Capítulo 4.

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        Hacía cinco minutos que llevaba de pie esperando a que unos chicos —que parecían universitarios— pidieran la orden. Pero estaban todos callados —eran cuatro— mirando fijamente la carta del menú sin prestarme un poco de atención. Y comenzaba a impacientarme.

Miré de reojo a mi jefe, el señor Harry, que estaba haciendo el recuento en la caja mientras Susan, otra camarera, le ayudaba con los billetes. Mi plan inicial era que mi jefe se diera cuenta de que le miraba como si quisiera apretarle los cuellos a los clientes, pero aborté esa estúpida idea cuando oí el carraspido de unos de los muchachos y rápidamente me volví hacia ellos con una sonrisa cordial, pero incómoda.

—Lo mismo de siempre.

Se habían decidido por fin, pero yo puse mi buena cara de ignorancia frente al pedido. Era la primera vez que me daban las mesas del fondo, casi siempre las atendía Karl, pero cómo había tenido un pequeño percance, el señor Harry me había dado la zona por hoy. Así que no tenía la más remota idea de lo que esos chicos acostumbran a pedir.

—¿Qué es lo mismo de siempre? —pregunté, nerviosa, jugueteando con el bolígrafo y apretando la pequeña libreta en el proceso.

Debido a que al café le habían hecho unas cuantas remodelaciones en el verano, las mesas habían cambiado de estilo y los asientos de igual manera. Ya las sillas no estaban cada una en un lado, sino que ahora eran dos sillones mullidos ubicados frente a frente y separados por la mesa de madera color marrón brillante. Habían dos chicos en cada sillón y uno de ellos, el que estaba sentado pegado a la ventana a mi izquierda, se volvió hacia mí con una expresión seria y un poco confusa, para después susurrarle algo al chico sentado a su lado.

Tenía la vaga sensación de que esos chicos estaban cotilleando algo sobre mí, y la sensación aumentó cuando me dirigí a la barra —ya con su pedido ordenado— y sentí sus ojos clavados en mi espalda.

El señor Harry notó mi incomodidad cuando llegué a él y le pasé la libreta al cocinero. Traté de recomponerme para no ser víctima de un bombardeo de preguntas por parte de mi jefe —que intimidaba un poco cuando se lo proponía—, pero de nada sirvió. Ordenó a Susan seguir con el recuento, y apoyó los codos en la barra posteriormente para después darme esas miradas que un padre le daba a su hijo cuando lo pillaba metiendo drogas a la casa.

—¿Qué pasó? —el tono que usó no fue para nada confortante como lo era en las veces anteriores que algo malo pasaba con Trev y yo se lo contaba a él porque era lo suficientemente pesado como para dejarme tranquila—. ¿Otro lío con el idiota de tu novio?

Como casi siempre se trataba de Trev, y todo el mundo parecía caerle especialmente mal, el señor Harry pensó que mi falta de ánimo y mi especial incomodidad se debía a mi novio. Pero no era así. La semana escolar había transcurrido con Xian molestando a Han, con Trev ignorándome y conmigo agobiada por las clases —y eso que apenas estaban comenzando—. Sin contar que la invitación de Xian a su fiesta me tenía la cabeza hecha un lío.

Suspiré cuando el cocinero hizo sonar la campanita para anunciar que el pedido estaba listo y, antes de ir a por él, le dediqué una mirada de despreocupación fingida a mi jefe y él me devolvió una desaprobatoria con una sonrisa amarga.

Después de llevar el pedido y atender otras tres mesas, ya se acercaba la hora de mi salida —que era una hora antes de que el café cerrara porque tenía que irme a casa a estudiar—. Iban a ser la cinco de la tarde cuando mi móvil sonó y tuve que salir afuera a contestar porque el bullicio no iba a permitirme tener una conversación entendible.

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