Capitulo dos

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—¿Se va Lisa?— pregunte atónita al tiempo que la veía salir bien arreglada de su habitación —¡Recuerde que hoy viene el  Alemán!— inquiri con gran énfasis, mientras recogía los platos que habíamos usado para el almuerzo.

—¡Voy al cementerio!— informo solventando mi pregunta, y fue ahí que me percate del gran ramo de flores que llevaba entre sus brazos —Perdí a mi marido Emma, y desde que la guerra se robo a mi hijo vivo con la constante incertidumbre de saber que ha pasado con el… ¿crees que tengo ánimos para recibir al enemigo en casa?.

—Creo que todos estamos igual…— susurre con la voz queda, y con el atisbo de melancolía que presagiaba mi corazón —¡¿sabes?!, en ocasiones mi pecho se contrae fuertemente ante el repudio que me causa el verme confinada a una constante represión— afirme mientras abría la puerta principal de la casa —, la ocupación nazi nos a dejado a todos con los ánimos por el suelo, y susceptibles a doblegarnos ante la mas mínima desventura; pero no batallar contra ese crudo sentimiento seria rendirme muy fácilmente. La gran parte del tiempo me consuelo obligándome a creer que después de todo esto seré mucho mas fuerte, solo tengo que resistir… ¡resistiremos a esto juntas Lisa!.

En su rostro una pequeña sonrisa se formo, como un indicio de que todavía permanecía en ella una fugaz chispa de esperanza, poso su mano sobre la mía propiciando una caricia tenue y asintió brevemente con su cabeza, en conformidad con mis palabras… sin embargo en su semblante pronto se dibujo una expresión de duda, que hizo que me cuestionara si yo ingenuamente estaba minimizando la gravedad de las circunstancias, o si su triste corazón, al haber padecido tanto, ya no era capaz de conciliar esperanzas. Era un hecho que las penas otorgan fortaleza, pero también trazan un largo camino hacia la desesperanza.    

Días difíciles y de tensión habían transcurrido con una lentitud agónica, nos sentimos turbadas por el miedo y por una gran consternación que se habia apoderado de nuestro estado de animo. La llegada del teniente se aproximaba a una velocidad inenarrable y junto a ello mi corazón demandaba un sinfín de sensaciones lúgubres y aterradoras, al tiempo que me atormentaba el simple pensamiento de tener al enemigo viviendo bajo nuestro mismo techo; nos habían privado de todo y ahora también atentaban contra la vaga sensación de paz que albergábamos en el interior de nuestros hogares, me parecía aquello una aberración insultante y completamente inaudita.

Indudablemente quien mas afectada se encontraba por tan fatídicos sucesos, era la señora Lisa, aunque se esforzaba por ocultar bajo su semblante eternamente serio lo mucho que le estaba afectando la llegada del alemán a la casa, yo la conocía lo suficiente como para saber que bajo toda esa fortaleza se ocultaba un gran sufrir; era esa la razón de su huir… se negaba a mostrarse turbada y abatida, por tal razón se escudaba en su porte petulante e indemne, mientras que yo, en contrariedad, mostraba los sentimientos mismos que eran expresados por mi corazón, y sin ninguna posibilidad de poder ejercer dominio sobre mis emociones me reflejaba temerosa, alicaída y con el espíritu sesgado por una languidez incontrolable.

Los tres días precedentes habían sido tanto agotadores como extenuantes, preparando absolutamente todo para la llegada de nuestro inquilino. Desde el amanecer largas jornadas de ardua limpieza distendían a mi mente de los pesares que la aquejaban en momentos de ocio, las cosas eran movilizadas de aquí para allá dejando tan solo lo estrictamente indispensable, con minucioso orden trasladaba mis pertenencias, y los dibujos que adornaban grácilmente las paredes de mi habitación fueron descolgados uno a uno pasando a ser un par de simples hojas sin significado alguno. Así poco a poco mi habitación fue despojada de todo aquello que la hacia tan única, de su encanto tan peculiar y propio que fue mutilado por completo; un vacío enorme se abrió en mi interior, y un torrente de lagrimas silenciosas empaparon mi rostro al contemplar lo poco que quedaba de «mi pequeño mundo». Me sentí realmente atormentada por la desdicha de tener que desprenderme de algo que estaba tan arraigado a mi ser, y con desesperación expresaba mi frustración a través de incesantes lagrimas que hacían arder a mis ojos; sin que nadie se diera cuenta llore amargamente escondida en el jardín, y mientras contemplaba las nubes en el cielo me martirizaba el no tener mas opción que asumir mi derrota, porque las reglas del juego parecían estar ideadas para que siempre lo perdiera todo.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora