Capítulo 36 🚬

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Franchesco me observó sorprendido, hasta que frunció el ceño y se cruzó de brazos

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Franchesco me observó sorprendido, hasta que frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—No sé de qué hablas —respondió él.

Miré a mi alrededor y lo noté, había metido la pata.

Asentí como pude y me levanté de mi asiento. Tomándome de Franchesco y prácticamente obligarlo a sostenerme.

—Gen, ve a darte una ducha —dije calmada encontrándome con sus ojos rojos—. Ve. Quédate el rato que necesites, llora todo lo que tengas que llorar.

Ella asintió.

—Te quiero —le dije.

Ella volvió a asentir, pero no dijo nada. Tragué grueso al entender que ella no estaba bien, estaba sufriendo y yo era culpable de aquello.

—Necesito que me lleves a tu casa —le susurré a Franchesco en el oído.

Y él frunció los labios molesto.

—¿Podríamos ir un rato a mi casa? —cuestionó él—. No le quitaré el ojo de encima. Solo debemos asegurarnos de algo.

Mi padre asintió y le hizo señas a mi abuela y tío para que no dijeran nada al respecto.

—Cuida a Gen —le ordené a mi padre, mientras salía de la puerta y Franchesco me sostenía de la cintura.

Suspiré al estar fuera de casa, al pasar por la acera no pude evitar recordar a Lucrecia.

Cerré los ojos con fuerza.

—¿Qué es lo que sabes? —me preguntó Franchesco mientras nos dirigíamos a su casa.

—Que Ludovica estaba embarazada y planeaba huir con Caleb —dije seria.

—¿Solo eso? No hay razón para mentirme.

—Solo eso —aseguré.

Nos paramos en frente de su puerta, él dudó varios segundos en hacer lo que pensaba hacer, pero terminó abriendo la puerta y a ayudarme a entrar.

Era la primera vez que entraba como correspondía.

Era la primera vez que no entraba por la ventana y que veía más allá de su dormitorio.

—¿Quién es? —inquirió una voz femenina a lo lejos, mientras se apresuraba a llegar hasta nosotros—. Oh, Fran... Y compañía...

—Keira —se apresuró a decir Franchesco—. Se llama Keira.

Aquella mujer que tenía enfrente era un calco a Ludovica, solo que más adulta y alta.

Pero su expresión era distinta, sus ojos desprendían tristeza pero a la vez emoción. Y la media sonrisa que poseía era extraña.

—¿Has hablado o me lo imaginé? —dudó en un sollozo.

—He hablado madre, pero no te acostumbres. Solo iremos al dormitorio. Por favor, no molestes.

Keira y sus problemas [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora