Capítulo 27.

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   Desde que expulsaron a Meyth del instituto, los partidos de béisbol habían perdido el noventa y cinco porciento de la audiencia (sin exagerar).

Desde siempre se había sabido que el béisbol no era un deporte que influyera demasiado en las pasiones de muchos estudiantes, ya que ése deporte en específico estaba infravalorado en nuestra Institución, y me atrevía a decir que incluso en el país entero; no era usual encontrarse con un Instituto que tuviese arraigado dicho deporte a su itinerario en las asignaturas de desempeño físico, por lo que los pocos Institutos que lo tenían estaban a kilómetros y kilómetros de la ciudad... Y eso impulsó a Jaehee Maelyn Garritsen Taggart a vislumbrar una brecha de oportunidad, de crecimiento, que ni el mismísimo y respetado director Gustavo Yeld había querido incursionar.

Luego de que Meyth formara un comité, atosigara al director con sus célebres y persuasivas propuestas, a Yeld no le había quedado más opción que aceptar que en su plantel académico se empezara a impartir el entrenamiento para el nuevo deporte.

Todavía recuerdo la mirada asfixiante que el director tenía dentro de su oficina frente a las muchachas que se negaron a marcharse sin salir con una respuesta positiva; sobretodo escudriñaba en Meyth: la miraba como si su peor pesadilla se hubiera vuelto realidad, y había apostado su última carta para que mi mejor amiga retrocediera.

—¿Qué profesor crees que se hará responsable de entrenarlas en ese deporte que, por supuesto, no nos traerá ningún beneficio?

—¿Acaso duda de mí, director? Si he logrado convencer a mi familia, a mis amigos, e incluso a usted, porque veo esa esperanza en su parpadear, ¿qué le hace pensar que no podré conseguir a una persona con las capacidades básicas en entrenamiento? ¿Quién se cree que soy? He pasado diez años de vida bateando pelotas, ¿cree que no podré batear dos más? Además —se mofó, remagándose las mangas de su blanca camiseta impoluta cuán empresaria destilando elegancia y fortaleza—, no necesitamos de ningún entrenador, perfectamente podemos valernos por nosotras mismas, pero si un entrenador es necesario para que deposite toda su confianza en mí, entonces un entrenador tendrá.

—¿Y quién será ese entrenador, señorita Garritsen?

—Perfectamente podría serlo el jardinero de mi casa, pero si usted necesita una figura de autoridad con un diploma en entrenamiento físico y un máster en tácticas de juego, entonces solicitaré una plaza para quién quiera el puesto de entrenador, se integre a la Institución.

Mi amiga habló como si el mundo lo tuviera en la palma de su mano, controlando cada cosa con hilos como si estuvieran pegados a unas marionetas, con la mirada segura, indomable y paciente. Y, por supuesto, Yeld no pudo negarse a dicha seguridad que manaba cada poro de nuestra líder.

—Plaza autorizada.

—Gracias —le dijo, con una leve inclinación hacia delante con las manos juntas sobre su estómago, un gesto propio de su cultura—. Y esa reverencia es mi autofelicitación.

Siempre supe que aquella niña que jugueteaba con el inhalador como si fuese un bate de béisbol, estaba hecha para tener al mundo bajo su dominio si se lo propusiese; lo había demostrado delante de nueve chicas (que ni siquiera eran nuestras amigas y que sólo se involucraron en el asunto porque así se librarían de la mayoría de las clases; gran error) y delante de la máxima autoridad que representaba el director Yeld en aquellos días cuando Meyth era incluso más agresiva y despiadada.

Pam, que en ese entonces la odiaba, me había preguntado infinidades de veces la razón por la que Meyth Garritsen era mi mejor amiga, con unos gestos agridulces que delataban el gran amor que le tenía; yo le otorgué una sonrisa y un despreocupado encogimiento de hombros mientras la dulce Sophie y la escandalosa de Sunset, le pedían a la rubia que no fuese tan entrometida y que se callara.

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