Capítulo 22: La melodía de Dios

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 La melodía de Dios

Hacían ya ocho días desde que Clarke había aterrizado en Moscú, luego de que sin su consentimiento la subieran a un avión sin siquiera alguna de sus pertenencias. Hacía ocho días que la habían despojado de mucho más que su libertad.

Hacía ya ocho días que sus ojos ardían tanto como sus mejillas. Ocho largos días de infortunio y agonía, en donde en cada manifestación de disconformidad u oposición que realizaba, su padre la abofeteaba para hacerla entrar en razón. Una razón lejos de poseer racionalidad. Una razón guiada por sus propios deseos y mandatos patriarcales.

Habían sido ocho días que parecían años, en los cuales se sentía desfallecer en cuerpo y alma.

Sin apetito, el cuerpo exhausto y casi sin lágrimas, Clarke se recostó en su propia cama, aquella en donde había pasado toda su vida, ubicada debajo de una ventana por la que se podía ver un bello paisaje de su ciudad natal, pero que observarlo en aquel momento ya no le causaba el mismo deleite. Esa habitación que había sido su refugio por tantos años ahora se había convertido en una celda. Las cuatro paredes que la rodeaban eran un claustro que la privaban de una vida de libertad y felicidad que había quedado a cientos de kilómetros de ella. Todo parecía tan lejano, Lexa parecía tan inalcanzable, que le dolían cada uno de los recuerdos que poseía sobre la empresaria. En su pecho sentía un gran vacío que sabía que no podría llenar con nada. No existía algo que la mantuviera con vida; su hermano ya no estaba, Lexa ya no estaba. No le quedaba absolutamente nada. Llamó a la muerte en su mente para que se apiadara y le quitara el dolor de la soledad, el dolor de no poder ser y el dolor de vivir una vida que no deseaba.

Un golpe en la puerta la distrajo de su suplica, observó cómo se abrió con delicadeza y su madre apareció con un plato de sopa.

—Te he traído algo para que cenes. Por favor come algo. —Suplicó con gran pesar Abby, su madre.

—No tengo hambre.

—Clarke, cariño, has dicho lo mismo todo el día. Por favor. O...

—¿O qué? ¿Vendrá papá a abofetearme de nuevo? — Desafió sin importarle absolutamente nada.

—Eres tan injusta... — La joven rusa rodó sus ojos ante la hipocresía de las palabras de su madre. ¿Qué podría perder ya?

—Estamos preocupados por ti. Tu no eras así, tú no eres mi niña. —La voz de Abby se entrecortó, y tapó su boca para evitar demostrar su congoja. Por un instante Clarke sintió pena por su madre.

—Te agradezco, pero no tengo apetito. Solo quiero dormir. — La madre de la joven rusa, asintió y se retiró en silencio, rendida y con sus ojos cristalizados.

Clarke se hizo una pequeña bola abrazando sus piernas y quedó en aquella posición hasta dormirse. Esa misma noche soñó con Lexa. La besaba, sentía su piel desnuda rozar la suya; su aroma era tan real e imponente que dudó de que fuera realmente un sueño, sin embargo, la realidad dolió tanto como los golpes que su padre le daba por la frustración que le generaba lo que llamaba la rebeldía de su hija.

Cuando abrió los ojos y entendió que todo se trataba de un simple y cruel fantasía, volvió a llamar a la muerte con su mente. No soportaba la idea de vivir un día más allí.

—Levántate que hay celebración y debes estar presente junto a tu familia. — La voz del señor Griffin se oyó retumbar en la habitación de Clarke con autoridad.

La joven rusa obedeció con la única razón de no querer recibir una golpiza tan temprano, no sabía si podría soportarlo. Se cambió con su ordinaria ropa de domingo y mirándose al espejo vio reflejada a una Clarke muy distinta a la de semanas atrás. Estaba mucho más delgada y ojerosa, con los ojos rojos y con un aspecto completamente lúgubre.

The Only exception [CLEXA AU] ( Continuación del Oneshot "Tren a Francia")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora