Capítulo catorce, parte dos

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Palabras… un amplio margen de posibilidades tras de ellas

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Palabras… un amplio margen de posibilidades tras de ellas.

Podían mutar y tomar la forma de un sinfín de extremos opuestos. Podían ser remedio o veneno. Dicha o penumbra. Anhelo o desasosiego.
Una sola palabra tenía el poder de encender un millar de esperanzas o de matarlas todas sin el menor esfuerzo.

Solía pensar que siempre era así. Una cuestión de extremos… o bueno o malo, o blanco o negro. Pero, su carta… su carta dio origen a una serie de tonos grises que se plasmaron nítidos sobre ese lienzo que la realidad nos ofrecía. Fue agonía y fue esperanza. Fue tenerlo todo y a la vez nada. Porque en un segundo él estuvo allí, y al siguiente se difuminó en ese todo que nos obstruía la posibilidad de ser.

Dolía pensar en que aveces ni el mas sentido amor garantizaba un estar juntos. Porque el sentimiento estaba ahí, mas real que nunca y haciendo del corazón un infierno…, sin embargo, no había un «nosotros» sino un «él y yo» que guardaba millones de incógnitas en medio.

Se sentía como abrirnos paso en una habitación vacía. Cada uno en un esquina opuesta. La posibilidad de encontrarnos en uno mismo estaba al alcance de unos pasos, pero al intentar rebasarlos caíamos en cuenta que una barrera invisible se interponía en medio.
No bastaba con mirar el mismo cielo, ni con respirar el mismo aire… tal vez amarnos en realidades inconexas era el castigo que merecíamos por haber cedido a lo prohibido.

Pensé en él, en mi, y en ese nosotros que se proyectaba imposible. Un nosotros que se manifestaba bajo la forma de un sueño que ambos compartíamos.
Un sueño perfecto que se deformaba al intentar materializarse en la imperfecta realidad, y que en su paso de lo irreal a lo real siempre terminaba convirtiéndose en una pesadilla…, porque nuestro amor estaba destinado a guardarse para siempre en la eternidad de una utopía irrealizable.

Los suspiros llenaron de nostalgia esa noche en la que el insomnio fue el guardián de mis congojas. Y cuando las sombras del anochecer cedieron su lugar a los colores del alba, la claridad matinal me encontró con la carta aun descansando en mi pecho y convertida en una imagen difusa de mi propio ser. Todas las piezas estaban dispersas otra vez…, tanto que incluso la esperanza y la resignación se entremezclaban indistintamente… ¿era posible sentir ambas cosas?

Me proclamé casi junto con el amanecer, y después de alistarme y atesorar la carta de Kurt, decidí comenzar con las tareas del día en lugar de invocar mi propia ruina. Yo misma estaba contribuyendo a la grandeza de mis pesares, porque cedía inexorablemente al gran torrente de pensamientos quejumbrosos que pendían como una nube de incertidumbre sobre mi cabeza.

Alrededor de las 07:30 am, la cocina ya estaba impoluta y el desayuno listo para ser servido en el comedor principal, como le gustaba a Maximilian. Desde su llegada había pedido que volviésemos a la costumbre de tomar los alimentos allí, usando la vajilla de porcelana y los cubiertos de plata. Tal como hacíamos en aquellos tiempos en donde la mesa rebosaba de alegría, y las charlas repletas de anécdotas iban y venían, inmortalizando momentos que habían quedado dibujados por siempre en cada página de mi historia.
Aquellos días se sentían tan lejanos que en ocasiones tenia la sensación de haber sido escindida de todo aquello que conocía…, como si me hubiesen difuminado de toda esa perfecta realidad para colocarme en un cuento en el cual vivía a destiempo, porque todo sucedía tan rápido que me sentía profundamente fuera de lugar y sin poder seguirle el ritmo a ese nuevo modo de encarar la vida.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora