Capítulo 12: Nuestras propias condenas

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Nuestras propias condenas

Cada cual carga con un pasado que condiciona el presente; y ese pasado acarrea, muchas veces, secretos de los que nos avergonzamos por miedo a ser juzgados, porque tal vez, en algún momento nos hicieron creer que fuimos insuficientes o menos que alguien, y superar heridas de esta dimensión llevan su tiempo, paciencia; es un camino que se atraviesa paso a paso para que toda esa realidad no se desmoroné sobre nosotros y no nos aplaste la angustias, los vicios, inseguridades, vacíos, y un sinfín de cosas más que nos hace tan humanos como cualquier otra persona. Es certero afirmar que alguno de nosotros alguna vez se vio perdido hasta que encontramos la salida de ese laberinto que parecía eterno, todos creamos puentes y caminos, ladrillo a ladrillo cuando nos dimos cuenta que las salidas de emergencia son efectivas si el peligro nos acecha. El peligro puede ser nuestra mente y las salidas de emergencia pueden ser personas y ellas pueden ayudar y/o acompañarnos a llegar a nuestro destino; el secreto está en tomarse con calma cada paso, asimilarlo, procesarlo y luego exteriorizarlo para que ya no pese. Nunca hay que aferrarse al sufrimiento hay que luchar contra él, hay que aferrarse a aquello a lo que queremos alcanzar y si eso nos da paz, es lo correcto, si da miedo también lo es, porque a veces sentimos miedo de lo que nos hace bien, pero elegimos esquivarlo y acabamos en donde no debemos. Y para Lexa, el amor que sentía hacia Clarke no solo le aterraba, la paralizaba. Aquella mujer extranjera se había presentado causalmente a su vida para derrocar más que convicciones, sino el ideal y prejuicio de que el amor es una basura inventada para los débiles de carácter que buscan el conformismo en un mero sentimiento sobrevalorado. En ese instante, Lexa sabía que estaba completamente jodida porque estaba a punto de saltar a un precipicio y aventurarse en tierras desconocidas, dejándose a la buena de algún dios que se apiadara de lo que fuese a pasar con ella. Sin embargo, sabía que Clarke era lo correcto y su paz. Estaba a nada de quedar sin escudos ni armas para batallas que estaba segura de que perdería. Pero ya no podía negar el cariño que sentía por la joven de cabellera rubia y ojos azul cielo tan puros como hermosos.

—Me gustaría ser sincera contigo. — Clarke, giró su mirada hacia Lexa y le dedicó una sonrisa tímida, porque no sabía qué le diría.

—La noche en la que nos encontraste a Bellamy y a mí en el bar en una especie de discusión, fue debido a que se estaba comportando como un idiota diciendo cosas que no debía desparramar en un lugar así. Lo creí una falta de respeto hacia tu persona, sumado a que te estaba insultando delante de muchas personas. — Clarke se acomodó el banco en el que estaba sentada y el rostro le cambió.

—¿Qué dijo? — quiso saber.

—Digamos que... conozco que tu mayor pena es a causa de tu hermano. — Los ojos de Clarke se llenaron de lágrimas y su garganta se anudó. — Sé que eso te tortura, te agobia... Y...— Hizo una pausa, porque no sabía cómo continuar. — con sinceridad, hubiera deseado conocer la historia por ti, a su tiempo; y no en un bar en boca de Bellamy. Lo siento. — La joven rusa, secó un par de lágrimas silenciosas que comenzaron a acariciar su mejilla y suspiró con la mirada perdida en algún punto del paisaje.

—Jasper...— comenzó. — Se llamaba Jasper.

—No tienes que hacerlo.

—Quiero hacerlo. — Lexa, estiró su mano y se aferró a la de Clarke, sin saber cómo contenerla. Verla llorar le atravesaba el corazón. No podía entender aquella sensación, pero la sentía y muy fuerte, causándole un dolor similar al de la rubia.

—Para contarte su historia, debo resumirte un poco la mía, la nuestra. Crecí dentro de un círculo familiar que vive bajo los dogmas de fe de la iglesia ortodoxa rusa. Mi padre es sacerdote, por ende, mi familia está atado a un régimen bastante estricto. Mi infancia se redujo a reglas, restricciones, mandatos, estilos de vida que se tuvieron que amoldar a lo que mi padre imponía por ser cara visible en la comunidad y obviamente no existieron grandes libertades. Jasper era cuatro años mayor que yo, y la padeció muchísimo más porque debía seguir con las tradiciones propias de nuestra familia. Le apasionaba la música, ¿sabes?, quería convertirse en un gran músico, escribía canciones bellísimas que generaban tanto... adoraba escucharlo. — Hizo una pausa, azotada por los recuerdos de una época que jamás volvería. Suspiró profundo intentando reponerse de ellos para continuar. — Comenzó a estudiar música a escondidas porque tenía la esperanza de que tal vez podría romper con años de costumbres y así dedicarse a su mayor pasión. Formó su banda a escondidas arriesgando todo, era feliz, no tienes idea cuánto. Sin embargo, la arrebatada exposición hizo que alguien de la iglesia lo descubriera y fuera directo a contárselo a mi padre. Dentro de nuestro circulo no tenemos permitido desviarnos de la vida que se nos impone, lo que por mandato familiar nos corresponde, y sobre todo a él por ser el primogénito varón. Hubo pleitos, discusiones, gritos y prohibiciones. Ante su negación y revelación, mi padre lo obligó a acabar la preparatoria y comenzar los estudios del clérigo mucho antes de lo hablado. Ese fue el momento que dejé de ver felicidad en la mirada de Jasper, fue ese el momento en el que la depresión comenzó a acecharlo y lo torturó por años. Obviamente mi familia siempre negó la enfermedad y minimizó sus estados de ánimo. Atravesó solo todo aquello, encerrado en un mundo que él no había elegido. Intentó sobreponerse, intentó que le gustara, intentó convencerse de que podría superarlo e intentó refugiarse en su novia Maya, quien lo apoyó siempre, pero no lo suficiente para salvarlo. Y sé, estoy segura, que si lo intentó por tantos años fue porque no quería que yo acabara igual, quería poder marcar un cambio y liberarme a mí de lo que él no pudo. Pero... no tuvo las fuerzas, y hace un par de meses acabó con su sufrimiento. Mi padre culpó a Maya, culpó su poca fe, culpó a todos menos a los verdaderos culpables. Él, mi madre y la estúpida iglesia. — Volvió a hacer una pausa, cuando el llanto comenzó a cortar sus palabras. —La última vez que lo vi...—la congoja no la dejaba hablar. Suspiró entre lágrimas y cerró sus ojos. — La última vez que lo vi, me pidió perdón e hizo que le prometiera que me desprendería de todo y que sería feliz buscando mi propio camino. Fue tan injusto... — El llanto de Clarke se dejó fluir sin timidez y se permitió atravesar aquella angustia y dolor como necesitaba.

The Only exception [CLEXA AU] ( Continuación del Oneshot "Tren a Francia")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora