Nunca sabes con quién tratas

5 1 0
                                    

—Ese tipo me dió mala espina —Andy, pensativo, apoyó su cabeza sobre el hombro del portero. Ahora ambos se sentaban sobre la cama revuelta y observaban hacia el apartamento.

—Si, es extraño, las veces que lo ví siempre está malhumorado. Pero olvidate de eso ahora —llevó su mano con delicadeza a su mejilla y la acarició tiernamente—. ¿Quieres dorm-

Su oración fue interrumpida por gritos, nada amigables que provenían de la calle. Ambos se asomaron curiosos por la puerta del balcón para observar hacia abajo: por la oscuridad de la calle no tenían una vista muy clara desde el tercer piso, pero podían distinguirse dos siluetas inconfundibles: Jack y Felicitas, la chica que atendía la tienda de dulces, discutían a los gritos en medio de la calle.

Andy se preguntó a dónde había quedado la amable gente que lo saludaba con una sonrisa todos los días cuando llegó a la ciudad. Estaba acostumbrado a que la gente lo observara con mala cara en la calle al haberse criado en Seattle, y solía pensar que todos eran muy amables al principio allí en Boneville, pero poco a poco esa linda imagen de la perfección se fué desvaneciendo.

Observaron desde el balcón la discusión que se desarrollaba abajo e intentaron agudizar el oído para escuchar de qué se trataba, pero solo esccuharon gritos y murmullos lejanos.

Lo extraño fué cuando los gritos se transformaron en empujones. Sam abrió los ojos sorprendido. Relativamente, su turno había terminado, pero por lo visto no le parecía bien que se desatara una pelea frente al edificio donde trabajaba, y menos aún si uno de los involucrados era dueño de uno de los departamento.

—Bajaré —entró al apartamento y se puso el saco de portero.

—Bien, iré contigo —Andy tomó su abrigo del respaldo del sofá.

—No, tú te quedas —ordenó serio y se acercó a besarle la frente con ansiedad; los gritos se escuchaban cada vez más intensos.

—Pero... —Andy se quedó parado junto a la cama viendo como Sam abría la puerta. 

—No sabemos si alguno es peligroso. Observa desde la ventana, si se pone peor, llama a la policía.

Andy salió nervioso al balcón y pronto vió a Sam correr hacia ellos para intentar separarlos; casi se estaban yendo a los golpes. Incluso Felicitas, quién a pesar de ser una joven casi esquelética, pareció sacar de adentro suyo golpes dignos de Karate Kid.

¿Y si lastimaban a Sam? Andy observó fijamente la situación, dispuesto a llamar a su padre si le ponían una mano encima.

Jack, el vecino del piso de arriba, señaló amenazante a Felicitas, quién luego de gritarle algo que fué inaudible para Andy caminó furiosa y a paso acelerado a la tienda de dulces. Sam parecía insistir en dialogar con Jack, pero éste soltó el agarre de su brazo bruscamente, tomó el maletín que había caído al suelo, y salió corriendo hacia un taxi que se veía estacionado a lo lejos.

Entonces Sam, con las manos en los bolsillos, observó hacia el tercer piso por unos segundos. Andy lo saludó, más aliviado de que la pelea hubiera terminado relativamente bien, pero no estuvo seguro de si él lo había visto.

Esperó ansioso sentado en la cama, moviendo los pies con nerviosismo. Oyó pasos en la entrada y luego la puerta se abrió sin antes ser golpeada.

—¿Qué sucedía? —preguntó Andy exaltado cuando Sam entró.

—Idiotas... —maldijo Sam con mala cara y poniendo los ojos en blanco.

—¿Por qué razón discutían? —ya le había picado el gusano de la intriga.

Sam lo besó en los labios al sentarse junto a él, y Andy se dejó llevar por el apasionado beso que él le daba con sus labios fríos por venir de afuera, pero lo detuvo cuando notó que se quitaba el saco, y que pretendía no contarle lo que había sucedido.

—¿Por qué...? —pronunció sobre sus labios; no entendía la razón de estar siendo besado sin explicaciones sobre qué habia sucedido abajo.

—Olvídalo... —Sam desabrochó su pantalón y continuó besándolo, tirándolo sobre la cama.

—No, no, no —Andy cortó el beso empujándolo suavemente hacia atrás—. Tengo derecho a saber —se cruzó de brazos. No habría besos si no le contaba.

Sam suspiró pesado y miró al piso.

—¿Qué sucede? —insistió Andy con el ceño fruncido; algo no andaba bien.

—La chica de la tienda de dulces le decía que era un traidor. Dijo que lo encontraría y lo haría pagar por lo que hizo —levantó los hombros insinuando no tener idea de a qué se referían.

—¿Y Jack que le decía? —el gusano picaba cada vez más fuerte.

—Le dijo que lo hizo por su propio bien. Eso es todo, curioso —le hizo cosquillas en el abdómen y Andy rió.

—Bien, que suerte que ya terminó —Andy no quería lidiar con más cosas que arruinaran su tranquilidad. Solo quería recostarse con el portero y abrazarlo muy fuerte. Pero por supuesto...

Eso no podía pasar.

—Andy... —pronunció Sam.

—Dime... —Andy sonrió.

Sam relamió sus labios nervioso y bajó la mirada. Metió lentamente la mano en el bolsillo trasero de su pantalón.

Andy sintió el pánico que sentía cada vez que esa escena ocurría. Una y otra vez. Como una pesadilla repetida de la que no podía escapar.

Un papel.

Tragó saliva y rió nervioso, pero en cuestión de un segundo su sonrisa se borró; su tranquilidad había sido robada de nuevo.

Abrió con cuidado el papel que Sam le entregó y tragó saliva antes de leerlo en voz alta:

"Arruinaron mi viaje, idiotas."

Abrieron los ojos con sorpresa. ¿Jack? La nota fué desconcertante para ambos. 

Pero entonces, de repente, Sam se levantó de un salto y se puso su saco. Corrió hacia la puerta y la abrió. 

—¡¿Qué haces?! —gritó Andy.

—¡Voy a detener a ese imbécil! —respondió exaltado.

—¡Sam, ya debe estar en el aeropuerto! —se levantó y lo tomó por el brazo, trayendolo de nuevo hacia dentro.

Sam entró y Andy lo abrazó para tranquilizarlo, aunque él también estaba intranquilo.

—¿Todo este tiempo fué el? —susurró decepcionado.

Sam lo abrazó fuerte.

—No lo sé —observó fijamente las baldosas blancas de la cocina, pensativo.

—Pero, ¿por qué razón? Yo no lo conozco. ¿Cómo sabe mi nombre? —intentó hacer memoria. Tenía una imagen fresca de su cara, e intentó anclarla con alguien de su pasado, quizás alguien de Seattle que el no recordara. Su cerebro automáticamente creó cientos de teorías e ideas locas, pero una, aunque ilegal, pareció ser la que resaltó entre las demás —: Sam, tengo una idea —se despegó de su pecho y lo miró a los ojos. Sam le prestó atención—. ¿Tienes la llave de su apartamento?

Los ojos de Sam brillaron con duda y entusiasmo.

—Si, la tengo...

Through The Lock © [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora