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El señor y la señora Solovióv habían criado a sus hijos para convertirse en buenas y exitosas personas. La universidad a la que Alexei Solovióv iba a ir estaba pagada, en San Petersburgo. Su intención era convertirse en un talentoso empresario, mientras que su hermana menor quería seguir los pasos de su madre y convertirse en cirujana.
Nada de eso pudo ser llevado a cabo. Ivan Solovióv abandonó la Marina cuando descubrió que su jefe utilizaba los cuerpos de sus soldados caídos para transportar cocaína. Reportarlo fue la peor decisión que pudo haber tomado, porque le costó su vida y la de su esposa.
Alexei hizo lo mejor que pudo con su hermana, pero a los dieciocho años, realmente, ¿qué podía hacer? No tenía muchas opciones, así que no lo dudó demasiado cuando aquel extraño traficante ruso se le acercó para ofrecerle trabajo. Después de todo, solo sería una vez para sacar adelante a su hermanita.
Desafortunadamente, en la ciudad de Chicago no se salía adelante. Debió saberlo antes de involucrarse con la mafia.
Cuatro años después, Natasha alquilaba un departamento en un edificio terrible y un barrio aún peor en la misma ciudad, por lo que le salía barato y había logrado negociar con el dueño del edificio. Le bajaba el diez por ciento de la renta si sacaba a pasear a sus perros dos veces al día, así que Natasha llevaba casi cuatro años paseando a dos pitbull y un dálmata muy bien entrenados.
El departamento era pequeño, de un ambiente, pero le quedaba muy cómodo a ella. Realmente no llevaba visitas porque no tenía amigos y casi siempre comía en los bares donde trabajaba.
Por supuesto, el suyo no era un trabajo honorable, pero sus víctimas no eran ningunos inocentes, así que no se sentía culpable en lo absoluto. Y si el dinero le servía para mantenerse y ayudaba a la policía, indirectamente, a encarcelarlos, ¿por qué debía dejar de hacerlo?
Necesitaba el dinero. Una persona como ella, una adolescente que había abandonado el colegio a los doce años de edad y había desaparecido de la faz de la tierra para tomar otra identidad, huyendo de un gobierno que la quería muerta, ¿de qué iba a trabajar?
Los perros la guiaban por el vecindario. Era un lugar oscuro, peligroso, pero no le daba miedo. Era un barrio mayormente habitado por gente de color, de clase social media a baja y todos se conocían entre todos. Lo dirigía la pandilla de los G Park Lords, y aunque le había tomado un buen tiempo Natasha se había ganado el respeto de los miembros. Mientras no los estafara a ellos ni a nadie de ese barrio, ella estaba a salvo. Y nadie podía saber que trabajaba con un policía.
Frenó bruscamente cuando los perros se encontraron con otro canino. Comenzaron a gruñirse. Jaló de las correas, mientras que el chico que paseaba al otro perro hacía lo mismo.
—Aleja a tus perros —espetó el chico.
Era un chico de ojos azules, cabello castaño y su piel era lechosa.
Russell, un chico que vivía cerca de su departamento, le había dicho que los únicos niños blancos que aparecían por el barrio era para comprar droga o ir a fiestas. Los G Park Lords vigilaban a todos los desconocidos que aparecían en el vecindario, y ella estaba segura que nunca lo había visto por las calles, menos haciendo algo tan banal como pasear a un perro.
—Aleja tú al tuyo —espetó Natasha y tironeó de las correas.
Cuando el chico finalmente pudo arrastrar a su perro, Natasha se volvió a su edificio mientras pensaba en el extraño chico. El dueño del edificio llevó a sus perros a su departamento y Natasha se fue al suyo, para sentarse en la cama y pensar. Estaba muy cerca del suelo, y aunque el dueño insistía en que era una cama otomana, Natasha sabía que era simplemente un elástico con pequeñas patas que, juzgando por sus diferentes tamaños, habían sido pegadas. Nunca había visto una cama otomana, pero estaba segura que no era así. Sin embargo, la otra opción era dormir en algún callejón sobre un cartón, así que no puso queja alguna.
Se recostó en la cama, siendo recibida por sus dos almohadas y el acolchado que su madre le había hecho a mano cuando era pequeña. Era una de las pocas cosas que se llevó de su casa la noche que huyó con su hermano, prefiriendo abandonar gran parte de su ropa que su manta porque tenía más valor sentimental, contrario a su hermano que se llevó toda su ropa. Y no se arrepentía, después de todo, la había mantenido caliente las noches que pasaron durmiendo en el viejo auto de su padre.
Natasha se enderezó con rapidez, repasando en su mente una y otra vez las palabras del chico.
Su manera de marcar las letras con demasiado ímpetu, el acento en cada una de las sílabas. No importaba cuánto se esforzara por disimularlo, Natasha podía reconocerlo de igual manera.
Los rusos la habían encontrado.
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El hombre cayó a la cama, balbuceando palabras inentendibles para ella. La chica lo ignoró, mientras revisaba los bolsillos de su saco. Tomó su teléfono, su billetera y le desabrochó el caro reloj que tenía en su muñeca izquierda.
En la billetera encontró mucho dinero, pero ninguna tarjeta ni identificación, así que no tenía manera de saber que estaba asaltando al correcto. Pero si él era aquel asesino y narcotraficante colombiano que la policía no podía atrapar, entonces debía intentar algo.
El teléfono cayó al suelo cuando sintió que jalaban su cabello. Con su puño, el hombre tomó su peluca con tanta fuerza que agarró también su pelo real.
—¿Quieres saber cuándo una persona es importante? —su aliento a alcohol le pegó con fuerza en la cara cuando él se apoyó con fuerza contra su espalda, para evitar que se suelte—. Cuando comienzas a escuchar su nombre por todos lados.
El colombiano jaló su cabello hacia un costado.
—Hace alrededor de dos meses comencé a escuchar el nombre "Viuda Negra" por todos lados —dijo Adrés Diaz—. Desde los narcotraficantes, hasta las prostitutas.
—Me lastimas —murmuró Natasha, guardando con mucho disimulo el dinero y el reloj.
—Voy a hacer mucho más que solo lastimarte —su voz, ronca, la hizo estremecer—. Hiciste caer a mis socios, perdí gran parte de mi negocio por culpa tuya. Y de alguna manera, vas a tener que pagar...
—De verdad me cansé de oírte hablar —interrumpió la pelirroja.
Levantó el codo para golpearlo con fuerza en el rostro. El Pulpo quedó aturdido por el golpe gracias a la cantidad de alcohol y droga en su sistema, y aflojó su agarré lo suficiente para que Natasha se deshaga de la peluca, lo golpee en la garganta, lo patee en la entrepierna y luego en el rostro.
Se sacó los tacos con rapidez y corrió lejos de la habitación de hotel, con su corazón corriendo a mil por hora. Nunca se había enfrentado a nadie físicamente, pues los hombres siempre quedaban inconscientes apenas tocaban la cama, aunque ahora agradecía las tardes en las que Antonio Dawson se hacía un espacio para enseñarle a defenderse, sabiendo que si su droga no hacía efecto ella quedaba expuesta.
Al salir del bar que estaba en el hotel, Natasha peinó su cabello pelirrojo y comenzó a caminar hacia su casa. No era cerca en lo absoluto, pero siempre le había gustado caminar.
Se sentía mal por no haber sido capaz de encontrar nada que incriminara a Pulpo, y no quería decirle a Antonio que sabía que estaba en la ciudad. Era un nervio delicado para él y no quería hacerlo enfadar. Había esperado hoy conseguir un poco de información sobre él y sus negocios, pero no había podido conseguir ni su teléfono.
Al menos tenía un lindo reloj para empeñar y dinero que le serviría durante al menos una semana. Siempre había sabido cuidar la plata.
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BLACK WIDOW (Chicago P.D)
FanfictionTodos tienen un secreto. El del detective Antonio Dawson tiene nombre y apellido: Natasha Solovióv, también conocida como la Viuda Negra. barnesroses 2k21 cover by: @cattleya_oh