Pergamino 23

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Pov. Natalia

— No te guardo rencor, sólo quiero entender.

Sus pupilas se dilatan mientras inclina la cabeza.

— Necesito saber qué buscas, ambos sabemos que no llegaste aquí por casualidad.

Se endereza.

— Tal vez no he sido la mejor pero puedo cambiar, únicamente te pido la verdad.

Fija su mirada en mí, tan profunda como la primera vez que nos conocimos.

— Yo sé que no fue buena idea amenazarte, pero estaba enojada. Pensé que me habías despertado a propósito, te juro que nunca me haría una cartera contigo.

Agacha la cabeza y junta sus patitas delanteras.

— Miki, oh poderosa Miki yo sé que tú sabes algo, por favor te lo imploro, dime de qué se trata.

Se va corriendo dejándome sola en el cuarto, bufo y me recuesto en la cama. No he avanzado nada, busqué en cada lápida del cementerio pero no había ni rastro de Rumiko Uchiha, es como si la tierra se la hubiese tragado.

Gracias a la llegada de un muchacho la atención que tenían sobre mí se desvió, Sakura y Naruto tampoco han pisado el complejo en días. Al parecer se vieron involucrados en un incidente con el Equipo de Herramientas Científicas Ninja.

La puerta se abre dejando entrar a Miki, se sube en mi vientre de cinco meses recién cumplidos. Entre las patas trae la peineta que me robó hace tiempo, balanceándola desvergonzadamente.

— ¿Estás echándome en cara lo bien que la escondiste?

Cuando intento agarrarla se gira para evitarlo.

— ¿No me la vas a devolver?

Salta encima mío, queriendo llamar mi atención. La peineta da varias vueltas hasta que al fin lo veo, entre los dientes tiene inscripciones.

La tomo con brusquedad para examinarla más de cerca y asegurarme que lo vi bien. Casi la pego a mis ojos, ahí están, pequeños y finos grabados pertenecientes al Clan Uchiha.

— ¿Qué significa esto? ¿Por qué la tendría mi padre? ¿Acaso él...?

Niego frenéticamente, es imposible que la haya robado. La peineta fue una reliquia familiar, no fue robada.

— Tú sabes dónde está ella ¿no es así Miki?

Corre a la entrada, esperando a que la siga. No pierdo tiempo y me echo a correr detrás de ella, o bueno correr entre comillas porque la rapidez que tenía ha ido disminuyendo.

Salimos del complejo pero algo me obliga a detenerme, una presencia siniestra. Miki se detiene, apremiando que la siga, más allá en la esquina de la calle se encuentra un hombre con un pequeño puesto de dulces y juguetes.

Tiene un letrero informando que regala dulces gratis por ser su primer día trabajando, varios niños están arremolinados a su alrededor intentando conseguir uno. Entre ellos están Hikari y Miyana, con esta última jalándola para alejarse de ahí.

— ¡Hikari, Miyana!

Las niñas voltean a la primera, un mal presentimiento se instala en mi cuando compruebo de que el hombre ha dejado de prestar atención a los otros niños y se centra en nosotras.

El final del caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora