Capítulo diez, parte uno

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Pasaban los días y mi mente seguía absorta en aquella carta, igual que el primer día en que la leí

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Pasaban los días y mi mente seguía absorta en aquella carta, igual que el primer día en que la leí. Todas las noches me perdía entre aquellas líneas ansiando volver a tener a Maximilian, pero sabiendo que su regreso tomaría bastante tiempo, no me quedaba más que resignarme al consuelo de sentirlo a través de sus palabras y de los profundos afectos que con ellas transmitía.

El remordimiento en mi consciencia era grande aquellos días en los que Lisa presagiaba melancolía. Yo era de la idea de que el tiempo no curaba las heridas sino que solo te enseñaba a sobrellevarlas con paciencia, sufriendo estoicamente y en silenciosa resignación la pérdida de nuestros seres amados. Pero expresar dolor y desconsuelo era a veces inevitable, y justamente en los últimos días eso se había reflejado bastante en el rostro pensativo de Lisa, cuya fuerza de voluntad para no derrumbarse parecia ir en caída libre.

Me sentía culpable, porque a pesar de tener la cura a sus males del alma, me veía totalmente imposibilitada para actuar. Maximilian me había asignado una tarea de gran peso. Ver cómo su madre sufría me estaba matando, pero debía seguir en la ardua posición de no intervenir. Nadie mejor que su hijo conocía el carácter tan tozudo y obstinado que ella tenía... de saberlo con vida Lisa haría hasta lo inconcebible por dar con su paradero, así que estaba obligada a respetar las decisiones de Maximilian incluso si eso suponía aceptar y subordinarme a sus silencios.

Comprendía además los móviles que lo llevaban a posponer su regreso a casa…, era de verosímil constancia que la guerra terminaba con los sentimientos nobles de cualquier ser humano, y si él por propia voluntad optaba mantenerse aislado de nosotras era porque sus heridas no cerraban por completo.

Podría asegurar con la mas firme vehemencia que él quería regresar siendo el mismo muchacho alegre y vivaz que había partido meses atrás, y no solo un vestigio resultante de sus tiempos en combate.

Era bastante temprano en la mañana, cuando preparando el desayuno, me mantenía aun siendo torturada por la sagacidad de escrupulosos pensamientos. Dichas cavilaciones impedían que un sueño pacifico llegará a mí durante la noche y en el transcurrir del día me sometían al remordimiento y al pesar. 

No paso mucho tiempo de estar los servicios colocados en la mesa, cuando la abuela se hizo presente, en espera del cotidiano café mañanero, junto a la leche y las tostadas recién hechas; también había un poco de manteca, miel y una conserva de frambuesas deliciosa que ella misma, pese a sus falencias, se había amañado para preparar. 

Si algo tenían estos tiempos de guerra era la difusión colectiva de un vivir caracterizado por las privaciones. Con el pasar de los meses inclusive las mas refinadas y flamantes familias Holandesas fueron viéndose obligadas a vivir y apreciar la simpleza; día a día se sentía con mas opresión la escasez, sobre todo en productos como la manteca, el café, la miel y el azúcar, todos ellos habían pasado a convertirse en una especie de privilegio. Ya casi nadie estaba en posición de vivir en torno a grandezas y lujos, por lo tanto en la casa Schooier también nos vimos obligadas a decir adiós a los “extravagantes” desayunos con bizcochos, budines, galletas, frutas de estación y cacao.

Al límite de lo prohibido (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora