Capítulo cuarenta y dos.

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AMOR

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AMOR

Sophia...

Una semana después me dieron el alta, luego de hacerme un millón y uno de exámenes y papeleo; pruebas de violación, exámenes de sangre, exámenes de orina, pruebas mentales, de sensibilidad, traumatismo, todo.

Al parecer no encontraron completamente perdida, así que aquí estábamos una vez más en el súper apartamento que ahora odiaba con todo mi corazón.

—Quiero mudarme —fue todo lo que dije al ver las puertas aún agujereadas con las balas —No quiero estar aquí.

Mattia asintió; cargaba con mi peso cada paso, al pasar uno de mis brazos por sobre sus hombros. Cada paso era un infierno y cada respiración hacía arder mi estómago.

—A la mierda —habló Mattia mientas pasaba sus brazos por mis rodillas y espalda cargando con todo mi peso cuidadosamente.

—Puedo caminar —señalé lo obvio.

—No sin sentir dolor. —y estaba de acuerdo. Esta forma de transportarse era mucho más cómoda, por no decir indolora —De ahora en adelante mi misión de vida es que no vuelvas a sentir dolor jamás.

Reí bajito ante el estúpido plan.

—Bueno, cuando tengas la cura para los cólicos o para el periodo en general me avisas, pagaría lo que fuera para expulsar a ese amigo de mi vida.

Hizo una mueca.

—Sí, creo que no podré evitarte todos los dolores, pero me comprometo tener siempre un analgésico a mano una vez al mes.

—Me sirve.

Suavemente me recostó sobre mi cama.

—Debo revisar el vendaje. Con la fuerza que has hecho probablemente escurrió un poco.

Asentí. Dudaba que le diese asco mi sangre; después de todo, había visto sus manos llenas de ella cuando me dispararon.

Mierda, de verdad me dispararon. Eso que solo crees que pasa en las películas me pasó a mí.

Una bala se enterró en mi estómago.

Vaya.

Cuidadosamente, Mattia levantó mi camiseta dejando a la vista mi vientre vendado y lentamente despegó la gasa blanca ahora roja por la sangre y sus dedos cosquillearon sobre la piel de mis costillas.

Fue al baño y tajo el botiquín del hospital. Tomó algo de algodón y lo mojó con suero, el cual pasó cuidadosamente por mi herida dando pequeños toques.

—¿Duele?

Negué con la cabeza, no lo hacía.

—¿Cómo voy a darme una ducha? Realmente necesito una, pero apenas si puedo mantenerme de pie con un soporte y mi ducha es completamente lisa... —la sonrisa picante que me dio respondió mi pregunta —Oh, no lo harás. Me sentiré como una inválida.

Un último disparo [Vittale #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora