Capitulo seis, parte tres

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Sola frente a Von Mildenburg, por fin pude sentir que el aire llegaba a mis pulmones, pero seguía sintiendo miedo

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Sola frente a Von Mildenburg, por fin pude sentir que el aire llegaba a mis pulmones, pero seguía sintiendo miedo. Todo lo que me rodeaba se tornaba borroso e incierto, incluso el parecía un retrato distorsionado frente a mi ojos, y solo ahí fui consciente de que mis orbes se inundaban en un mar de lagrimas.

—¿Esta usted bien? —pregunto. No respondí. Me sentía demasiado débil e impotente como para lidiar con el.

Corrí hasta adentrarme en la tienda, con el corazón oprimido por una bola de enojo e impotencia, y completamente derrotada me deje caer en la silla que habia tras el mostrador. Un sollozo desgarrador y lastimero se abrió paso lastimando mi garganta. Todo lo que quedaba de mi imprudente valentía era un sollozo roto, y un sentimiento tan agónico que tornaba en irreal a todo mi mundo. No sabia ni siquiera si todavía respiraba, o si solo era una existencia etérea perdida entre la vida y la muerte.

La campana de la entrada tintineo resonando como un eco lejano para mis sentidos menoscabos.

—¡Lo siento! —suscitó su voz, como si aquellas simples palabras pudieran reparar el daño. Caminaba lento hacia mi, con la culpabilidad palpable en su mirada. Otra vez el asumía culpas que no le correspondían, y yo nuevamente intentaba eximirlo de toda culpa, casi obligándome a creer que él era diferente… de alguna forma siempre terminábamos inmersos en ese circulo vicioso—. ¿No tiene nada para decir, Emma?.

¿Qué podía decir?. Hablar de lo sucedido se sentiría como morir un poco con cada palabra pronunciada, y no quería estar mas vulnerable y quebrantada de lo que ya estaba.

—No… nada para decir, teniente. —mi voz se escuchaba rota, rota y lacerante, como una explosión de diminutos fragmentos de vidrio incrustándose en su piel y en la mía.

La expresión en el rostro de Von Mildenburg se desfiguró drásticamente hasta convertirse en algo irreconocible. Se acerco aun mas, dejando reposar su peso sobre el mostrador, desde donde sus ojos azules analizaban con atención cada uno de mis movimientos, escrutando, en particular, como amargas lagrimas caían formando una tormenta por mis mejillas.

—¿Me castigara con su silencio?.

—¿Qué quiere escuchar?... ¿Satisfacera a su curiosidad saber que siento culpa?. ¡Me siento culpable! —exclamé. Y realmente así me sentía… culpable y enferma—. No logro comprender cuando fue que me perdí en el camino… me deje convencer como una niña por sus palabras. Busque poder sentir empatía por el régimen que nos esta haciendo sufrir de la peor manera, y ahora estoy odiándome por ello. ¡¿Sabe?! Me sentía una mala persona cada vez que inconscientemente maldecía al ejercito nazi —confesé, y una involuntaria risa amarga se escapo de entre mis labios— , e intentaba redimirme siempre que podía, diciéndome a mi misma: «ellos también sufren Emma, también vieron a mucha gente morir, también la guerra los ha separado de sus familias… sufren porque son simples peones en el juego macabro de Hitler» —rei nuevamente. Un mínimo acopio de racionalidad era lo que me separaba de la locura, reteniendome en mis impulsos de arrojarme al suelo y llorar con toda la histeria que contenía en mí ser— ¡No hay nada de eso!. Solo hombres que juegan a ser Dios, mientras se roban nuestra libertad, y ofrecen recompensas por entregar a esas pobres personas a las que decidieron castigar por el solo hecho de pertenecer a razas distintas. ¿Qué es lo que buscan de los judíos? —pregunte con seriedad.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora