Capítulo 22.

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    Lo busqué con la mirada, desesperada mientras me mordisqueaba los labios, en un lapso de tiempo que me pareció una suprema eternidad, y al no hallarlo entre aquella muchedumbre que se empujaba entre ellos como alcoholizados recién salidos de un club nocturno, desvíe hacia la otra dirección; cuidando que nadie me aplastara y cubriendo mis oídos con las palmas de mis manos ante el demencial ruido que producían los vítores de los estudiantes.

E incluso cuando doblé en la esquina, pude escuchar la voz de Meyth sobresalir ante el ruido, como si él se hubiese aplacado para que su voz se pudiera distinguir.

—¡Dame el maldito teléfono, Hugo!

Era increíble como Meyth lograba involucrarse en tantos conflictos ella solita y aún más sorprendente que pudiera solucionarlos con tanta facilidad; aunque los recursos que utilizaba no eran éticos y serían penalizados si cualquiera de los que estaban ahí se atreviera a denunciarla, incluso el mismísimo Hugo Bradford, que de él nada más se notaba su cabellera rizada y azabache sobresalir del tumulto de personas.

—¡No! ¡Es mío, no me lo puedes quitar!

—¡Pero lo que hay dentro me pertenece!

—¡¿El qué?! ¡¿Tú maldito número de teléfono?! ¡Lo borraré para que me dejes en paz!

—¡PERO SI ERES TÚ EL QUE ME LLAMA, ESTÚPIDO CRETINO!

—¡Porque te echo de menos, estúpida desconsiderada!

Si me volvía acercar lo suficiente podría escuchar el corazón de Meyth latir furioso, agobiado, ante aquella idílica ira que translucían sus mejillas enrojecidas. No podía desligarme a culparla a ella solamente, porque si estaba en esa situación era porque las circunstancias la habían empujado. Podría decir que Meyth no era la persona más honesta que conocería en la vida por cómo utilizaba las cosas a su favor para defender lo que le importaba y salirse con la suya, pero era una de las personas que jamás iban a abandonarte; eran una de las pocas personas que matarían incluso si era necesario para salvarle el pellejo a quien lo necesitara; en medio del pasillo, rodeada de toda esa gente, era probable que se contuviera porque por más que lo odiara, ella no quería lastimar a Hugo, pero no iba a dejar que él se fuera sin haber borrado un vídeo que tenía como protagonista a su hermano.

Por eso es que empecé a alejarme rápidamente para encontrar a Han, ya teniendo la completa seguridad de que no se encontraba en ese pasillo dónde Hugo lo había emboscado junto con dos de sus amigos para reírse de él y presumirle lo que había logrado grabar. Todavía me costaba asimilar a conciencia que ese chico que parecía tenerle un poco de recelo su ex cuñado fuera el mismo que se burló y aprovechó para darle un par de golpes de imprevisto.

Cuando empecé a escuchar los puñetazos, todavía me encontraba en mi taquilla sacando la basura acumulada que nunca antes me había importado demasiado, pensando en lo que había pasado en la biblioteca con Trev y la confesión de Markus alusive a la chica que parecía engendrada por el mismísimo Lucifer. Hugo no siguió las tácticas de Xian: no lo arrinconó frente a su casillero y depostricó en su contra como si se encontrara en un reality show del que iba a salir con más dinero que neuronas por dar tremendo espectáculo; Hugo fue más hostil, crudo, contundente. Cuando me giré, Han estaba tirado en el suelo, con un montón de hojas de cuadernos esparcidas por todo su cuerpo y la bota de Hugo en uno de sus hombros, mientras él apoyaba el codo en la rodilla. Los nervios se me dispararon al instante, y no dudé ni un segundo más en correr hacia ellos. Pero por más que corrí, cuando quise llegar ya habían un montón de gente rodeándolos, y los gemidos de dolor de Han sobresalían ante cualquier otro ruido que produciera la multitud.

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