y libre de ser ella misma, algo que perduró con el pasar de los años, fortaleciéndose con cada obstáculo sorteado, siempre juntos...

One-shots de Harry PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora