✨No sabía cómo, pero Han se las había ingeniado para conducir por la ciudad con una sola mano. Él era zurdo, pues las veces en que lo encontraba haciendo los deberes, siempre sostenía los lapiceros con la mano izquierda. Pero tampoco me asombró, puesto que también tocaba la guitarra, y se le daba de maravilla hacerlo con la mano derecha y la otra totalmente entumecida por el yeso que le obstruía los movimientos de su extremidad. Él había tenido bastante tiempo para entrenarse con la otra mano, para que las tareas cotidianas se le hicieran más llevaderas y así no tener que pedir ayuda para hacer algo tan simple como llevarse un bocado de comida a la boca.
Me preguntaba si también podía escribir con la mano derecha, y su respuesta llegó a contestación a mis dudas sin que ella abandonaran mis labios:
—Cuando tienes tiempo libre puedes hacer cosas inimaginables, que nunca te habrías atrevido a hacer porque algo lo impedía —contestó, con una sonrisa luminosa que le tenía reluciendo incluso la dentadura—. He aprendido a hacer muchas cosas con la mano derecha, así que no te preocupes, que no voy a estampar el coche contra un muro.
—Me dejas más aliviada, sin duda —bromeé cuando estacionó la camioneta en lo que parecía ser nuestra última parada de la madrugada: la Puerta de Brandemburgo nos sonreía a unos cuantos metros de distancia, por dónde los puestos callejeros brillaban y las farolas iluminaban cada rincón.
Seguí con la mirada los movimientos de Han al sacar las llaves del contacto y tomar la mochila que había traído equipada con un montón de chucherías. Bajó del coche con una tranquilidad pasmosa, como si el frío de afuera fuese lo más monótono para él, y rodeó el coche por delante para llegar justo a la puerta del copiloto.
—¿Te vas a quedar ahí dentro? —preguntó, recargándose al techo de la camioneta con el brazo bueno, dándole a mis ojos una vista privilegiada de su torso que ni siquiera se distinguía por lo holgado de la camiseta.
Sonreí, encogiéndome de hombros.
—Creo que lo prefiero.
—Ese creo suena poco seguro, Holland. Además, ¿dónde quedó tu espíritu de aventurera? La Holland que conozco no le teme al peligro.
Me apreté los labios para no sonreír de vuelta, ya que él recordaba con lucidez las ocasiones en las que me había paseado por las calles a las tantas de las noches sin siquiera considerar los riesgos nocturnos. Suponía que cuando estabas metido tanto en tus problemas, los riegos callejeros pasaban a un segundo plano, como una preocupación que archivar para más tarde.
—No sé cómo lo has hecho, pero me has convencido.
—¿Sí? Tal vez tengo un don de persuasión y aún no lo había descubierto.
Se alejó de la puerta para que yo pudiese abrirla y salir. Apenas puse un pie fuera, sentí que el frío había armado un complot en mi contra para adentrarse a mis huesos con más ímpetu que las veces anteriores, y eso que habíamos estado caminando largo y tendido por las calles de mi barrio. Pero es que el frío de Berlín cometía crímenes violentos en las madrugadas. Estábamos en el epicentro dónde su apogeo máximo se alzaba para masacrar nuestras almas. Y no exageraba, ya que incluso los labios de Han estaban de un tono violáceo y el vaho de su respiración salía con más violencia.
—Vamos a morir de hipotermia, Han.
—De algo hay que morirse, ¿no?
—Pues yo prefiero morirme de una sobredosis de Doritos bajo las suaves y calientitas cobijas de mi cama.
—Yo al menos tendría una imagen preciosa antes de morir si el frío me congela los pulmones ahora —me echó una miradita por encima de su hombro, para complementar la locura que acababa de decir—. Ven, te ayudo.
ESTÁS LEYENDO
HAN
Romance«El silencio puede destruir las palabras» Han no supo cómo sucedió; pasó de no preocuparse por nada a preocuparse por todo cuando Holland se le acercó el primer día de clases. Pasó de ignorarla; a mirarla por los pasillos y sentir un vuelco en...