Capítulo 25.

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   Saqué el móvil nuevamente del bolsillo para leer por décima vez el mensaje de Xian Kalev; la cabeza, al igual que el pecho, me habían comenzado a palpitar en preocupación al momento que vibró por una cuarta y quinta vez. Estaba tan concentrada en aliviar los latidos de mi corazón para que Han no se percatara de mi angustia que, cuando quise desviar a la pantalla del portátil que reproducía los créditos finales de la película, Han había soltado un largo y tendido bostezo antes de dejar caer sus párpados.

Devolví el aparato al refugio que pertenecía, para tener las manos libres y poder acomodar la cabeza de Han un poco mejor sobre mi regazo; con su brazo sano me rodeó la cintura, percatándose de mis intenciones y musitó algo en un susurro que no alcancé a escuchar por lo arrastrada y quejumbrosa que sonó su voz.

—¿Han?

—¿Huh?

El sonido pastoso y perezoso de su voz me sacó una sonrisa en medio de mis inquietudes.

—Tengo que irme —me incliné hacia delante, casi rosando mis labios en su oreja derecha para tener la plena seguridad de que me estaba escuchando—. Es muy tarde.

—Quédate —murmuró.

—No puedo.

—¿Por qué?

Al momento que preguntó la razón por la que no podía quedarme en su casa, más concreta e indecentemente en su habitación, no supe cómo crear una excusa perfecta y creíble; no quería mentirle, pero al mismo tiempo se me dificultaba notoriamente confesarle que eran las once de la noche y que me habían invitado a una fiesta por la que no tenía motivos por la qué asistir en primera estancia, pero que, de todos modos, la curiosidad picaba en mi interior en saber qué era eso que Xian Kalev tanto quería que disfrutara.

Fui sincera:

—Me han invitado a una fiesta.

—Ah, entonces que te diviertas —dijo tan bajo y pausado que creí haber escuchado mal; sin embargo, cuando se acomodó en la cama, de modo que podía estirar perfectamente su cuello para mirarme sin lastimarse el hombro, me di cuenta que mi audición estaba en óptimas condiciones—. Diviértete mucho.

Le sonreí.

—Ojalá pudieras venir conmigo.

Contemplé en como sus párpados se cerraban lentamente, y él, negado a perder los pocos segundos que me quedaban en su habitación, se esforzaba por batallar a que sus ojos no se cerraran tan rápido.

—Estoy cansado —me sonrió perezosamente—. Pero quiero aprovechar que aun sigues aquí para confesarte algo.

Imaginé infinidades de revelaciones mientras la escasez de claridad le empujaba a dejarse vencer por el cansancio; e incluso me forcé por mantenerme tranquila y relajada para no asustarlo y que se arrepintiera. Paseé las yemas de mis dedos por su cabello, tratando de llevarlo a un punto de relajación para que su respiración se tornara incluso más acompasada; quería escucharlo, pero al mismo tiempo me daba cierta ternura verlo batallar consigo mismo para no perder la lucha contra sus ojos.

—Dime.

—Yo... Te guardé cierto rencor al principio —el silencio de la noche se hizo notar por la cantidad de chillidos de bichos que saltaban por las ventanas de la habitación, incluso luego de que Han dijera aquello, los animalitos aumentaron sus manifestaciones en contra del frío y de la noche. Mi expresión pareció distorsionarse, consiguiendo alterar una pequeña parte de la impasibilidad del chico que descansaba su cabeza en mi regazo. Se apresuró rápidamente a continuar antes de que mi mente llevara su confesión a un forma poco o correcta y malinterpretada—. Cuando te acercaste a mí el primer día de clases y te hablé de aquella manera, como si tuviera algo en tu contra, no era de forma intencional, ni tampoco lo hice porque fueses amiga de las personas que me habían lastimado ese día.

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