Mi vida... tal vez había aprendido a vivirla siempre en torno al mal augurio que se las arreglaba para someterme.
Tenía asumida la idea de que las normas del tiempo habían sido ingratas conmigo, y que cada sonrisa debía ser pagada con el costo de mil lágrimas. Aquella era mí condena.
Partiendo de dichas bases, ¿podía entonces creer en la paz universal, cuando ni siquiera yo misma era candidata a gozar plenamente de la paz propia?
Mi realidad no comprendía de calma ni era voluble a la tranquilidad. Solo podía vivir temiendo a la desdicha que con empeño me perseguía ansiando alcanzarme.
No era falta de voluntad... de hecho trataba... el cielo era testigo de que infinitas veces trate de buscar por mi misma la felicidad que el destino no me concedía, pero nada parecía bastar. Me perdía tanto en mis pasajeras victorias, que cuando un nuevo golpe llegaba el impacto era aún mas letal y me descolocada el doble.
Saboreaba a pleno las momentáneas alegrías que me daba la vida como un signo de esperanza, pero mas tarde todo era aplacado con la amargura y la desazón de profundas congojas que sufría como ninguna intentando ser mas fuerte de lo que verdaderamente era.
Sola y desdichada no conocía la felicidad... ¿debía resignarme a aceptar aquello?¿Era a caso una eterna condenada al desasosiego?
Las heridas apiñadas en mi alma no me permitían sonreír, y pensar en el porvenir de nuevos pesares me impedía considerar un futuro pleno.
Mirar hacía atrás, haciendo una retrospectiva a mi pasado y todo lo que el mismo significaba, era contemplar como la oscuridad se llevaba todos aquellos fugaces momentos a los que me aferraba con esperanza, esos que me hacían mantener la fe... una fe que ya no bastaba.
Detenerme a pensar en el futuro era mucho peor. Era temor a lo desconocido. Temor a perder mucho más de lo que ya había perdido. El futuro estaba representado por aquel oscuro sentimiento, el miedo... miedo al triste desconsuelo que me apresabá convirtiéndome en su prisionera, miedo a que todo lo vivido no hubiese sido mas que la punta del iceberg o la vigilia a la mayor detonación de mi vida..., miedo a quedar anclada por siempre a la desgracia.
¿Era cobarde por no tener el poder de evitar ser siempre una esclava de mis miedos?
Tal vez era solo que me había acostumbrado demasiado a atormentarme con la apatía que me profesaba el destino, esa ausencia de benevolencia que me empujaba sin piedad al vació.
El día en que Lisa con su llamado impidió que mi dignidad padeciera, la vida me dio un nuevo motivo para sentirme desdichada. Todo había sido tan rápido... un punto de inflexión surgiendo de repente justo en el momento en que creía tenerlo todo en orden.
Aquel día la abuela Julia deseosa de tomar aire fresco salió al jardín en compañía de la antes mencionada. Fueron segundos de fluctuar en un territorio incierto, una transición entre el bien y el mal que desafiaba las reglas del tiempo, expandiéndose como una malaria que avanzaba sin límites.
Lisa me relató al borde del desquicio que cuando la abuela mas a gusto se encontraba, palideció, e inconsciente cayo desmayada.
Es en vano intentar describir el sentimiento que me embargo al enterarme de tal episodio... angustia. Desesperación. Miedo. Todo compactado en una combinación funesta y devastadora.
Presas del pánico, llamamos al doctor de la familia, pero su diagnóstico no hizo más que devastar mis esperanzas. Recuerdo que después de examinarla salió acompañado por Lisa, ella había ayudado a asistir a mí abuela, mientras que en aquel momento yo no podía hacer más que esperar en el pasillo con un vertiente de lágrimas fluyendo por mis ojos y sintiendo como la angustia se comía mi pecho.
Cada gesto, cada detalle de aquel día quedó grabado en mí memoria; desde la inexpresividad y la mirada pérdida de Lisa, hasta la forma en la que el doctor negó con la cabeza, vociferando con cruel sinceridad un: «Le queda poco tiempo, no hay nada que yo pueda hacer».
El corazón de mí abuela estaba debilitado, ya no funcionaba correctamente y era solo cuestión de tiempo para que sus latidos cesaran para siempre. Como una bomba de tiempo preparada para colisionar en cualquier momento, y con la suficiente potencia como para hundir en la devastación a su vida y la mía.
Creo que nunca seré capaz de comprender los misterios de la vida, o porque Dios procedía de determinadas maneras en algunos casos. Con frecuencia solía preguntarle a Dios cual era el enigma que guardaba nuestra existencia pasajera..., ¿por que si él era nuestro padre celestial nos desamparaba a veces?... sabia que cuestionarlo era una blasfemia, pero no podía dejar de lado aquella sensación de necesitar mas.
Hasta aquella tarde mi dulce abuelita había tenido tan buen semblante, ¿cómo comprender que su vitalidad se haya marchitado repentinamente?... fue una tragedia fugaz llegando sin previo aviso.
Esa era la peor parte... saber que no tuve ni el mas mínimo tiempo de advertir un posible Adiós.
Después de la visita del doctor, una agonía sepulcral se extendió durante horas de doliente llanto que me resultaron eternas, hasta que finalmente ella despertó respirando lento pero sin demostrar sufrimiento alguno.
—¿Qué sucedió? —pregunto instintivamente segundos después de haber recobrado el conocimiento. Seque mis lagrimas e intentando sonar convincente trate de asegurarle que todo estaría bien, para esperanzarla, pero también para esperanzarme a mi—. No mientas. Puedo ver que mientes, y se que voy a morir... llevas la sombra de la muerte reflejada en los ojos.
—No. Tu no vas a dejarme abuela. El doctor nos explico que tu corazón esta un poco cansado, pero nada va a pasar porque estoy aquí... a tu lado, para lo que necesites.
En aquel momento todo lo dije con voz dulce, pero con el corazón encogido y desmoronado en minúsculos pedazos. La situación me sobrellevaba. Solo podía llorar y sentirme impotente porque la perdía..., en el fondo sabia que eso pasaría y solo podía preguntarme que otras atrocidades me deparaba el porvenir.
La primera noche fue una tortura. La paranoia era tanta que temía encontrarme con un cadáver, o que se fuera sin que tuviese la posibilidad de poder despedirme. Así de trágico.
Aunque después de tan temida oscuridad, el sol asomo con salir, y con el pasar de los días volví a llenarme de vagas ilusiones... «¡ella seguía viva!».
Quería creer que su terca necedad la estaba aferrando a la vida, y aunque no estaba en mejores condiciones el solo pensar en pequeñas esperanzas me consolaba. Aquel día el Dr. Brouwer casi aseguraba que aquellos eran los últimos momentos de su débil corazón, no obstante a tal contratiempo, tenerla entre nosotros era para mi el renacer de una gran ilusión.
—Emma —oí atenuadamente y somnolienta despegue mis ojos.
Era un Domingo por la mañana y después de arduos días dedicados llenamente a su salud el cansancio era grande. Dormía pegada a ella despertándome con frecuencia, y acechada por el temor a que algo pudiera sucederle. Incluso había ocasiones en donde la paranoia me ganaba y me acercaba para controlar que todavía respirase y que su corazón básicamente siguiera resistiendo; pero estaba comenzando a percibir el cansancio y el mismo me hacia sucumbir.
Lisa me era de gran ayuda... ella cocinaba, mantenía la limpieza, y algunas veces, cuando lograba convencerme, se hacia cargo de cuidar a la abuela. Yo dedicaba aquel tiempo a atender mis propias cuestiones imprescindibles, pero no podía despegarme de ella sin que al cabo de unas horas su imagen se me representara como una constante ineludible.
—¿Necesitas algo? —pregunte moviendo mi cuello que dolía por la incomodidad de dormir en una silla—. Quería descansar la vista y me he quedado dormida, perdón.
—¿Cómo pretendes no estar agotada cuando llevas cinco días junto a mi? —escarmentó con la voz apagada. Se miraba pálida, agitada y sencillamente su esencia cada vez perdía mas vitalidad, lo que hacia que mis destellos de esperanza fueran apagándose de a poco—. Tienes que salir y vivir, no puedes quedarte aquí a esperar la muerte de una pobre vieja terca que se esfuerza por no dejarte aún. Lisa dijo que no tiene inconveniente en cuidar de mi, o al menos de sentarse a mi lado a la espera del fin... todos sabemos que es cuestión de esperar.
—No hables de muerte. Tu no vas a morir..., no puedes dejarme —masculle—, y no estoy sentada aquí a tu lado esperando a que mueras, estos cinco días he tomado tu mano esperando a que de esa misma manera te sujetes tu a la vida y juntas salgamos de esta prueba que nos pone el destinó. Te amó y no voy a despegarme de ti —dije sollozante, sintiendo las lagrimas fluir.
Sus labios se curvaron formando una pequeña sonrisa, y apretó mi mano. Después de cinco días apretó mi mano con tal intensidad que hacían evidentes sus ganas de quedarse. Sus ganas de declararle una batalla al tiempo.
—Yo te amo a ti, mi preciosa niña. Perdóname por hacerte llorar —dijo trazando círculos sobre el dorso de mi mano—. Lo mas triste de mi convalecencia es ver que tu espíritu decae conmigo. Debes ser una chica valiente y amar la vida, inclusive cuando yo ya no este.
—Dime, ¿cómo podría amar a una vida que me aparta de tu lado?¿cómo podre siquiera querer vivir cuando tu, que lo eres todo para mi, ya no estés? —solloce. Su mano arrugada y suave, viajo lentamente a enjuagar mis mejillas humedecidas. No quería continuar hablando de muerte, pero aquel tema era lo único que se presagiaba.
—¿Recuerdas, querida, que me dijiste que mi corazón estaba cansado?
—Así me lo explico el doctor abuelita —promulgué tocando su dulce mano yaciendo en mi mejilla—; es por eso que tienes que descansar, para ponerte bien y quedarte junto a mi mucho tiempo mas.
—El motivo de ese cansancio son los secretos que mi pobre corazón oculta. Todos esos silencios se han ido apegando a mi alma, ciñendo una soga en mi cuello que se tensa mas con cada segundo transcurrido...—su voz débil y apagada sonaba preocupada, y esos secretos a los cuales se refería parecían oprimirla—. ¡Hoy todo debe salir a la luz! Debes saber la verdad sobre el abandono de tus padres —exclamo mirándome de manera profunda.
—No, no hagas esfuerzos vanos —aseveré segura—. No quiero hablar de ellos. No me interesa saber de esas personas absolutamente nada, y tampoco quiero que intentes explicarme o justificar el porque de su abandono. Esas personas no valen ni un segundo de tu esfuerzo, así que no vamos a traer al presente un pasado tan amargo.
—No quiero justificarlos, solo quiero tu perdón... necesito estar en paz y que tu también estés en paz con el pasado. Ya sea viva o muerta estos secretos pesan, déjame liberarme de ellos, te lo suplico.
—¿Qué argumentos expones para poder sentirme en paz con un pasado tan desolado y ruin?
—Toda tu vida te haz sentido una chica infeliz, Emma —comenzó con la voz rasposa—, entiendo que gran parte de ello es mi culpa. No debí ocultarte tu historia, ni engañarte sobre tu pasado. Me concedí un derecho que no me correspondía. Supongo que solo quería protegerte... yo siempre quise protegerte, y fue fácil al principio. Luego el tiempo transcurrió desafiante... los meses pasaban, y a medida que crecías tu incertidumbre también crecía contigo. Empezaste a preguntar sobre ciertas cosas y yo a preguntarme como crear nuevas defensas para ti, así que comencé a construir un imperio de mentiras sobre nosotras —reveló, y no supe comprender a que se refería— Ahora cada muro esta cayendo sobre mi, rompiendo mi alma. Si estoy bajo la destrucción es para recordar que no tome las decisiones correctas, y ahora debo pagar el precio de ellas.
—No... no comprendo —replique dubitativa.
—En 1920 mi hija Lina y yo abandonamos Rotterdam con gran dolor. A todos dijimos que lo hacíamos para empezar una nueva vida en Ámsterdam y las grandes oportunidades que ella ofrecía, pero en realidad huíamos de un destino atroz... escapábamos de los maltratos de mí difunto esposo, un hombre sumamente alcohólico y violento. —en su rostro brillaba una chispa de melancolía y dolor al relatar sus confesiones. Yo la escuchaba con gran asombró.
Creo que luego de dieciocho largos años era la primera vez que me planteaba el hecho de que ella era un completo misterio para mi, y aquellas esporádicas revelaciones de su pasado me hicieron tomar conciencia de que durante toda mí vida había estado parada sobre un terreno desconocido, anclada a la superficie y conformándome solo con lo que ella quería mostrarme. Nunca me detuve a ir más allá, a escarbar hasta explorar a fondo entre cada una de las páginas que componían la historia de su vida.
Supongo que siempre me lleve bien con la idea de que la abuela le había jurado una especie de voto de silencio a su pasado, y partiendo de dicha premisa mí curiosidad nunca fue avivada. Pero en ese momento me sentía fatal... fatal por tener que aceptar que la única persona que siempre había estado para mí, en realidad me resultaba casi desconocida. ¿Como era posible que en cuestión de segundos, el lapso de dieciocho años compartidos me supiesen a tiempo perdido?
La mire extrañada, sin saber por dónde comenzar a procesar cada cosa que me decía; todo estaba siendo tan nuevo, y caóticamente desconocido. De pronto me sentía como una gran ausencia en su vida. Como si estuviese abriéndome paso a un eslabón perdido que lo cambiaba todo, porque cada palabra que se abría paso en el abismo de aquella habitación vacía representaba una infinitud de cosas no dichas entre nosotras... cosas que tal vez nunca descubriría a detalle.
Los segundos de silencio se promulgaron estáticos y densos. Dibujándose eternos y castigadores. Sin embargo ella pareció leer entre mis gestos y descifrar una curiosidad de la que ni siquiera yo misma me inmutaba. Entonces, asumiéndome preparada, tomo aire reuniendo fuerzas, y siguió con sus relatos:
—Los primeros meses en la gran Ámsterdam fueron difíciles, simplemente parecía que habíamos logrado escapar de la pobreza y de los maltratos de nuestra antigua vida, pero a cambio recaímos en la mayor de las miserias. Durante un gran tiempo vivimos en un refugio para indigentes. La vida era dura, y mas para dos mujeres solas en la gran ciudad.
—¿Como lograron salir adelante?
—Perseverando. Madrugando cada día de la semana para encontrar trabajo y tomando cualquier empleo pequeño que nos ofrecían —explico—. Fue así hasta que caímos en manos de la familia Schooier... el Sr. Magnus y su esposa, la Sra. Lisa, eran las personas mas buenas que conocimos desde nuestra llegada a la ciudad; nos dieron un trabajo bien pagado, respeto, y hasta hicieron de su hogar el nuestro. Nunca seré capaz de comprender cual fue el momento en que todo aquello se convirtió en la perdición de mí pobre Lina —masculló derramando lagrimas. Sus memorias la atormentaban y la exaltación de relatarlas agitaba su respiración que antes radicaba pausada y lenta.
—Ya no mas por favor —suplique al ver su pecho subir y bajar con anomalía—, no es necesario que sufras recordando.
—Sufro mas al guardar tantos secretos que me atormentan. Solo escucha, con eso vas a liberarme de mis pesares —me miró aguardando una respuesta, sus ojos afligidos me hacían comprender que revelarme su historia contribuía a que se sintiera en profunda paz con su pasado, así que asentí en silencio, aprobando a que continuara narrando sus vivencias—. Mí hija se desvió del buen camino, dejo de lado los valores que durante toda mí vida le inculque. Me consuelo sabiendo que el corazón de una mujer enamorada no comprende de valores, ni de los principios que adjudicamos a la ética, pero pobre de mi desdichada niña..., se enamoro, tal vez sin quererlo, tal vez sin desearlo. Una tarde cualquiera, me confeso entre lágrimas que esperaba un hijo del Sr. Magnus —lanzó súbitamente, dejándome sin aliento—. Ella nunca quiso hacerle daño a nadie, solo se enamoro inocentemente y entrego su cuerpo y su alma a ese amor.
Solté su mano, deslizando lentamente mis dedos de entre los suyos. Mis ojos se llenaron de lágrimas y todo se tornó borroso.
Al empezar a escuchar su historia todo en lo que podía pensar era en hilos sueltos. Cabos sin atar. Inconexos. Enigmáticos... pero a medida que se desplazaba más y mas entre el relato de aquellas vicisitudes cada hilo se conectaba con otro, entrelazando una trama que me horrorizaba y destruía por completo mi mundo, porque todo lo que creía real no era más que una mentira.
En mi interior deseaba no comprender, encontrar una excusa válida que justificase todo, pero cada pieza de ese rompecabezas iba acomodándose por si sola en el lugar que le correspondía, y me asustaba la forma en la que todo cobraba un fatídico sentido.
—Al enterarse el Sr. Schooier de que su amante llevaba en el vientre un vestigio de sus errores conyugales enloqueció en cólera; me alejo de Lina y la ocultó en una casa completamente lejos de la ciudad, obligándome a hacerle creer a todos que ella había regresado a Rotterdam con su padre. En Febrero Magnus creyó conveniente darme unas vacaciones, sabiendo que el nacimiento del bebe se acercaba, y me llevó a la casa de campo en la que habitaba mi hija, junto a una enfermera y una partera. —la mención de aquel mes fue el detalle final. La parte restante de la historia se contaba sola, más la abuela seguía exigiendo mi prestancia para escucharla y así liberarla de todo—. Recuerdo con gran exactitud aquel Domingo 26 de Febrero de 1922, fue un día marcado por la desgracia y la dicha..., vi morir a mi hija horas después de dar a luz porque el parto se complico y su cuerpo no pudo soportar la fiebre puerperal. Pero ese no fue el fin porque su espíritu renació en una hermosa y sana niña, una a la que ame y jure proteger desde el primer momento.
—No —negué. Mi voz salía rasposa... quebrantada. Así me sentía en realidad, fragmentada. Escindida—. No puede ser cierto...
—En Marzo volví a la residencia Schooier con una preciosa bebita entre mis brazos, y fuiste a los ojos de todos la hija que mi descarriada Lina abandonó. —prorrumpió, extendiendo su mano para que la tomara nuevamente—. Emma, tu madre te amaba. Ni siquiera puedes imaginar la mitad del candor de sus sentimientos por ti.
Perdida. Realmente me percibía perdida. Era un sentimiento desolador que iba mucho mas allá de una sensación de vació. Era un no pertenecer a nada. Era ser una extraña viviendo una historia ajena. Era ser un fantasma sin identidad transitando el mundo sin dejar su propia huella.
Me aparte de la cama, caminando vagamente por la habitación, soltando lagrimas que se perdían en el tramo de mis clavículas.
A lo largo de mi vida había llorado por un sinfín de razones, pero llorar por sentirme a mi misma una extraña, tenia una connotación distinta, un aditamento que hacia del dolor algo mucho mas visceral y sombrío.
—¿Tienes una idea de cuantos años me reproche un abandono que en realidad nunca existió?¿Sabes que noche tras noche me iba a la cama sintiéndome miserable?... no puedo creer que me hayas ocultado el amor de mi madre —reclame, con tono desgarrador—... crecí en la oscuridad cuando en realidad tuve una madre, una madre que me amo.
—Así es, Lina te amó —admitió—. Cuando tu llanto resonó en la casa de campo sus ojos se iluminaron majestuosamente, como si estuviera escuchando la melodía mas dulce. Luego te tomo en sus brazos, beso tu frente y admiro maravillada cada pequeña facción de tu pequeño rostro, durante minutos que representaron una eternidad. Horas mas tarde fue ella quien se perdió en un eterno adiós... se fue conservando la dicha de haberte amado plenamente durante minutos que fueron mas hermosos que la vida misma.
—¿Por qué tuvo que irse? —pregunte con la voz rota—. Necesito su cariño... toda mi vida lo he necesitado. —dije como una niña pequeña, porque justo en aquel instante estaba volviendo a sentir en la piel de esa pequeña que lloraba la ausencia del amor de sus padres, solo que la historia se había transformado en otra—. Siempre me he sentido una niña abandonada, pero ahora... no se quien soy, ni quien he sido —solloce, con el pasado recayendo sobre mis espaldas para acabar conmigo.
La escena se congelo en un silencio que se interponía como una barrera entre nosotras.
Estaba tan enojada e impotente. Quería gritar y romper cada cosa de aquella habitación hasta descargar toda la frustración que me generaban tantas mentiras... quería tantas cosas. Sin embargo, sabía que debía contenerme y ponerme en segundo plano para evitar desestabilizar a la abuela.
—Ya que he sido la marioneta de una historia que tú misma trazaste, al menos dime... ¿quién soy ahora? —escupí, sin evitar ser hiriente—. ¿Después de tantos años solo debo aceptar que mi padre fue un hombre que nunca me consideró su hija, y para el cual solo fui un error nacido de su infidelidad?
—No, mi cielo. Papá te amo conforme las circunstancias se lo permitieron. Ahora estas dolida y resentida con tu pasado, pero un día las heridas sanaran y podrás juzgar sin resentimiento las acciones del Sr. Schooier. —hablaba pausado, a murmullos débiles y quebradizos. Estaba pálida, y también con el pecho más exaltado—. Quiero que me perdones, nunca haz sido para mí una marioneta, solo... solo pensé que al ocultarte la muerte de tu madre te protegía del dolor.
—¿Para protegerme del dolor tenías que creer un corazón roto? —cuestioné.
—Lo siento —susurró—, de verdad lo siento.
Fue la primera vez en la que tuve que admitir que ella no era perfecta, que no estaba compuesta solo por luces sino que también tenía su oscuridad... fue acoplarla a ese "todos" que me resultaba tan común y ordinario..., porque todos éramos luz y oscuridad, y hoy su oscuridad había salido a flote para terminar con esa divinización que yo misma le había adjudicado.
—No puedo justificar ni entender la forma en la que procediste, pero te perdono... de corazón te perdono. —dije al cabo de unos segundos, deseando en un futuro poder entenderla.
Realmente lo hice, la perdoné... la perdone al comprender que muchas veces fallábamos al intentar hacer lo mejor para alguien, y porque entre el proteger y el lastimar había un paso tan milimétrico que transitar de un extremo a otro era sencillo e incluso inevitable a veces.
—Eres demasiado buena mi niña. Dios es todo poderoso y dotó tu corazón en inmensa misericordia para perdonar a una pobre vieja que pensando en tu bien te hizo sufrir cruelmente dieciocho largos años. Ahora puedo regocijarme en la impetuosa paz que tu perdón significa para mi. —Me acerque y volví a desplomarme en la silla junto a ella; tome sus manos y las besé, estaban frías y pálidas pero seguían transmitiéndome el cariño y el amor mas puro y verdadero, ese amor que prevalecía inalterado, sin sufrir los efectos colaterales de los errores que se habían cometido—. Cuándo yo no este quiero que tomes el cofre de madera, ese que siempre te he impedido abrir. En el hay hermosos recuerdos, fotos de tu madre y fotos mías, que siempre estarán para ti cuando te sientas sola..., quiero que a partir de ahora no dejes que los sufrimientos definan tu vida.
—¿Por qué te despides? —pregunte con inocente enojo, y me detuve afligida intentando retener mis lagrimas incontrolables—, todavía no es tiempo, ¿no ves que aun te necesito?
—He tenido la suerte de poder vivir para revelar la verdad, ya no arde ningún recuerdo, y ha de ser de mi la voluntad de nuestro Padre Celestial —profirió con su sonrisa armoniosa y su dulce voz—. Conmigo no va a morir el amor que siento por ti, ese sentimiento prevalecerá por siempre y se convertirá en tu eternidad. No sufras por favor, la muerte llega para todos tal como ahora esta llegando para mi.
—¡Te amo abuela! —exclamé tumbando mi cabeza en su pecho.
Ella guio su mano libre hasta mi cabeza y acaricio suavemente mis cabellos, hasta que un susurro apacible y casi inaudible llego a mi: —«Yo te amo a ti, Emma querida».
Pronto se quedo dormida. Las emociones fuertes, recordar el pasado y hablar durante tanto tiempo la habían dejado exhausta. Yo llore en silencio durante bastante tiempo, memorizando cada uno de los tenues latidos que emitía su corazón, el calor que sus manos me transmitían, y un «te amo» que quedaría gravado hasta el fin de mis días.🥀🥀🥀🥀🥀
Plot twist... Se lo esperaban?
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Al límite de lo prohibido (PAUSADA)
RomanceEl destino los unió en medio de una temible guerra, sin embargo él pertenecía a un mundo y ella a otro, y el curso del tiempo los obligaba a ser rivales. Pero entonces de entre las tinieblas y las ruinas surgió el más puro amor; él abrazó su dolor...