Todos tienen un secreto. El del detective Antonio Dawson tiene nombre y apellido: Natasha Solovióv, también conocida como la Viuda Negra.
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Realmente le dolía tener que dejar su abrigo, pero debía hacer un poco de tiempo para poder despistar a aquel hombre.
Trepó por la ventana del baño y saltó hacia el otro lado. Desde pequeña le gustaba treparse a lugares altos, pasaba horas en los techos de su casa o en las copas de los árboles, sin que nadie la moleste hasta que su hermano mayor creía que ya era suficiente e iba por ella.
Ni siquiera aquel vestido apretado y los tacones de diez centímetros eran un estorbo para trepar.
Desde la primera vez que se puso una peluca y se maquilló, sabía que se estaba metiendo en un asunto peligroso, pero estaba cansada de ver a los delincuentes salirse con la suya así que decidió que los haría pagar ella misma. Era tan fácil como meter una pastilla en sus vasos cuando estaban distraídos, llevarlos a una habitación y esperar hasta que se desmayaran, para tomar sus cosas de valor e irse.
La primera vez estaba aterrada, pero luego de algunos meses se había acostumbrado y había aprendido a reconocer quiénes caían y quiénes no. Aquel hombre que se le acercó, no lo hizo buscando una noche con ella.
Caminó por el callejón con su bolso en la mano, pero antes de poder cruzar la calle y alejarse, una patrulla pasó a toda velocidad. Natasha volvió a esconderse y maldijo por lo bajo.
Sobó sus brazos con fuerza para darse calor y volvió a salir cuando vio la patrulla frenar en la puerta del bar. Se sacó la peluca y acomodó su corto cabello pelirrojo, pero se frenó al oír un ruido metálico cerca suyo.
Enfrente suyo, el mismo hombre del bar la apuntaba con su arma. Detrás de él, estaba su auto con la puerta del piloto abierta. La radio en su hombro estaba haciendo ruido.
—Detective Dawson, ¿cuál es su estado?
El detective Dawson miró a la chica enfrente de él. Sin la peluca y con aquella expresión asustada, tenía un aspecto mucho más aniñado que antes.
—Detective Dawson, repórtese —volvieron a insistir.
Dawson tomó la radio, sin correr la mirada de la niña. Era la primera vez que le apuntaban con un arma, y no podía dejar de mirar el cañón, pensando que un solo movimiento en falso podría acabar con su vida.
—La perdí —respondió Dawson—. Se escapó, sargento.
No volvieron a responder. Dawson abrió la puerta de los asientos traseros y bajó su arma.
—Métete.
—No —respondió la pelirroja.
Tal vez era una niña, pero no era ninguna tonta. Sobrevivía sola en la calle desde hacía meses, y había aprendido a las malas que no todos los policías eran buenos.
—Si te vas a pie te van a encontrar y acabo de mentirle a mi sargento para evitar que eso suceda —espetó—. Sube al auto.
Su tono de voz no dejaba lugar a réplicas, y Natasha comenzaba a arrepentirse de ir al bar aquella noche. Suspiró y lo obedeció. El hombre subió al asiento del piloto y comenzó a manejar, golpeteando sus dedos contra el volante en señal de nerviosismo.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó finalmente ella.
Se sentía más segura ahora que no tenía el arma del adulto apuntando a su frente, así que se trepó al asiento del copiloto. El hombre rodó los ojos, pero no dijo nada.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó. Ella corrió la mirada—. Lo averiguaré de todas maneras, niña.
—Quince —respondió, honesta.
—¿Qué hacías en ese bar?
—¿Tengo que responder?
El hombre apretó con el volante con fuerza, logrando que sus nudillos se pongan blancos. La chica hizo una mueca.
—Vengándome —respondió. Dawson hizo un ruido con su garganta para que siga hablando, sin correr la mirada del camino—. El oficial Dallas chocó contra mi auto hace ocho meses. Mi hermano y su mejor amiga murieron, él huyó sin un rasguño.
—¿Y robarle la billetera es para ti suficiente castigo?
—No es solo robarle, detective —respondió—. Es humillarlo. No hay nada peor para un policía que ser vencido por un criminal. Aún mejor, una adolescente.
Dawson suspiró y negó, pero la chica se veía muy segura de lo que decía. Estaba satisfecha con lo que hacía. Por culpa de aquel patrullero ella estaba sola en el mundo, y había tenido que encontrar una manera fácil de hacer dinero.
No quería robarle a personas inocentes, así que se tomaba el trabajo de elegir a sus víctimas con cuidado, ninguno de ellos eran buenos.
—¿Tus padres saben qué haces por las noches?
La pelirroja miró por la ventana mientras apretaba sus dedos con fuerza para evitar responder. Aún le costaba hablar de su familia, así que lo evitaba a toda costa.
—Te estoy salvando de terminar en un reformatorio hasta los dieciocho, niña. Colabora un poco aquí.
—¿Por qué? —espetó—. Yo no te pedí que lo hagas. No te debo nada.
—Tienes razón —dijo Dawson, a punto de volver a arrancar el auto—. Te llevaré a la comisaría. Fue un error cubrirte.
—No, espera, estoy segura de que podemos hacer algo —lo frenó Natasha, tomando su brazo. Dawson apagó el auto y giró para mirarla—. Tú no me entregas y yo... seré tu informante.
Dawson, sin responder, se estiró hacia el asiento trasero y le tendió el abrigo que había dejado en el bar cuando la vio temblar. Ella lo tomó y se lo colocó, mientras le daba al detective unos segundos para pensar lo que le había dicho.
—Sigue hablando.
—En lo que yo hago escucho cosas, ¿sí? Siempre se les escapa algo —explicó con nerviosismo—. Al igual que en mi barrio. La gente habla, detective.
El hombre asintió sin mirarla.
—¿Qué quieres a cambio?
—Que me mantengas fuera de prisión. No es un lugar al que quiero ir a parar.
Dawson metió su mano en su chaqueta y sacó una tarjeta color blanca para dársela a la chica. Ella lo tomó, con sus dedos temblando por el frío.
Detective Antonio Dawson, unidad antivicios.
—Cuando oigas algo, me llamas. Que sea real, algo que yo pueda usar para arrestarlos —ordenó—. ¿Cómo es tu nombre?
Ella sonrió.
—¿Debería darle un nombre falso?
—En lo posible, necesito tu nombre real. Y tus huellas, tendré que registrarte si realmente quieres hacerlo. Por ahora, te llevaré a tu casa.