Todos tienen un secreto. El del detective Antonio Dawson tiene nombre y apellido: Natasha Solovióv, también conocida como la Viuda Negra.
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—No quiero estar sola.
Amtonio la miró directo a los ojos. Ya no se veían llorosos, pero el maquillaje alrededor de sus párpados hacían resaltar sus iris color verde. Los moretones que comenzaban a formarse en sus brazos y cuello ya estaban cubiertos con crema, así que le acomodó el pelo y la miró algo inseguro.
—Tengo que volver, Natasha —dijo, pero no se levantó de la cama. Tampoco quería irse.
La pelirroja asintió, sin dejar de mirarlo. Llevó su mano hacia la mejilla del mayor, quien se tensó pero no sé alejó.
—Creo que puedo quedarme un rato...
Natasha no lo dejó terminar. Lo agarró de las mejillas y lo besó con ansias. Antonio no dudó un segundo en sostenerla de la cintura para acercarla a él y besarla con la misma fuerza. No era un beso tranquilo ni inocente, era intenso, se demostraban cuánto se habían contenido durante tanto tiempo.
El mayor bajó sus manos hacia los muslos de la chica y le levantó un poco el vestido. Natasha lo tomó como una señal para sentarse sobre sus piernas y metió sus manos dentro de su remera, sacándola con rapidez. Rompió el beso, observando los labios rojizos e hinchados del hombre, y le quitó el arma y la placa que tenía en la cintura del pantalón. Llegó a acariciar su torso antes de que él le quite el vestido por encima de su cabeza y la recueste en la cama.
Natasha quiso volver a besarlo, pero el teléfono del mayor sonó. Se separó de ella y lo sacó, pero Natasha, con molestia, siguió besando su cuello mientras él miraba los mensajes que le habían llegado.
—Nat —murmuró—. Me tengo que ir.
—No aún.
Antonio jadeó cuando ella mordió su cuello, y la sostuvo de los hombros para alejarla.
—Natasha, esto no está bien.
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Natasha pestañeó varias veces, sacando ese recuerdo de su cabeza.
Sentada en el escritorio del detective Halstead, volvió a fijar sus ojos de la computadora, para comenzar a teclear. Voight, Adam y Dimitri habían ido a hablar con el abogado de Pulpo, que les dio el dato de un supuesto fotógrafo que falsificaba identidades. Jay y Olinsky se habían encargado de ir a su tienda para saber si Pulpo lo había ido a ver.
Lindsay la miraba cada pocos segundos, como si estuviera esperando que hiciera algo mal para estallar y echarla de la comisaría. O arrestarla.
El ambiente se puso aún más incómodo cuando Jay entró y se sentó sobre el borde del escritorio, a un lado de la computadora donde Natasha trabajaba, y sacó el tema del padre de Voight.
