Capítulo 39.

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Bueno, aclaro: ESTE NO ES EL CAPÍTULO FINAL.

Sé que dije en el pasado que éste lo iba a ser, pero habían demasiadas cosas que no tenían contexto entonces decidí dárselos por el bien de la historia, porque entonces sería suceso trás suceso sin un fundamento coherente.

Éste y el siguiente capítulo (que si es el final, definitivamente) son narrados por Han. Así que disfrútenlo, comenten cada párrafo y voten. Sobretodo cometen, que casi es hora de despedirse de nuestro rarito favorito😭✨❤️❤️❤️

|Han|





     Terminé de acomodar los libros que faltaba de las últimas cajas  en las estantería del pedido de día atrás, cuando Mikkelsen, mi compañero de trabajo, apareció a un lado del pasillo con el tupperware de comida que su novia le había traído al mediodía.

—Jefe... digo, Han  —tragó el trozo de carne y cerró el tupper para hablarme con más claridad—, lo buscan en recepción.

—¿Quién? —pregunté desinteresadamente mientras mis ojos se paseaban por cada libro que sacaba de las cajas y lo detallaba como el mayor de los tesoros.

—Un par de chicos; dicen que son amigos.

—No tengo amigos, Mikke, lo sabes.

Asintió, enérgico, reconociendo mi recordatorio y apresurándose a recomponer su expresión para continuar.

Llevaba un jersey morado en los hombros que usó para limpiarse la boca; al ver hacer aquello con una prenda que me recordaba tanto a ella no evité apretar la mandíbula y volver a centrarme en los libros.

—Lo sé, jefe, digo... Han, pero es que sus pintas se me hacen familiares y no puse en duda que usted pudiera conocerlos.

Inhalé mucho aire con paciencia y le miré de lado al notar que no perdía la costumbre de tratarme de «usted» cuando él era un par de años mayor y llevábamos trabajando en la misma tienda desde que le dije a mi padre a los quince años que ya tenía todo reunido para comprar mi propio local.

Mikke había sido la primera persona que se había acercado a la tienda cuando con mi padre terminábamos de pintar la fachada. Nos dijo que llevaba meses buscando un trabajo flexible que pudiera acoplarse a sus horarios universitarios y que parecía que aquella librería que ni siquiera contaba con un nombre para distinguirla, era perfecta para él.

—Vamos a ponerte a prueba, ¿está bien? —le dijo mi padre de imprevisto, mientras yo me dedicaba a darle una pequeña inspección al sujeto para concordar con él si la librería en proceso era lo que él necesitaba.

—¿Mande?

—Sabes usar una brocha, ¿cierto?

—Sí... sí, señor.

—Genial. Entonces ponte a pintar, empiezas justo ahora. Pero qué suerte la que tienes —le ordenó mi padre entre risitas sarcásticas a la vez que un Mikke se apresuraba a tomar la brocha y empezar a pintar.

Mikke no había necesitado carta de experiencia para empezar a trabajar, y él y mi padre habían congeniado hasta el punto que, al final del día cuando hubimos acabado con la fichada y un par de estantes para el interior, mi padre lo invitó a cenar a él y a su novia.

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