Capítulo treinta y cuatro.

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MODO AVIÓN

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MODO AVIÓN

Mattia...

—Mierda.

Corrí hacia mi chaqueta en donde había guardado mi celular en modo avión. No tenía ganas de hablar con nadie y supuse que nadie me buscaría en este momento.

El terror se apoderó de mí al descubrir las diez llamadas perdidas de Adams en mi buzón. Por suerte contestó al primer timbre.

—Sophia —suspiré aliviado —¿Estás...?

—Mattia...—susurró y toda mi piel se crispó ante el toque de miedo en su voz.

—¿Adams, que pasa?

Están... están aquí. Entraron al apartamento.

Mi pecho se contrajo en el mismísimo momento en que esas palabras sonaron en mi oído. Miedo visceral y profundo me atacaron como si mil agujas estuviesen acelerando mi corazón y poniéndome la piel de gallina.

Le hice una señal a Luke, presioné el botón de emergencia y nos encaminamos a las patrullas corriendo; nos tomaría casi quince minutos llegar allí si es que no había tráfico.

—¿Dónde estás?

Escondida en el baño, bajo el lavabo.

—¿Se están llevando algo? Cosas de valor...

—No, no toman nada. Solo...— el sonido de un disparo envió mi pulso a los cielos al igual que la respiración de Sophia. Ni siquiera la coraza de hielo que había intentado mantener todos estos años sería capaz de no colapsar bajo tanta tensión —Solo disparan y revientan puertas.

Iban a por ella.

—Debes estar tranquila, Sophia. Voy en camino con refuerzos, ahora escúchame — tomé aire antes de decir las palabras que me desgarraban —Te encontrarán...

—No, Mattia, ayúdame. Siento lo de Kai, pero por favor no me abandones —su voz se quebró en la súplica y eso solo hizo doler mi pecho fervientemente

—Lo haré, muñeca, te lo prometo. Jamás te abandonaría, pero no llegaré a tiempo. Te encontrarán, no cortes la llamada y trata de memorizar lo más posible de los tipos, cualquier cosa. Silencia el móvil y escóndelo en tu brasier ¿Está bien?

—Odio admitir esto —tragó audiblemente —Pero tengo miedo. Apresúrate.

Voy para allá. Escucha bien, Adams. Nada ni nadie en este mundo me impedirá llegar a ti y encontrarte ¿entendido?

—Sí. Te amo —suspiró, y antes de poder responder a su declaración el móvil se alejó de los labios de Sophia y se escuchó el roce de su ropa junto con pasos que entraban a la habitación

—Vamos, puta, sal de una vez, no te haremos daño.

El micrófono del teléfono, al estar pegado al pecho de Sophia, captaba lo rápido que iban sus latidos.

Un último disparo [Vittale #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora