Capítulo ocho, parte uno

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Los ánimos por la casa Schooier andaban apreciablemente variados en los últimos días… la constante presencia de Von Mildenburg en la biblioteca sacaban completamente de quicio a Lisa, pues aquella habitación siempre habia sido utilizada como el lugar predilecto de trabajo de su difunto marido, por consiguiente odiaba que un soldado alemán invadiera algo tan significativo para ella. La veía ir y venir por los pasillos maldiciendo y comentando con gran desdén la lozanía del hombre de llevar botellas de whisky a la biblioteca. En cierto punto me provocaba gracia verla escandalizarse tanto por algo tan simple como unas cuantas botellas de bebida alcohólica en la casa, pero al mismo tiempo entendía que sus deberes cívicos le hacían ver como algo ruin e infame cualquier acto realizado por los nazis.

—¡Oh querida! —exclamo acongojada una tarde, llamando mi atención desde el diván. Deje los platos a medio lavar y secando mis manos en mis ropas me dirigí rápido a ver que era lo que tanto la mortificaba—. ¡¿Qué va a ser de nosotras ahora?! —pregunto vociferando con gran drama.

—¿Por qué lo dices? —pregunte sin entender el motivo de su preocupación— ¿sucedió algo?

—Hoy en la mañana mientras tu estabas en la tienda con Margaret, ese hombre tan desdeñable mando a traer por un grupo de soldados un tocadiscos y una radio que instalo como propio dueño y señor en la biblioteca —expreso como si eso fuese una gran atrocidad— ¡¿Tienes idea de lo que eso significa?!... Cuando menos lo esperemos el himno del Tercer Reich y los discursos de Hitler resonaran por toda la casa.

—¡Quizás Von Mildenburg no haga eso! —mencione, y su mirada que me escruto severa hizo que mis piernas flaquearan. ¿Habría puesto mi simpatía hacia nuestro soldado en evidencia? Verdaderamente me sentí al descubierto. Enarque mis cejas y me erguí firme para tratar de resolver el embrollo en el que me había metido—, es decir, nunca le he visto hacer nada indebido en la casa. ¡Quizás respeta nuestros sentimientos patrios!

—¿Respetar? —repitió interrogante levantándose del diván— ¿hablas enserio? —escarmentó— ¿Crees que tienen respeto hacia nosotros los soldados que entraron a la fuerza a nuestro país?

—¡Tienes razón! —coincidí sintiendo verdadera culpa—, ¡Que cosas digo! —sacudí la cabeza desconcertada por la evidente forma en la cual estaba admitiendo la incuestionable propensión que me generaba uno de aquellos invasores—. A veces la tranquilidad que hay en la casa pese a su presencia aquí… me confunde.

—¡Es solo un nazi Emma!

Mis ojos se clavaron en el piso tratando de ocultar que aquella frase habia dolido como un puñal clavándose en mi corazón, «simplemente un nazi», ¡lo sabia, era consiente de ello!. Su uniforme y el brazalete rojo con la esvástica en su brazo me lo recordaban todos los días, haciéndome sentir culposa, innoble y hasta inclusive ruin por el solo hecho de hacer de su presencia uno de mis anhelos diarios.

—¡Lo se! —contraataque, aunque ese simple fonema fue un mero intento frustrado de defenderme, porque sus comentarios me habían generado un agravio.

—No damos margen de error en esta casa. Lo ignoramos por completo, es por eso que aun no nos ha mostrado lo sádico y despiadado que puede llegar a ser si lo provoca —la mujer proseguía hablando, y describiendo al soldado como si se tratase de una especie de temible monstruo. Y pese a mi desacuerdo, no podia objetar nada para evitar que ella siguiera manchando la pureza del alma de Von Mildenburg.

La realidad era que Lisa le tenia miedo; todos temían de él por el solo hecho de verlo portando un uniforme… pero ellos no lo conocían como yo lo hacia, solo veían lo evidente, mientras que cada parte de mi se habia esforzado para descifrar el enigma de su alma, buscando seguir el rastro que quedaba de ella perdida entre los vestigios que iba dejando la guerra.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora