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Pude haber aprovechado ese momento a las tantas de la madrugada que Meyth se tiró a mi lado en su cama, tomó las cobijas para cubrirse con ellas y cerró los ojos, para yo también hacer lo mismo y dormir de una buena vez. Pero el impulso por mantenerme despierta y presenciar como la claridad se filtraba por las cortinas fue incluso más fuerte que dormir las pocas horas que quedaban antes de ir al Instituto.
Permanecí impasible ante los movimientos de Meyth acomodándose en la cama, mientras le refunfuñaba a la oscuridad y se maldecía internamente por haber fallado en las últimas rondas del vídeojuego en pareja que mantuvo con Jasper después de que yo llegara; había fracasado, en palabras dichas por ella, y no había encontrado más instrumento para calmarse que estrellar el pobre mando contra la pared.
No la juzgaba, porque sería contraproducente de mi parte. Tampoco me levanté de la cama y la tranquilicé; preferí darle espacio a que ella misma lo hiciera y que decidiera acostarse después de recoger los pedazos del pobre mando de la consola que habían quedado repartidos por el suelo.
Me paseé por su habitación a mi libre albedrío, como si aquella fuera la mía y tuviera todo el derecho a hacerlo. Sentí el piso frío en mis pies descalzos, la fresca sensación de alivio al darme cuenta que podía andar por ella sin que la dueña de ésta me reprendiera por estar despierta a esa hora. Me fijé en que la habitación de Meyth carecía de tantos detalles que parecía que nadie la ocupaba; apenas unos cuantos pósters adornaban las paredes, la pequeña lámpara con estampado deportivo sobre la mesa de noche y los adhesivos de videojuegos adheridos a las puertas del armario y el baño eran lo único que le brindaban personalidad a aquel cuarto. Meyth era muy simple en cuanto eso; le gustaba más los pocos detalles que sirvieran como guía para que la identificaras, para que supieras que estabas en su territorio, para que estuvieras consciente que ella era una persona que no esforzaba demasiado para deslumbrar a nadie, que las pequeñas cosas provocaban grandes resultados.
Aquellos divagues no pudieron traerme a nadie más que no fuera el chico que dormía en la habitación del enfrente. Suspiré, abrazándome a mí misma en cuanto atraje a mis recuerdos aquella conversación que mantuvimos dentro de su camioneta. Me comencé a preguntar qué hubiera sucedido si aquella conversación hubiera tomado un rumbo distinto, si yo no me hubiera replantado en el asiento y le hubiera puesto un alto a todas esas ideas que habían pasado por la cabeza de Han. También me pregunté que hubiera sido si, después de todo, la situación hubiera seguido su curso natural y yo no hubiera intervenido con mis inseguridades, sacando a la luz las de Judith también y encarando al culpable de provocar tantos sentimientos positivos y negativos.
Aquella sin duda había sido una gran decisión, no tanta como la de seguirle la corriente a Markus hasta perder la conciencia y estar al borde de cometer una estupidez digna de un galardón, sino estar consciente que nada podía pasar entre nosotros mientras hubiera una tercera persona de por medio.
Pero entonces una sed infernal atacó mi pecho sin contemplaciones, la necesidad imperiosa de sacarlo y combatirlo con todas la artillería disponible no me abandonó ni cuando me dispuse regresar a la cama; quedaban pocas horas para ir al Instituto y todavía no tenía idea de cómo conciliar el sueño sin que ese sentimiento abandonara mi cuerpo. Tomé por idea coger el móvil y conectarme a la red de internet de los Garritsen a ver unas cuantas tonterías en las redes sociales a modo de distracción, pero se me hizo incluso más difícil la idea que de haberme acostado y cerrar los ojos a la espera de que el cansancio retornara.
Me rendí.
Salí de la habitación, todavía con mis brazos rodeándome y sin nada que cubriera mis pies para ser plenamente consciente de lo frío que estaba el piso, de lo tarde que era, que faltaban pocas horas para el amanecer y que la persona del otro lado de la puerta estuviera durmiendo profundamente como si el mañana solamente fuera una teoría sin fundamentar.
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HAN
Romance«El silencio puede destruir las palabras» Han no supo cómo sucedió; pasó de no preocuparse por nada a preocuparse por todo cuando Holland se le acercó el primer día de clases. Pasó de ignorarla; a mirarla por los pasillos y sentir un vuelco en...