Luna, "Lunática", Lovegood.

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Xenophilius lo tenía todo, y eso él lo sabía.

Si bien no era la más grande o lujosa, tenía una casa a la cual volver todos los días. Quizás no era el mejor pagado, pero su trabajo lo apasionaba y le permitía pasar tiempo con su familia, además de darles lo suficiente para pagar sus cuentas. Jamás podría alardear de poseer lujos, pero se sentía orgulloso de tener al sol y la luna a su lado, de poder presumirlas como su esposa e hija, a quienes él tenía en el pedestal de su vida desde el momento en que llegaron a esta.

- ¡Papi, mira! - señaló su pequeña Luna a un punto en el techo, impresionada. Él realmente no veía nada, pero bastó con una puesta de sus espectrogafas (invención de su amada Pandora) para vislumbrar los destellos difusos que marcaban la silueta de una criatura invisible para sus ojos.

-Ya vi, mi niña, ¿Me la describes? - pidió él con voz melosa, haciendo aparecer una libreta y lápiz para garabatear lo que su hija detallaba, resultando en el bosquejo de una criatura extraña-. ¿Si se ve así?

- ¡No, papi! Sus plumas no son tan largas, y eso parece un pico...- empezó a corregir ella tiernamente, sacándole una risilla a su madre, quien bajaba los escalones después de haber estado un buen rato encerrada en su estudio para poder cenar tranquilamente junto a su familia.

-...Aunque está cerca, amor, si quieres yo te lo describo con mejor precisión, aunque lo hiciste muy bien, Luna.

-Sí, Lunita. No sabía que conocieras palabras tan grandes- halagó Xenophilius con orgullo, haciendo reír a la niñita mientras que agradecía el halago.

- Luna, ve a lavarte las manos antes de comer, por favor. A las bacterias no las vemos, pero bien que están ahí...-Pandora solía hablarle a su pequeña del mismo modo en que se dirigiría a cualquier adulto desde que Luna era una bebé, a diferencia de Xenophilius, quien simplemente no podía evitar endulzar la voz al dirigirse a su hijita.

-Sí, mamá- respondió la pequeña con entusiasmo, como si la hubiera mandado a jugar o algo por el estilo. Pandora se acercó a besar a su esposo con ahínco, riendo cuando la sentó en su regazo, contenta de que el amor en su relación siguiera tan vivo como cuando empezaron a salir en el colegio, ya más de una década atrás.

- ¿Cómo va tu hechizo? ¿Algún avance? – preguntó el hombre con curiosidad, haciéndola poner una mueca.

-Me temo que no. ¡Merlín! Uno pensaría que después de crear un artefacto mágico hacer un simple hechizo sería más fácil, pero no. Casi me quemó las cejas.

- ¿En serio? – la mujer asintió-. Ten más cuidado. Me gustan tus cejas, como todo en ti. Si algo te pasa...-ella lo calló con otro beso, sonriéndole de manera conciliadora una vez se separaron.

-Tranquilo, Xeno. La suerte siempre está de mi parte, recuerdas- agitó sus pendientes de rábano con afecto. Él sonrió, eligiendo con el corazón creerle, pues en ese entonces para él eso era cierto: la suerte estaba de su parte, siempre.

Claro que "siempre" era una palabra muy simple para algo tan inmenso, y como la mayoría de los reduccionismos, resultó ser falso, como lamentablemente lograron comprobar años después, un día en que Xeno había ido a hacer la compra, dejando a su esposa e hijas solas, mientras que la primera experimentaba con sus hechizos ambiguos. Algo salió mal, Luna estaba espiando en el cuarto. Pandora logró ver por última vez a su pequeña imprudente, antes de sentir el ardor del hechizo rebotarle encima, y luego...nada.

Su sol había muerto, dejándolo tan solo con una pequeña Luna para iluminar el resto de sus días.






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