Capítulo diez.

1K 47 1
                                    

LA DEBILIDAD EN UN IMPULSO

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

LA DEBILIDAD EN UN IMPULSO.

Sophia...

Como cada sábado, dormí hasta tarde. No debía ir a la oficina, por lo que el despertador no sonó hasta la diez treinta de la mañana y le hice caso meramente, porque si no, no podría dormir en la noche.

A regañadientes quité el edredón de encima de mí y bajé los pies de la cama, con los dedos desanudé un poco mi cabello aprovechando que seguía liso por la plancha que le pasé ayer.

Aunque era pleno invierno, mi apartamento estaba muy tibio, empezando por las baldosas térmicas y la costosa calefacción central que hice agregar al momento que compré la propiedad. Por eso, no me molestaba en utilizar calcetines, sudaderas o cualquier tipo de abrigo dentro del lugar.

Al llegar a la cocina lo primero que hice fue poner agua a hervir. Me puse de puntillas para alcanzar el estante alto y sacar la cajita con té casero, pero ni modo. Debía dejar de guardar las cosas con tacones puestos; me daba una falsa perspectiva de mi estatura.

De puntillas y estirando lo más posible mi brazo conseguí impulsar la cajita de aluminio hacia una orilla del mueble y hacerlo caer.

—¡Ja!

Al darme vuelta para volver al hervidor me topé con un burlesco Mattia mirándome desde el umbral.

—¿Disfrutaste ver mi esfuerzo sin molestarte en ayudar? —gruñí. Él fácilmente podría haber alcanzado el té

—Lo hice —confirmó.

Me permití examinarlo, con su camiseta blanca ajustada y pantalones de pijama que caían bajos por sus estrechas caderas. No podía ver la musculatura de su cuerpo, pero no había duda de que allí estaba.

Suspiré y procedí a contar tres cucharadas de azúcar en la taza. Tenía la sensación de que Mattia me observaba, o era su mera presencia la que tensaba mis hombros.

—¿No pasas frío por la noche?

Bajé la mirada a mi conjunto para dormir; una camiseta y shorts de seda y encaje rosa.

—La verdad no. Mi cama tienes bastantes capas y el piso suficiente calefacción.

—Entiendo —murmuró abriendo la nevera como si esta fuera su casa desde siempre —Por cierto, quiero que hoy te quedes aquí.

Me detuve con la tetera en mano. Mis cejas se levantaron más que nunca.

—¿Qué has dicho? —pregunté desconcertada.

—Ayer me quedó más que claro que te están siguiendo. Aquí, el FBI puede resguardar la zona y mantenerte a salvo —tomó asiento en uno de los taburetes —Te quedarás aquí, a no ser que salgas conmigo.

 Genial.

—¿Me ves cara de perro? —pregunté con los brazos en jarras acercándome a él hasta quedar de frente.

Un último disparo [Vittale #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora