Capítulo XI

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Cierro la puerta de mi armario tratando de hacer el mínimo sonido para evitar despertar a las chicas quienes aún dormían plácidamente pero me sorprendí cuando escuché a Ang despertarse.

—¿Vas al gimnasio? —pregunta abriendo ligeramente un ojo—. ¿O vienes?

—Vengo del gimnasio pero necesito ir a un lugar rápido. Vuelve a dormir —susurré acercándome a su cama—. Todavía falta mucho para tu clase.

Ángela se acomoda de nuevo sobre su cama a la vez que yo me colgaba mi mochila para salir del dormitorio en camino por un café aún pude notar que había varias personas esperando ya por un vaso de café así que decidí esperar sentada en una de las mesas aprovechando para seguir escribiendo como normalmente hacía aunque no me di cuenta del paso del tiempo hasta que se hizo demasiado tarde.

Me detuve en el semáforo viendo el reloj de mi muñeca sabiendo que llegaría tarde a la clase pero en cuanto tuve oportunidad de cruzar la calle no pude hacerlo ya que mi mirada se fijó en una pareja que estaban peleando a unos metros de mí.

—Por favor, no me abandones —escuché al hombre suplicar mientras se arrodillaba frente a la chica—. Prometo que me cortaré la mano si te vuelvo a golpear.

—Ya no quiero estar contigo, ¡entiende! —grita la chica claramente avergonzada al ver que varios se detuvieron para ver la situación—. Amo a alguien más.

Comencé a considerar si debía intervenir o seguir mi camino pero tomé una decisión demasiado rápido en cuanto vi que el sujeto se levantaba a la vez que alzaba la mano con una clara intención así que en un impulso decidí meterme entre ellos recibiendo un golpe en el rostro que me hizo perder el balance. Escuché los gritos de la mujer, bastante alterada mientras me pasaba la mano por el rostro esperando no ver sangre en ella aunque no tuve tanta suerte.

—¡Levántate! —gritó él tomándome por lo hombros para jalarme haciendo que todo girara a mi alrededor.

Me costaba un poco enfocar lo que sucedía a mi alrededor pero logré escuchar una voz nueva, masculina y al final otras manos me sostuvieron con un poco de delicadeza pero sentí como perdí las fuerzas desmayándome.

Comencé a hacer un patrón repetitivo al ver el reloj de la pared, luego la puerta del salón y después a su lugar habitual pero pasaron los minutos esperando que ella entrara pero aunque varios alumnos entraron al último momento, ella no lo hizo.

—Cierra la puerta —ordeno con una ligera decepción—. La clase comienza ahora.

Aún cuando ella era una oyente nunca se perdía de la clase pero decido comenzar a hablar sobre la clase como si fuera un día más aunque debía admitir que me costaba un poco concentrarme sobre lo que estaba explicando, algo demasiado inusual en mí además de que por algún motivo tenía una sensación que no podía describir, como si algo no estuviera bien.

Aunque en mi clase se sabía que no me gustaban las interrupciones, cuando escuché el sonido de alguien tocar la puerta del salón casi con desesperación así que miró a uno de los estudiantes haciéndole un gesto para que se levantara y la abriera dejando ver a una chica con rasgos asiáticos.

—Lamento la interrupción, profesor —se disculpa entrando—. ¿Podría retirarse Kristine de su clase?

Volteo a ver a Kristine, una de mis estudiantes que miró de inmediato a la chica con el ceño fruncido pero no tardó demasiado en guardar sus cosas, como si tuviera prisa por salir del salón.

—Lo siento, profesor.

Ambas salen del lugar dejándome un poco consternado pero sólo tuve que continuar la clase hasta qué llegó la hora de terminar la clase así que tomé mis cosas junto a mi abrigo para salir.

—¿A dónde llevas tanta prisa?

—Tengo una comida con unos colegas.

—No creí que tuvieras amigos, Eclis —responde quien antes había sido uno de mis profesores en la universidad—. Normalmente estabas solo.

—A veces uno se cansa de las relaciones sociales.

