Capítulo siete, parte tres

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Cuando mis ojos se despegaron todo era silencio y casi una completa oscuridad, solo la luz de la luna ingresando por una rendija de la ventana iluminaba tenuemente las tinieblas en las que me encontraba inmersa

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Cuando mis ojos se despegaron todo era silencio y casi una completa oscuridad, solo la luz de la luna ingresando por una rendija de la ventana iluminaba tenuemente las tinieblas en las que me encontraba inmersa. Era curioso como mis pensamientos habían dejado de hacer eco en mi cabeza y dieron lugar a que la calma y la tranquilidad me llevaran directo a ser arrullada por los brazos de Morfeo durante el transcurso de algunas horas.

Me recline hasta quedar sentada y dando un corto suspiro mire en la dirección aledaña, regocijándome al presenciar lo tierna que se veía mi abuela durmiendo placida y serenamente.
En cambio yo era todo lo contrario, pues cuando todos dormían mis fantasmas despertaban para acecharme.

Resople inquieta y me incorpore de pie, sintiendo como el frio suelo al hacer contacto con mis pies descalzos ocasionaba que todo mi cuerpo se erizara levemente. Haciendo el menor ruido posible me coloque mis zapatos y con cautela abandone la recamara.

Transitando los pasillos llegue a la cocina, tome un vaso de agua y centrando mi atención en el reloj vi la hora plasmada: 01:30 am.
La madrugada era algo fresca, la falta de sueño me consternaba y yo solo sabia que un encuentro conmigo misma a esas horas era algo con lo que no podría lidiar.

Algo había en aquel fenómeno cotidiano para hacer de mi alguien sumamente susceptible. La noche caía al ponerse la luna, y juntos emprendían un viaje en busca de su eterno amor prohibido: añoraban al día y al radiante sol, pero el transcurso de dolientes horas impasibles los separaban. Luna y sol emprendían una infinita carrera para encontrarse, pero el tiempo nunca estaba a su favor.

La tristeza de las almas en pena y la desazón de las personas rotas acompañaban a la luna en su sufrimiento, y yo me sentía tan quebrantada que mirando hacia el cielo podría acompañarla en su dolor y llorar juntas hasta el amanecer, así que tranquila y pacifica me movilice al jardín con la mente absorta de absolutamente todo, para poder dedicarme plenamente a respirar el aire fresco y puro de la madrugada, y alzar mi vista al cielo para contemplar el taciturno arte que se fundía en el.

La luna no estaba sola, sino que el brillo de un sinfín de estrellas la acompañaban en su martirio. Aquella enorme esfera blanca brillaba de una manera invaluable, pareciendo un espejo que reflejaba la imagen de mi vulnerabilidad.

Quizás para algunos el resplandecer de las estrellas en conjunto era la atracción principal, pues ellas con su gran esplendor buscaban aminorar el encanto propio de la luna; pero para mi, al tener la luna la soledad de un fugitivo, el valor con el que hacia relucir su brillo tan puro y atenuado, era algo incomparablemente excepcional.
Podia sentirme identificada con ella, porque al hacer una analogía podía descubrir que mi vida se desarrollaba de una manera similar: yo también era taciturna y aun así intentaba dar lo mejor de mi para brillar pese a la gran soledad… aunque para una joven tan insignificante y vacía resultaba imposible no ser apaciguada por la luz de las estrellas.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora