Capítulo dieciocho, parte dos

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Nunca lo había pensado de tal manera, pero en el momento en que la rutina de mis días se convirtió en algo tan nimio como pasar el rato sentada en el alféizar de la sala contemplando como el día transcurría, en verdad creí en que la partida de Kur...

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Nunca lo había pensado de tal manera, pero en el momento en que la rutina de mis días se convirtió en algo tan nimio como pasar el rato sentada en el alféizar de la sala contemplando como el día transcurría, en verdad creí en que la partida de Kurt había adelantado la llegada del invierno.

Al menos así lo sentía cada que mi mirada se perdía en la chimenea y en las ascuas que propagaban débilmente su calor demarcando un largo derrotero hacia el ocaso. Todo parecía transcribirse en prosas tristes: desde el viento de la tarde sacudiendo los cristales de la ventana en vibraciones que latían colándose a través de mi cuerpo, hasta el eco que tal fenómeno desataba al sacudir las copas de los árboles en melodías secuenciadas que llegaban a mí como la pantomima de cientos de momentos felices deshojándose en un mundanal vacío.
Los colores de mi mundo se habían esfumado de nuevo y me hallaba a mí misma buscándome en medio de grises matices.

Entre las ventiscas y las lluvias del último periodo de noviembre la vivacidad de la ciudad feneció en un letargo que servía de precedente para aquel invierno que ya casi llamaba a las puertas de una Holanda cada vez más empobrecida y reprimida. Los días empezaban a resultar cada vez más cortos, el cielo cada tarde parecía más ansioso por revestirse de un manto plomizo, y las brumas mortecinas del amanecer clamaban por poder teñir de un lúgubre gris a los vívidos colores del follaje.

Eventualmente me dejaba caer por el jardín de la casa, envuelta en mis ropas de abrigo y con el corazón mas encogido que nunca, quizás solo por el tortuoso afán de fundirme con la melancolía que evocaba la atmosfera en cada uno de los suspiros lastimeros que eran profesados por el viento. La mayoría de las veces permanecía físicamente anclada a aquella nada hasta que las puntas de mis dedos se tornaban frías, y mi espíritu decaía hasta llegar a conquistar la misma devastación que aquejaba a las amortajadas y lúgubres flores.

Había logrado convivir un mes entero con la idea de su ausencia. Con los recuerdos que quemaban bajo mi piel. Con el vacío que dejó a su paso cuando emprendió rumbo al horizonte llevándose mis anhelos entrelazados en su fría despedida. La sumatoria de todos aquellos días no había calmado en nada a mi dolor, no lo habían atenuado, ni habían suavizado las aristas de esos pedazos de mí que todavía continuaban lastimándome.

La diligente asistencia de Lisa y Maximilian, al igual que su atención excesiva sobre mí tampoco sirvieron de mucho a la hora de apaciguar la indescriptible desdicha que me había tomado cautiva. No me resultaba fácil de digerir el descontento en sus rostros cada que con mis actitudes ahuyentaba a sus intentos por sosegarme. Al contrario. Me remordía profundamente desestimar sus esfuerzos, pero siendo que mi único consuelo era llorar hasta caer rendida, me pesaban todas y cada unas de sus manifestaciones de aflicción.

Me escocían todas las tentativas de consuelo, me volvían loca, porque la idea de volver a estar bien parecía guardar una causalidad directa con el olvido, y yo no quería olvidar. No estaba dispuesta a dejar ir a mis recuerdos como lo había dejado ir a él. No me importaba sacrificar el presente por mantener vivos a los momentos que Kurt y yo habíamos compartido. Era un precio justo y estaba dispuesta a pagarlo.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2023 ⏰

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