Capítulo 26.

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    En algún punto de la madrugada, había terminado acostada en el suelo y riéndome de cualquier tontería que pudiese pronunciar el chico a mi lado; hasta hace aproximadamente tres horas que había tenido la oportunidad de conocer otra parte de él que quizá, por obra del destino, cómo él le llamaba, había permanecido oculto y sepultado ante los ojos ajenos. Jamás hubiese creído siquiera que Xian Kalev tenía algún atisbo se sentimiento latiendo en su corazón; debido a que esa creencia se potenciaba con cada cosa que Markus me había dicho de él, de cada acción que presencié e ignoré porque mi empatía y fortaleza se habían tomado unas largas y extenuantes vacaciones. Sin embargo, justo ahí, tendidos en el césped marchito del jardín trasero de esa casa por la que seguía circulando el ambiente festivo, alegre y terrorífico típico de una fiesta de cumpleaños en Halloween, Xian Kalev no era, ni de cerca, ese chico que por tanto tiempo odié desde el primer segundo que cruzó un mísero saludo conmigo.

Puede que incluso ahora me estuviera riendo de sus anécdotas, pero no podía olvidar fácilmente todo el sufrimiento que él había causado a cada persona que osó situarse delante de él, porque fingiendo o no, una personalidad que no poseía, había causado muchísimo daño.

—Siempre hemos gozado de muchos privilegios, Holland; coches, joyas, comodidades, y me he dado cuenta que nada de eso trae consigo la felicidad. Es sólo un carente intento de ella.

—No me presumas todo eso que no tengo, idiota —reí, con la voz temblorosa y tiritante por la baja temperatura que se tomaba la ciudad en esa madrugada.

—¿Tu familia no es adinerada, Holland?

—Sí, lo es. Pero estás hablando de privilegios obtenidos sin el mayor ápice de esfuerzo. Yo jamás podría presumir un coche que no ha salido del dinero que he ganado trabajando.

—Desde que te conozco has estado trabajando en esa cafetería, y, a menos de que la vista me esté fallando, no he visto que hayas logrado comprar un coche con lo que ganas de conserje.

—Soy camarera —le chisté, mirándole de una forma represiva que consiguió eliminar todo rastro de diversión de su rostro—. Además, no soy materialista. Hay cosas más importantes que coches, apartamentos lujosos y un perro Pitbull alimentado con diez kilos de proteína al día.

El sonido de su risa era un sonido totalmente nuevo para mí; era relajado, bajo, y tan natural que no quedaba duda que aquellas risas y sonrisas que compartía en el Instituto con sus amigos, solo eran un incremento más a su falsedad, eran solo un conjunto de expresiones burlescas que no tenían cabida para la autenticidad.

Serpenteó el césped con los dedos de su mano derecha, buscando cuidadosamente los míos que estaban hechos puños contra mi abrigo; sentí sus yemas recorrerme el dorso, pausadamente, hasta que logró estirar mi mano y entrelazarla con sus dedos. Incluso su tacto era diferente a lo áspero y cortante que siempre había sido cuando me enroscaba el cuello de mis pobres jerséis.

—Siempre fantaseé con entrelazar mi mano con la tuya —manifestó, con cada palabra pronunciada en un tono audible y con ese vaho que detonaba su respiración—. Y ahora me doy cuenta que mi fantasía no le hacía justicia a tu tacto.

—Es la crema que uso, hidrata bastante.

—No —sonrió—. Eres solamente tú. Ninguna maldita crema se había sentido tan suave sobre mi piel como tu tacto se siente ahora; eres tú.

—Ya estás ebrio, Xian.

—Probablemente, lo que significa que te estoy diciendo la verdad. Los borrachos nunca mienten.

—Todas las personas mentimos, Xian, es sólo que decimos la verdad cuando las mentiras nos están ahogando y necesitamos un poco de oxígeno para sobrevivir.

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