—Supongo que eso sólo ocurrió contigo —sonríe dándome una palmada en el hombre—. Anda, ya vete.

Me despido de él antes de ir directo al estacionamiento, en realidad sólo iba a una reunión con quienes habían sido mis compañeros así que subo a mi camioneta sabiendo que de no ir, aquel sujeto no dejaría de molestarme.

—¿En qué demonios estabas pensando, Haerin? —exclama Jun frente a mi cama moviéndose de un lado al otro como un animal enjaulado, aunque más podría decirse que era como ver un tigre enjaulado y gruñendo.

—La chica estaba en problemas y nadie parecía que la iba ayudar —me defendí al instante moviendo las cobijas—. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Dejarla sola?

—Jun, sabes que no lo hizo con mala intención. No seas tan dura con ella —interviene Kris sentada junto a mí.

—Sea buena o mala intención. ¿No podías llamar a la policía o hacer cualquier otra cosa que no te pusiera en riesgo?

No pude evitar suspirar con fuerza, a veces Jun era demasiado protectora con todas pero siempre lo era más conmigo y más en situación como esta.

—Sé que cualquier cosa me pone en riesgo —hablo volteando a verla—. ¿Crees que me daría el lujo de olvidar que cada cosa podría hacerme daño? Todo lo que hago tiene un riesgo y yo sólo decidí hacer lo que creía mejor en ese momento.

Jun me mira firme y sabía que comenzaría a reclamarme nuevamente pero se ve interrumpida cuando la puerta se abre y entra una enfermera empujando un carrito con comida.

—Por cierto, me quedaré hasta el sábado por la mañana —anuncio viendo la comida—. ¿Podrían...?

—Claro, te traeremos ropa limpia —interrumpe Kris con una sonrisa—. ¿Algo más?

—No, todo está en mi mochila.

—Vendremos a verte cuando terminen nuestras clases, hasta entonces, ¿podrías no meterte en problemas?

Asiento con una sonrisa, ambas se despiden de mí para salir mientras yo comienzo a comer, nunca me había gustado la comida de hospital pero después de un tiempo uno termina acostumbrándose a ella. Esa era la única opción para las personas que vivían por largas temporadas en los hospitales, y supe que se dio voz de mi corta estadía aquí ya que cuando la puerta se abrió nuevamente entro una enfermera bastante alegre de verme. Su nombre era Lyssa, una mujer de unos 35 años de edad, y que llevaba conociendo desde que estaba como interna en el hospital.

—¿Sabes qué tan raro es que ustedes dos estén aquí?

—¿Él está aquí?

—Ingresó hace unos días. Estuvo en la UCI pero ahora ya está en su cuarto —me responde viendo mis datos para anotarlos—. ¿Te duele la cabeza?

—Estoy bien. ¿Sabes en qué cuarto está?

Lyssa sonrío ante mi ansias por querer verlo así que se aseguró nuevamente de que estuviera bien para llevarme a un cuarto que no estaba demasiado lejos del mío y pude leer su nombre en su expediente.

—Hola desastres -saludo entrando a su cuarto—. ¿Te cortaste de nuevo?

Brant me mira primero sorprendido por mi presencia para después sonreír antes de levantarse la camisa médica para enseñar un enorme moretón en el abdomen además de que también se levanta el cabello dejando ver un corte en la frente.

—¿Y tú qué haces? —pregunta levantándose—. ¿Te mordiste el labio y te ahogabas con tu sangre?

Me pasó la lengua por el labio inferior, el golpe de aquel sujeto me había roto el labio pero por fortuna, no había problemas graves así que me consideré afortunada.

—No, me metí en problemas ajenos.

—Tienes una costumbre para hacer eso. Desde niña.

—Por eso termine contigo.

Brant ríe acercándose para abrazarme con fuerza pero yo sólo pude abrazarlo con cuidado para evitar lastimarlo. Él era lo único bueno que podía sacar de mis visitas al hospital que, aunque había pocas veces en que llegábamos a coincidir realmente valían la pena.

Cuando escriba tu historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora