Capítulo veinticinco.

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CABEZA DE ESCOBA

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CABEZA DE ESCOBA

Sophia...

Volvimos al apartamento actuando normal.

Bueno, lo más normal que podía ser.

Disfrutaba de las miradas furtivas de Mattia y sabía que él notaba las mías, sentía cierta tensión en la tripa al mirar a mi derecha y pensar en la conversación que tuvimos. Pero en el fondo, lo adoraba. Me encantaba volver a tenerle como amigo.

Estaba exhausta con el entrenamiento y caminé directamente a la ducha, Mattia me informó que mientras, prepararía cena para ambos y luego él pasaría a tomar una ducha.

Permití tomarme un tiempo bajo el agua caliente que salía a una presión majestuosa y puse toda mi fuerza de voluntad en eliminar la boba sonrisa que estaba tatuada en mi cara.

Me metí en lago peligroso y lo sabía. Me permití volver a confiar en Mattia.

Apliqué una generosa cantidad de champú en mi mano y la restregué contra mi cuero cabelludo con fuerza.

Ser amiga de Mattia, me gustaba como sonaba. No quería seguir resintiéndolo, enojándome con él.

Molestarlo era inevitable, pero todos los amigos hacían eso ¿no?

Como es normal, después de la ducha mi cabello volvió a su típica forma. La melena salvaje con cabellos hacia todos lados.

Necesitaba con urgencia hacerle un permanente lacio.

En las vacaciones que pasé con Mattia jamás mojaba mi cabello, y cuando lo hacía, intentaba mantenerlo húmedo para que así callera pesadamente por mi espalda.

Pero bueno, ya sabía que era una enana, que usaba gafas, a estas alturas habíamos cruzado varias barreras ¿Qué es una más?

Salí de mi habitación con conjunto de shorts y top de pijama y mi cabello estúpidamente esponjado.

Caminé hasta la cocina dispuesta a ayudarle y me dejé caer contra el mesón.

—¿Necesitas ayuda? —levantó la mirada de las verduras que estaba cortando y me observó sonriente por un segundo, miró hacia la comida por otro segundo y volvió a verme, pero esta vez con los ojos como platos

—¿¡Tu pelo no es liso?!

—No, tarado, no lo es. —respondí a la defensiva.

—No me digas tarado, cabeza de escoba. —masculló echando las verduras en un sartén.

Juro. Juro que mi cabeza pudo haberse volteado como el exorcista y mis ojos podrían haber enterrado a Mattia tres metros bajo tierra.

—Sophia...—me mostró sus palmas para que me calmara

—¿Cabeza de...?

—Adams... —intentó de nuevo, pero no le hice caso.

—¡Ven aquí, capullo subnormal! —grité abalanzándome sobre él logrando tirarlo al piso. Aunque, como quedó claro en el entrenamiento, él era mucho más hábil que yo, por lo que no tardó en dejarme a mí de espaldas con las manos junto a mi cabeza.

Un último disparo [Vittale #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora