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Durante los últimos días de las vacaciones de noviembre, mientras algunos disfrutaban del corto descanso y libertad que nos otorgaba el Instituto yendo a divertirse a bares que no no les prohibían la entrada, otros encerrados en sus casas compartiendo fotos familiares, yo intenté ponerme más al día con mis tareas, mientras la tensión en casa se expandía entre mi hermana y yo, y el señor Harry se volvía más estricto en el trabajo.
Cómo mínimo nos quedaban cinco días, pero para mí se habían convertido en toda una odisea insufrible mientras mi hermana me evitaba a toda costa y mis padres nos miraban de reojo como si estuvieran esperando el momento oportuno para intervenir. Ellos ya sabían que algo había ocurrido entre Amellíah y yo, pero eran lo bastante conscientes de que como adultas que éramos, debíamos resolverlo a nuestra conveniencia.
Por una parte estaba que cada vez que ella se daba cuenta que yo estaba ahí, inventaba alguna excusa y se escabullía a cualquier sitio solo para no verme. Y cada vez que ella hacía eso, mi interior hervía porque no soportaba la inmadurez de su parte.
Lo que había pasado entre nosotras había sido bastante fuerte, al punto de que ya ni siquiera podíamos vernos a los ojos sin que ella esquivara a la mirada o que yo apretara la mandíbula conteniendo mi descontento e indignación; algo se había quebrado entre nosotras, y era algo que quizá nunca recuperaríamos, porque la confianza era algo que necesitaba de tiempo para forjarse, para construirse y mantenerse en pie, así que ya tenía bastante asumido que necesitaba tiempo para, al menos, establecer una especie de pacto en donde ninguna tuviera que evitar la mirada de la otra.
Para mí era ridículo. Después de todo Amellíah era mi hermana, y por más que me hubiera defraudado, lo seguiría siendo.
Por eso cuando despertó aquella mañana y se plantó en su puerta estrujándose los ojos somnolientos y me vió ahí con los brazos cruzados pegada a la puerta de mi habitación, trató de seguir con nuestra rutina diaria: evitarme. Al menos, hasta que mi voz detuvo su trayecto.
—La educación no pelea con nadie, ¿sabías?
Su espalda y puños se tensaron, sin siquiera darse la oportunidad de volverse hacia mí y mirarme a los ojos. La Amellíah que yo creía conocer era de esas personas que siempre te decían las cosas de frente, entre bromas pesadas y comentarios crueles; la que estaba viendo a poca distancia de mí, tenía más de dos semanas sin verme a los ojos.
—¿Podemos dejar ya esta estupidez? —exigí con un poco de irritación acumulada dada su actitud, y me planté a un par de pasos de distancia a su cuerpo, viendo como ella seguía sin atreverse a darme la cara—. Es un poco ridículo e innecesario que evites estar cerca de mí cuando debería ser todo lo contrario; debería ser yo quien se marchara cuando tú aparecieras, y no estar dispuesta a arreglar las cosas.
—No hay nada que arreglar, Holland —su voz pastosa aportó un toque de firmeza a la unilateral conversación—. Las he cagado y lo más justo es que tomes distancia de mí; ya me he enterado que estás por mudarte: la situación debería seguir así hasta que llegue ese momento.
—¿Te estás escuchando? —espeté agresivamente, dando los últimos pasos que quedaban hasta estar de lleno frente a ella; mi brusquedad la tomó desprevenida, y se vio obligada a dar un brinco en el puesto y a mirarme con los ojos desorbitados—. ¿Acaso no has entendido que los conflictos no se arreglan evitándolos? Tú y yo tenemos uno, Amellíah, y lo más prudente es solucionarlo. Arreglarlo como las adultas que somos, y no ignorándolo como unas niñatas en plena pubertad.
—¿Quieres...? ¿Quieres arreglar nuestra amistad?
—Debiste tomar, quizá, la iniciativa, ¿no te parece?
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HAN
Romance«El silencio puede destruir las palabras» Han no supo cómo sucedió; pasó de no preocuparse por nada a preocuparse por todo cuando Holland se le acercó el primer día de clases. Pasó de ignorarla; a mirarla por los pasillos y sentir un vuelco en...