Capítulo ocho, parte tres

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(Besties, antes de empezar, quizás les parezca patético pero yo he fangirleado mucho al releer este capítulo 🤣)

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(Besties, antes de empezar, quizás les parezca patético pero yo he fangirleado mucho al releer este capítulo 🤣)

Aferrarnos a lo que nos ofrecía el ahora. A veces esa era la única opción. Porque el «si hubiese…» estaba sobrevalorado y distaba mucho de lo que la realidad tenia deparado para el transcurrir de nuestras vidas.

Perdida en ese “ahora” caminaba por aquellas calles que ya no sentía mías, llevando la mirada perdida y el alma vagando ajena. Ella no salía de mi mente, tampoco lo triste que se veía, y lo marchita que su aura se encontraba. Quería ayudarla… ¿Cómo no hacerlo? Nadie que la conociera podía no encariñarse con ella. Era tan pequeña y debía luchar contra infortunios tan grandes…

No podía aceptar su destino. Me rehusaba a ello. Y tal vez no seria la gran heroína de su historia pero lucharía por intentar ser un escudo protector repeliendo todo mal que pudiese alcanzarla.

Esa extraña fuerza que me impulsaba a querer ayudarla me tomó y guiando mi rumbo condujo mis pasos hacia aquel al que había convertido en mi único refugio. Porque Kurt era ese lugar seguro en el que siempre podía sembrar nuevas esperanzas.

Suspirando profundo y sintiendo que el nerviosismo penetraba en cada fibra de mi cuerpo me vi de pronto parada firmemente frente al cuartel general alemán. Aquel lugar se mostraba realmente imponente, tanto que las piernas me flaqueaban y mi cuerpo resentía las pequeñas descargas que eran enviadas desde mi cerebro bajo la forma de pequeñas señales de toda la tensión que allí se estaba gestando, pero haciendo acopio de valor no deje que el temor me amedrentara, y casi sin pensarlo y sin dejar que el miedo hiciera un menoscabo de mi prepotencia me introduje por propia y deliberada voluntad a la boca del lobo.

Fui recibida por la mirada de todos ellos… de un sinfín de hombres nazis que me vislumbraban con una indecencia tan elocuente que me hacia querer huir. Sus ojos guardaban incivilidad y una absoluta falta de decoró…, igual a la mirada lasciva de un depredador que vislumbra los movimientos de su presa. Todos semejantes, casi indistintos, pues eran tallados por un mismo artesano y sus espíritus se perdían bajo las mismas investiduras que los despersonalizaba hasta convertirlos en entes malévolos. Porque ante mis ojos ellos solo eran mundanos fabricados en serie, vacíos, carentes de alma, y sin ningún otro propósito que seguir los mandatos de su amo y creador. Subyugados ante la tiranía de un hombre que detentaba el absoluto poder: Hitler… él era el dueño de sus vidas, casi como un gigante que manejaba los hilos de todas sus marionetas.

Una ligera ráfaga de cobardía me sacudió y despojo de mi rebeldía reemplazándola por una sensación de pánico que crecía más y más, hasta el punto de instarme a querer salir corriendo. Y habría cedido a mis instintos de no ser por aquella voz que se coló como un eco en la hipnosis que me mantenía eclipsada. En principio sus dichos me fueron irrelevantes porque solo penetraron en mi atmosfera como un fragmento inconcluso de un fonema difuso…, me encontraba tan escindida de la realidad que tarde un par de segundos en adquirir conciencia de lo que sucedía, y continué así hasta que un nuevo sonido, manifestándose mas cercano y real, rompió mi burbuja de ensoñación, siendo ese el preciso instante en que vi ante mi a un soldado joven y de castaño cabello, alto y con unos imponentes ojos verdes brillando en su rostro.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora