Todos tienen un secreto. El del detective Antonio Dawson tiene nombre y apellido: Natasha Solovióv, también conocida como la Viuda Negra.
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Natasha hizo que los cables hicieran contacto y esperó con paciencia a que el portón subiera, siendo recibida por todas las armas de los policías presentes.
Alzó las manos en un gesto inocente, haciendo que los presentes guardaran las armas, pero las miradas no se corrieron de ella. Belden la miró mal, pero a Natasha no podía importarle menos lo que él pensaba. La pelirroja dio un vistazo rápido, reconociendo a los detectives de la Unidad de Inteligencia y a algunos oficiales con uniformes. Todos miraban a la recién llegaba, excepto Sheldon Jin que se alejó a darle un vistazo al portón que Natasha había manipulado para abrir desde afuera.
Jay hizo el intento de ir hacia ella, pero Antonio se interpuso en su camino. Sin embargo, el único en llegar a ella fue Adam. El rubio la agarró del brazo para alejarla de los demás.
—¿Qué haces?
—Déjenme ir con ustedes…
Adam la interrumpió con una carcajada involutaria, pero hizo silencio al ver que la chica no bromeaba.
—Hablas en serio —dijo, recibiendo una mala mirada de su amiga—. Tasha, ni siquiera está a discusión.
Natasha lo miró seria, ignorando a Voight que se acercaba. El adulto le habló directamente a su oficial.
—¿Va a ser un problema?
—No, Natasha ya se iba.
—Voight, si Dimitri llega a estar ahí, tienen que dejarme verlo.
Voight estudió a la muchacha en silencio durante unos largos segundos. Su expresión era neutra, como siempre, pero sus ojos lo miraban con una profunda angustia. Nunca la había visto así, ni siquiera cuando despertó en el hospital luego de ser torturada.
El policía no lograba descifrar la situación. Si Dimitri había sido el hombre que intentó hacerle daño en el centro comercial, ¿por qué quería verlo ahora? Antonio lo convenció de que la niña quería una vida normal, y Adam le había asegurado que estaba adaptándose muy bien en la escuela, pero a él no podía engañarlo.
Natasha ya estaba acostumbrada a esa vida. A la adrenalina, al peligro. Debieron saber que no sería tan fácil alejarla de todo.
Miró a Antonio. No necesitaban hablar para saber que pensaban lo mismo. Si la dejaban al margen de lo que sucedía, se las arreglaría para meterse por sus propios medios y terminaría herida, o peor.
—Puedes esperarnos aquí.
—Sargento… —intentó quejarse Adam, pero fue interrumpido.
—Traeremos a Dimitri Garald si está en la feria. Podrás hablar con él cuando sea seguro.