Epílogo

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|Holland|

   Intenté saludar a mi familia con una sonrisa entusiasta cuando abrí la puerta y me los encontré de lleno allanado el rellano del pasillo; sin embargo, la ceja curvada de mi madre ocupó mi atención cuando me detalló con la tarta que llevaba en las manos.

—¿Y esas fachas, señorita?

—Es un pijama, mamá —me defendí con mucha dignidad.

—Un poco de decencia al recibir a tus familiares no estaría nada mal, jovencita.

—Al menos no está desnuda —saltó Jasmine riéndose por lo bajini junto a Inna.

Levanté un pulgar en su dirección y me volví hacia mi madre cuando su carraspeo cortó las intenciones de mi padre y sus hermanos para acompañar a mis primas con sus burlitas.

—¿Tan cansada estabas que no te dio tiempo de bañarte?

Me hice a un lado dejándolos pasar y recibí los besos cariñosos de mis tíos y los apretones de mejillas que mis tías me dieron como si no nos hubiéramos visto días antes cuando fuimos todos a comer a sus casas.

—Llevo desde las cinco despierta, mamá. El caso me tiene muy preocupada —continué defendiéndome pese a que ella ya había dado por sentado que mi irresponsabilidad en cuanto a mi aspecto frente a la familia era inadmisible—. Y qué importa mi aspecto cuando tío Mitchell ha venido peor que yo.

—Tú me entiendes —me dijo con complicidad al echarse en uno de mis sofás y extender los brazos como si el cuerpo le pesara el triple.

Les señalé a mis tías en donde poner los tuppers con comida que habían traído de sus casas y me quedé un rato recostada en la pared cercana a la puerta con mi padre justo a mi lado observando como sus hermanos se acomodaban en mi sala y mi hermana y mis primas los imitaban para ponerse a jugar a las cartas en la alfombra.

Se me cerraban los párpados del cansancio y casi no podía mantenerme apoyada en la pared que me había servido para disimular que en realidad llevaba despierta desde la tarde anterior y que mi aspecto desaliñado era producto de eso.

De nada había servido tanto esfuerzo porque mi madre me regañaba con la mirada desde la cocina y mi padre me estaba pasando sus brazos por mis hombros para evitar que mi cara formara parte de las baldosas del piso.

—Deberías ir a dormir, cariño —me aconsejó con un beso sobre mi cabeza.

Negué con la cabeza, más testaruda que de costumbre.

—No pienso perderme la cena de Navidad por un tonto y pasajero sueño.

—No es solo sueño, Holland, te ves agotada hasta en las pestañas.

—No exageres, papá.

Era consciente de lo inútil que era ponerme a discutir tal realidad con un ser que las notaba desde kilómetros. Era mi padre. Me había visto nacer y me había criado con unos valores excepcionales. Yo había aprendido tanto de él y aprendido perfectamente que no era un hombre al que podía soltarle una mentirita y que no la pillara al segundo. Además, que una tontada de mi parte porque incluso tío Mitchell ya estaba roncando en el sofá mientras tío Sam le dibujaba conejitos en las mejillas con uno de mis rotuladores. Es que seguían siendo unos infantiles.

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