Capítulo nueve, parte uno

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Era de noche, una noche de solemne soledad

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Era de noche, una noche de solemne soledad. Miraba el jardín como desconociendo cada centímetro de aquel lugar que me era recurrente pero que en esa ocasión me resultaba ajeno.

“¡Hola!” prorrumpí temerosa al hallarme sola entre las tinieblas que habían revestido de negro a todo el perímetro. El cielo estaba ennegrecido y ni una mínima chispa de luz confortaba de esperanza a mí desolado espíritu.

Mire mí vestido y a éste, poco a poco, pequeñas partículas fueron adhiriéndose y pintándolo de negro hasta quedar completamente de ese color. El miedo me recorrió y mí corazón sintió el fuego del fin de los tiempos ardiendo en el. Entonces me desplome lentamente en el suelo, ocultando el rostro entre mis manos como una indefensa niña pérdida en la intemperie. Luego un suspiro y una ráfaga de viento arrastrando a su paso las miles de hojas regadas en el suelo, y me oculte más, como deseando que la oscuridad me tomara por completo.

Segundos pasaron hasta que una sucesión de sonoros pasos se proclamaron indicándome que no me encontraba sola después de todo.

“¡Emma!...” suscitó una voz que reconocía a la perfección.

Detenidamente fui alzando la mirada hasta contemplar la figura que yacía de pie frente a mí, siendo todo tan surreal que me erizaba por completo la piel.

“¿Qué quieres de mí?” pregunté aterrada.

Se sentía como hablarle a un vano espejismo pero ella realmente estaba ahí… era igual a mí pero la pureza del color blanco cubría sus investiduras de pies a cabeza, como si una luz mágica la envolviese. Lucía hermosa, feliz y jovial, y la vela que llevaba entre sus manos iluminaba tenuemente las facciones de su rostro.

“Con tu sensación de culpa y tu frialdad lograste bloquear todos tus sentimientos por él” me dijo, y tomando mí mano, me ayudo a incorporarme de pie. “pero, dime… ¿tu corazón ha evitado amarlo?”

La mire atónita y sin comprender, y pasado un leve instante sus ojos miraron algo tras mis espaldas. Su semblante se iluminó y en su rostro resplandeció una sonrisa soñadora. Sin más comenzó a caminar e intrigada mire en aquella dirección.

Ahí estaba él… ¡Von Mildenburg!
Aguardaba por ella tendiendo su mano y mirándola cautivado. Ella avanzo a él, como si fuese urgente que se unieran en un solo ser, y entonces sus manos se unieron, sus dedos se entrelazaron y el fulgor de la vela resplandeció con la luz de un millar de constelaciones.

Ellos se miraban con devoción y ambos brillaban… brillaban juntos mientras yo era olvidada en la oscuridad.
Y así se fueron alejando, desapareciendo finalmente y dejándome pérdida en el olvido.

Desperté, agitada y rodeada por esa oscuridad tenue que lo invadía todo en el momento previo a caer el alba.

¿En qué momento el corazón empieza a desear lo imposible?

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora