Capítulo treinta y uno.

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Sophia...

—¿Lasagna?

Mattia se había estado comportando como una verdadera mamá gallina.

Los dos días de cuidados ya habían pasado y realmente me sentía mucho mejor. El carbón activado ayudaba infinitamente; ya dormía mejor, las pesadillas seguían, pero un poco más leves, los vómitos se acabaron en su totalidad y los mareos casi también. No había tenido ningún ataque como el de mis piernas de nuevo y Mattia ya había enviado al laboratorio los bombones que compré.

Vaya mala suerte que tengo.

—Agh, no, no como lasaña. Creo que la última vez que lo hice fue cuando tenía como diez años y luego me enfermé y vomité por todo el lugar. Eso sí que me marcó

Fue horrible y lo recuerdo a la perfección. El hedor, la pobre habitación...

—No comes lasaña —murmuró tomándome por la cintura y sentándome entre sus piernas en el sillón. Mi espalda quedó recargada contra su pecho mientras él dejaba su plato de lasaña en la mesa de centro —Acabas de bajarte del pedestal en el que te tenía, Adams.

—Aww ¿Me tenías en un pedestal? —pregunté burlesca.

—Claro que sí, estás justo por debajo de mí.

—Humildad ante todo ¿huh?

—Pero claro.

Mattia había vuelto más temprano del trabajo para "estar conmigo", aunque sabía que su única preocupación es que no cayera en una inminente inconsciencia estando sola. Así que nos encontrábamos a punto de ver una película mientras el sol caía lentamente y daba paso a la noche.

Mientras que en la pantalla explotaban un millón de cosas, bajé mi mirada a mi regazo en donde el pulgar de Mattia acariciaba continuamente mi palma. Hice una mueca.

—No hagas eso —murmuré

Despegó su vista de la pantalla y me observó con las cejas arrugadas.

—¿Qué cosa?

—Eso —puntualicé apuntando a su dedo —Acariciar mi palma.

—¿Por qué?

—Yo... no lo siento. Perdí casi toda la sensibilidad en las palmas de las manos a los dieciséis por las cicatrices. Apenas siento tu dedo pasar por ahí.

Mattia me miró con expresión molesta, obviamente no hacia mí, sino en mi nombre. Lentamente, subió mi mano hasta sus labios y besó cada cicatriz; aunque no lo sintiera en su totalidad el escalofrío me recorrió de todas formas. Sus besos subieron por mi brazo hasta mi cuello y mis labios.

—¿Sientes esto?

Asentí recostando mi cuello en su hombro dándole mayor libertad para que siguiera recorriendo con su boca. Sus manos subieron por dentro de mi camiseta, acariciando mis costillas y encontrándose con que no llevaba sujetador.

Un último disparo [Vittale #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora